Capitulo 14 La Fénix

307 5 0
                                    


Más tarde, Juan suspiró de alivio, sintiendo cómo la tensión acumulada en sus hombros se desvanecía lentamente. Su voz, aunque suave, estaba cargada de una emoción que no podía nombrar.

-Ya terminé -murmuró, notando el temblor en sus manos, una señal clara de la ansiedad que bullía bajo la superficie.

Ana lo observó detenidamente, sus ojos captando cada pequeño detalle.

-Bien, Jhoana -dijo con voz firme-. Marca la bolsa con la ropa de Juan para donar. La bolsa de las trusas... la vamos a quemar.

Un espasmo le recorrió el estómago. Era como si una mano invisible apretara sus entrañas, recordándole que algo importante estaba en juego. Un nudo comenzó a formarse en su garganta, dificultándole respirar.

-¿Por qué no guardas todo? -susurró, su voz temblorosa. Un sudor frío se deslizó por su espalda, mientras su cuerpo comenzaba a rendirse ante la emoción-. Así tendré ropa cuando termine mi contrato.

-Jhoana, no -respondió Ana rápidamente, sin espacio para dudas.

Esas dos palabras se sintieron como un puñal directo al corazón. Un dolor agudo se extendió por su pecho, como si esas sílabas cortantes se hubieran clavado en lo más profundo de su ser.

Ana se acercó, y en un solo movimiento, le entregó una bolsa de regalo. El leve roce de sus dedos envió una corriente eléctrica que recorrió su brazo. Había una conexión tácita en ese toque, un puente entre el antes y el después, entre lo que era y lo que estaba destinado a ser.

-Ponte el babydoll y la bata -susurró Ana, con una autoridad que no admitía réplica.

Sus palabras fueron acompañadas de una leve sonrisa, casi imperceptible, pero que irradiaba una seguridad incuestionable.

Cuando Ana habló de nuevo, su tono fue más autoritario, lo que hizo que los músculos de Juan se tensaran involuntariamente.

-Cuando termines, llama a Pedro para que venga por ti, Jhoana. Él te llevará a la fogata.

Las palabras de Ana resonaron en su mente, aumentando la tensión que ya sentía. Juan sintió una oleada de calor en su cuerpo, encendiendo sus mejillas con un rubor que no pudo controlar. Se encogió ligeramente, como si tratara de protegerse del poder que emanaba de Ana. Un sudor frío comenzó a correr por su espalda.

Con manos temblorosas, empezó a desvestirse. Cada prenda que caía al suelo parecía llevarse un peso invisible. La minifalda rosa se deslizó por su piel con una suavidad engañosa antes de caer al suelo. La blusa blanca dejó su torso expuesto al aire fresco, enviando un escalofrío por su espina dorsal.

Cambió el tapón vaginal, un pequeño tirón le hizo tensar los músculos. Luego, se acomodó la peluca, sintiendo cómo presionaba ligeramente su cuero cabelludo. El peso de la peluca afirmaba una identidad que aún le resultaba extraña, incómoda, pero irresistible.

Abrió la bolsa con manos sudorosas, sacando una tanga azul de hilo dental. La tela fría contra su piel desnuda le provocó un escalofrío. La tanga se deslizó entre sus nalgas, creando una sensación de opresión y control. Luego, tomó el babydoll. La tela liviana acarició su piel como un amante cauteloso. La bata azul de seda siguió después, envolviéndolo en un abrazo fresco que contrastaba con el calor en su pecho.

Se miró al espejo y vio a alguien familiar, pero a la vez, completamente desconocido. Había algo extraño en la visión de sí mismo, una mezcla de deseo y desconcierto.

-Qué linda me voy -susurró, casi como si tratara de convencerse de la belleza que veía.

El peso en su pecho se intensificó, dificultándole respirar. Las palabras no parecían encajar del todo con la imagen en el espejo, creando una disonancia que lo desconcertaba.

Jhoana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora