1: Un Encuentro Inesperado

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Lucía caminaba por las calles de la ciudad, las manos en los bolsillos de su abrigo y la cabeza baja, observando el pavimento. El aire frío de noviembre le cortaba las mejillas, pero no le importaba. Estaba acostumbrada a esa sensación de vacío, de frialdad que venía tanto de dentro como de fuera.

—Lucía, ¿tienes un momento? —La voz de Andrés la sacó de su ensimismamiento. Se giró y lo vio, de pie a unos metros de distancia, con una expresión de duda en el rostro. No lo esperaba, no aquí, no ahora.

—Andrés... —dijo ella, con un tono que intentaba ser neutral, aunque sus ojos revelaban algo de sorpresa. —¿Qué haces aquí?

—Estaba en la ciudad y pensé que podría encontrarte —respondió él, acercándose con cautela—. No sé, tal vez podríamos hablar... como antes.

Lucía dejó escapar un suspiro. Hacía meses que no hablaban, desde que ella había decidido que era mejor alejarse de todo lo que le recordara el amor. Pero ahora, aquí estaba él, con esa misma mirada cálida que había intentado olvidar.

—No sé si sea buena idea, Andrés —admitió ella, mordiéndose el labio mientras luchaba con las emociones que comenzaban a aflorar. —Las cosas cambiaron, lo sabes.

—Sí, lo sé —dijo él, su voz teñida de una leve desesperación—. Pero no puedo dejar de pensar en ti, Lucía. Necesito entender qué pasó, por qué decidiste alejarte.

*Lucía sintió un nudo formarse en su garganta. No quería revivir esos momentos, no quería volver a abrir esa puerta que había cerrado con tanto esfuerzo. Pero algo en la sinceridad de su voz la hizo detenerse.

—No es tan fácil, Andrés —respondió ella, bajando la mirada—. A veces las cosas simplemente no funcionan, por mucho que lo intentemos.*

Daniela:

En otra parte de la ciudad, Daniela estaba sentada en su pequeño apartamento, rodeada de un caos de libros y papeles desordenados. Se miró en el espejo, sus ojos apagados, su piel pálida. El desprecio de Javier la había llevado a este lugar oscuro, donde cada día parecía una lucha interminable contra su propio reflejo.

—¿Cómo pude ser tan estúpida? —se preguntó en voz alta, su voz un susurro que se desvanecía en la soledad de su habitación. Le di todo... y él ni siquiera se dio cuenta.

Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, pero ya no las sentía. Llorar se había convertido en una rutina, una parte de su vida diaria que apenas nota

En ese momento, su teléfono sonó. Era un mensaje de Lucía, preguntando cómo estaba. Daniela dudó antes de responder, sabiendo que mentiría de nuevo, diciendo que estaba bien cuando en realidad se sentía rota por dentro.

—Estoy bien, solo un poco cansada. Nos vemos pronto. —Envió el mensaje y dejó caer el teléfono sobre la cama. No quiero preocuparla —pensó, aunque sabía que Lucía ya sospechaba la verdad.

Javier:

Mientras tanto, Javier estaba sentado en un bar, bebiendo solo. Había perdido la cuenta de cuántas veces había pensado en Daniela desde que se separaron. Había sido su elección, su decisión de alejarse, de poner fin a algo que no había sabido valorar hasta que ya era demasiado tarde.

—¿Por qué siempre hacemos las cosas mal? —se preguntó en voz baja, mirando su reflejo en el vaso de whisky. Había cometido muchos errores, pero el mayor de todos fue no darse cuenta de lo que tenía hasta que lo perdió.

Javier recordó los días en que Daniela estaba a su lado, siempre paciente, siempre amorosa, y sintió una punzada de arrepentimiento en el pecho. No sabía cómo arreglar las cosas, si es que eso era siquiera posible. Pero una parte de él no podía dejar de desear que hubiera una manera de volver atrás, de arreglar lo que había roto.

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