Capítulo 4

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El portal al mundo de los vivos se cerró detrás de Hércules y Cerbero, dejando a Naruto y los bijū en una calma tensa. El inframundo, usualmente silencioso y monótono, parecía respirar con una vida propia en la ausencia de su guardián. Naruto sintió el peso de la responsabilidad que había asumido al hacer el trato con Hades.

"¿Y ahora qué?" preguntó Shukaku, mirando a Naruto con curiosidad. "No podemos quedarnos aquí esperando a que algo pase."

Naruto asintió, consciente de que la inactividad no era una opción. "Tienes razón, Shukaku. No sabemos cuánto tiempo tomará la misión de Hércules, así que debemos asegurarnos de que el inframundo esté bajo control mientras tanto. Lo primero que debemos hacer es patrullar las fronteras del reino. No podemos permitir que ninguna criatura, viva o muerta, cruce el portal sin nuestra autorización."

Kurama, siempre el más pragmático, se adelantó. "Yo puedo encargarme de supervisar el portal. Si algo intenta pasar, lo detendré. Pero necesitamos estar atentos a cualquier otra amenaza. Este lugar es vasto, y no conocemos todos sus secretos."

Naruto estuvo de acuerdo. "Bien, Kurama se queda aquí en el portal. Shukaku y Matatabi, ustedes patrullen la región de los Campos Elíseos. Manténganse alerta ante cualquier actividad inusual. Gyūki y Son Goku, ustedes vigilen el Río Estigia. Saiken, Chōmei, Isobu y Kokuō, revisen las entradas de los reinos de los muertos. Yo me encargaré de la región más cercana al Tártaro."

Los bijū asintieron y se dispersaron, cada uno dirigiéndose hacia su misión. Naruto tomó un último respiro antes de dirigirse hacia el Tártaro, la prisión más profunda del inframundo, donde las almas más oscuras y peligrosas eran confinadas. Aunque Cerbero era el guardián principal, el poder del inframundo residía en su orden y control, y Naruto sabía que debía asegurarse de que todo permaneciera estable en la ausencia de su feroz guardián.

El viaje hacia el Tártaro era largo y sombrío. La oscuridad que rodeaba a Naruto parecía estar viva, susurrando secretos antiguos y prohibidos. A medida que avanzaba, sentía una presencia fría y ominosa que emanaba de las profundidades del abismo. Era como si el mismo Tártaro lo estuviera observando, esperando algún error para desatar su furia.

Naruto mantuvo su guardia alta, sabiendo que el Tártaro era un lugar donde incluso los dioses temían aventurarse sin precaución. Su misión era simple: asegurarse de que las puertas de la prisión permanecieran cerradas y que ninguna alma lograra escapar.

Cuando finalmente llegó a la entrada del Tártaro, Naruto se detuvo un momento para evaluar la situación. Las enormes puertas de hierro que custodiaban la prisión estaban cerradas, y los sellos mágicos que las mantenían bloqueadas brillaban con una energía siniestra. A primera vista, todo parecía estar en orden, pero Naruto sabía que las apariencias podían ser engañosas.

De repente, un susurro suave como el viento rozó sus oídos. Naruto giró rápidamente, su katana en mano, pero no vio nada. El susurro persistía, como un eco distante que parecía provenir de todas partes y de ninguna en particular.

"Naruto..." La voz era apenas audible, pero era inconfundible.

"¿Quién está ahí?" preguntó Naruto, manteniendo su postura defensiva.

El susurro se hizo más claro, como si la voz estuviera acercándose. "Naruto, hijo de Hades... ven a mí..."

Naruto sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. No reconocía la voz, pero había algo en ella que lo perturbaba profundamente. Era como si la misma oscuridad del Tártaro le estuviera hablando, tratando de atraerlo hacia sus profundidades.

"Muéstrate," ordenó Naruto, su voz firme aunque su mente estaba llena de dudas.

La oscuridad se condensó ante él, y lentamente una figura comenzó a materializarse. Era alta y delgada, con una silueta envuelta en sombras. Su rostro estaba oculto bajo un velo negro, pero sus ojos brillaban con un rojo intenso, llenos de malicia y sabiduría antigua.

Naruto Hijo de Hades y PersefoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora