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25 marzo. Carreteras francesas

La salida, ya en Francia, no tuvo nuevos procesos administrativos. Aparecieron en una circunvalación y se unieron al tráfico de un día encapotado y fresco, como si no hubieran cambiado de país. Han miraba por la ventanilla con aire melancólico.

—¿De qué parte de Estados Unidos eres? No pareces acostumbrado a este clima —comentó Chan una vez transitaban por la autopista hacia el sur.

—De Reno, en Nevada. Aunque nos mudamos a Sacramento cuando tenía doce años. No me

molesta el frío, ¿eh? Pero esperaba que, entrando en la primavera, esto fuera más bonito. ¿Y tú?

—Yo nací en Londres. Siempre he vivido allí. Por estas latitudes se ve poco el sol, aunque en

los últimos años eso está cambiando. El verano pasado estuvimos un mes sin una nube y la gente se volvió loca. —Chan bajó más el volumen de la música, un batiburrillo de rock y punk de los noventa que no había dejado de sonar desde el tren—. En el sur la primavera se nota más.

—¿Llegamos hoy donde pretendas ir o pararemos en algún sórdido motel de carretera?

—Haremos noche por el camino en algún hostal lleno de pulgas, sí. A poder ser con una granja al lado para que nos despierte el gallo cuando despunte el sol.

—¿Y si nos turnamos para conducir?

Chan le miró de reojo, suspicaz.

—Hace un rato has dicho que nunca conduces.

—Porque me llevan, pero sé hacerlo desde los dieciséis.

El BMW en el que iban debía costar cientos de miles de libras, así que las dudas de Chan

eran comprensibles y le costó decidirse. Se tomó su tiempo para pensarlo. Darle un voto de

confianza sería bueno para relajar la tensión entre ellos. No habían empezado bien, sus caracteres chocaban y les iban a poner las cosas difíciles, por lo que darle ese capricho era fácil y ayudaría a suavizar la situación. Si no estrellaba el coche contra la mediana. Se encomendó a Dios antes de responder.

—Si te comprometes a parar cuando te lo diga y respetar el límite de velocidad, no veo ningún problema en ello.

—Bien, nos ahorramos las pulgas. Pero entonces voy a intentar dormir hasta la hora de comer para sustituirte hasta que anochezca, seguro que prefieres encargarte tú de las horas sin luz.

Dicho y hecho. Han echó el asiento hacia atrás y, con la facilidad de la costumbre y la edad, comenzó a respirar de forma pausada a los pocos minutos. Tres horas después, Chan le despertó. Estaban cerca de Reims y se había detenido en una pintoresca área de servicio rodeada de viñedos. Comieron en el restaurante, que ofrecía un menú que no llegaba a aceptable por un precio desorbitado. Cuando regresaron al coche, Chan le entregó las llaves.

—Este coche es como un tanque, pero ten en mente que no es tuyo, ni siquiera mío, y que lo necesitamos para seguir el viaje. Nada de locuras.

—Relájate, no me llevará mucho adaptarme a que tenga el volante cambiado de sitio. Y a estas horas hay menos gente conduciendo.

Pese a la desconfianza de Chan y a unos primeros minutos en los que la tensión de sus manos era evidente, Han enseguida demostró ser un conductor tranquilo. Iba a buen ritmo, no intentaba adelantar y no se distraía tratando de cambiar la música. Para todo lo demás ya estaba el GPS. Según sus datos, todavía les quedaban por delante unas diez horas de camino.

—Pues no se te da mal. —Chan parecía sorprendido—. Deberías aprender a navegar, así no necesitarías que tu guardaespaldas lo haga por ti.

—Nunca tengo tiempo para nada... Salvo ahora. Tomaré eso como una sugerencia para

¡Han Jisung! (Chansung)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora