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23 de marzo. Londres

Después de un año sin vacaciones y habiendo consagrado las últimas al sofá y el televisor, Chan se sentía un alienígena al salir de noche por primera vez en tanto tiempo. Se había peinado hacia atrás y el efecto mojado lo hacía parecer más castaño de lo que era. El pelo se le rizaba en las puntas que rozaban su nuca y no conseguía alisarlo, por más que se pasara la mano para aplastarlo. Llevaba días sin afeitarse y aprovechó para arreglarse una barbita descuidada que acentuaba los ángulos de su rostro y le había parecido sexy al principio. Ahora no sabía si esa barba, combinada con la camisa de cuadros verde que llevaba, le hacía parecer un sin techo. Su figura robusta, los vaqueros grises nuevos y los zapatos limpios contradecían esa impresión, pero se sentía inseguro como un principiante. Era consciente de que su sentido de la moda era nulo.

Mientras abría la puerta del King Arms se preguntó si realmente quería estar allí.

Necesitaba un cambio, tener contacto con alguien. Era lo que todos le decían: llevas demasiado tiempo sin soltarte la melena, sin irte a la cama con alguien y disfrutar. En parte sabía que tenían razón, pero los bares de ambiente ya no eran su hábitat. Ya no sabía cuál era su hábitat, en realidad. El bar estaba concurrido, en la barra dos camareros servían pintas a los

parroquianos: todo hombres de un rango de edad entre los treinta y los cincuenta y tantos. Una música moderna y agradable amenizaba la velada y no molestaba a las conversaciones que se

daban en los reservados. Chan ya no conocía a nadie, pero se acercó a la barra dispuesto a que la cerveza le ayudara a recuperar las aptitudes sociales.

La bebida estaba a medias cuando se le acercó un fan de los gimnasios en la treintena, presentándose con la excusa de que era la primera vez que venía solo a un bar. Era bastante

atractivo, de los que pocos descartarían. Bebía deprisa. Demasiado. En seguida se puso a explicar que su pareja le había dejado y lo cabrón que era. Saltaba a la vista que buscaba un amigo, un hombro en el que llorar, y Chan no estaba dispuesto a ser el polvo por despecho de nadie. No estaba tan desesperado. Cuando se fue al baño, ya tambaleante, aprovechó para escabullirse con discreción y salir a fumar. Fuera había poca gente. O la mayoría eran sanos o preferían la seguridad del callejón para escoger los porros.

Un madurito calvo con aspecto de funcionario le ofreció el mechero antes de que sacara el suyo.

—Tienes cara de aburrido. ¿Has venido solo o eres el único de tu grupo que no ha dejado el vicio?

Se encendió el cigarro y dio una calada larga antes de responder.

—He venido solo y he aprovechado el vicio para escabullirme de una conversación incómoda.

Y lo cierto era que prefería haber tenido un momento en soledad para tomar fuerzas. Sus baterías sociales no tenían una gran carga y si tenía que invertir la energía en ligar duraban

mucho menos de lo normal. Recordó con nostalgia los tiempos en que podía ligarse a dos o tres la misma noche sin ningún esfuerzo. Las cosas habían cambiado mucho desde entonces. Ya era otro.

—Te entiendo. Un amigo me recomendó este sitio por el tema de la edad, en la mayoría tú serías de los mayores, son poco menos que discotecas de críos. Pero me siento fuera de lugar de todos modos. El único que me ha hablado hasta ahora ha sido un camarero para avisarme de que no podía sacar la copa.

—Pues no parece que se te dé mal iniciar conversaciones. —río Chan, sacudiendo la ceniza del cigarro a un lado—. La última vez que salí yo era de los que iba a los bares de críos.

—Y no te gusta mucho el cambio, ¿no? ¿Por qué escogiste este?

Un taxi se detuvo en la puerta, dejando a dos parejas que entraron enseguida, entre risas y bromas.

¡Han Jisung! (Chansung)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora