El eco de la sombras

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El cielo sobre Emoria se extendía en una paleta de colores inciertos. Ni amanecer, ni crepúsculo. Un limbo perpetuo que parecía respirar al ritmo de los latidos erráticos del corazón de su líder. Las nubes, hinchadas de tormenta, se deslizaban perezosamente sobre un reino que alguna vez había sido brillante y próspero. Ahora, la luz se filtraba entre ellas como un susurro de lo que fue, teñida de un gris melancólico que impregnaba cada rincón de las tierras que Jungkook, el príncipe de las Emociones, gobernaba con una mezcla de dolor y furia.

De pie en su balcón, la figura de Jungkook era una sombra recortada contra ese cielo incierto. Su mirada vagaba perdida sobre las colinas distantes, donde los ríos de memorias fluían, indomables y traicioneros. Cada ondulación de sus aguas traía a la superficie ecos de un pasado que ella se negaba a revivir, pero que persistía, susurrando en la corriente como fantasmas.

"¿Cómo hemos llegado aquí?", pensaba mientras sus dedos trazaban patrones invisibles en la barandilla de piedra. Era una pregunta sin respuesta, o quizás con demasiadas respuestas. El tiempo se había convertido en un enemigo traicionero, distorsionando los días, alargando las noches. Nada tenía sentido. Nada era claro.

Las emociones de Jungkook eran como las olas del mar embravecido: caóticas, devastadoras, sin control. Sus días eran una marea incesante de sentimientos que oscilaban entre la furia ardiente y una tristeza tan profunda que amenazaba con consumirla. Se decía que todo el reino sufría con él, que sus emociones lo gobernaban más que cualquier decreto o ley. Y lo sabía. Lo sentía en cada brisa, en cada pétalo marchito que caía al suelo.

Habían pasado años desde que Taehyung y Hoseok habían destruido su mundo, pero las cicatrices seguían frescas, supurando en lo más profundo de su alma. La traición lo había cambiado todo. A él. A Emoria. A los otros seis reinos. Ahora, las flores que alguna vez habían florecido al compás de la alegría, y los ríos que habían fluido plácidos bajo cielos radiantes, languidecían bajo el peso de su dolor.

—¿Qué derecho tiene él...? —murmuró para sí misma, sus palabras casi arrastradas por el viento.

Un temblor recorrió sus manos, pero no era solo furia. Era algo más oscuro, más profundo. El deseo de venganza ardía dentro de él, y mientras el viento acariciaba su rostro, él se permitió un pequeño y amargo pensamiento. No habría paz. No hasta que ellos pagaran por lo que habían hecho. Y si su reino debía caer con él, entonces que así fuera.

Mientras sus pensamientos se surmegian en la venganza, sintió una perturbación en el aire, una vibración sutil que le erizo la piel. Algo se acercaba. Se giró hacia el horizonte y vio una sombra al borde del bosque metamórfico. Los árboles cambiaban de forma y color a medida que la sombra avanzaba.

Era un mensajero. Venía desde Metamor, el reino del Líder del Cambio, el traidor que había roto la alianza entre los siete reinos.

Jungkook apretó los puños, su corazón acelerado. Los recuerdos de la ruptura entre los líderes y el caos que siguió invadieron su mente. Había rumores de que los seguidores del Cambio estaban haciendo movimientos. Algo grande estaba por suceder, y él lo sentía en lo más profundo de su ser.

—Mi señor —dijo el mensajero cuando llegó a sus puertas, inclinándose ante él con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. Era un espíritu menor, con un aspecto difuso y unos ojos vacíos, carentes de un reflejo del alma. Flotaba en frente de él. —Traigo un mensaje de Hoseok, el Líder del Cambio —informó con voz resonante, sin emociones. —Dice que ha llegado el momento de decidir dónde está realmente su lealtad.

Jungkook alzó una ceja y lo observó en silencio, con una expresión de irritación luchando por imponerse en su rostro. Contuvo su ira, por el momento. Sabía muy bien que liberarla solo causaría más desgracia a su pueblo. La presencia del espíritu había creado un ambiente helado en la habitación, como si hubiera extinguido cualquier felicidad que aún quedara. Deslizó por su mente el pensamiento incómodo de que tal vez la criatura se marcharía cuanto antes, pues siempre había sentido desconfianza hacia las criaturas del reino de Metamor.

—Y dime —Jungkook agarró la carta que le ofrecía el espíritu, con un gesto más brusco de lo debido. — ¿Qué quiere Hoseok de mí? —Preguntó, en un tono controlado pero cargado de peligro.

—Una reunión —indicó el espíritu. —En el Horizonte Quebrado. Dice que el destino de los Siete Reinos depende de usted.

Un momento de silencio incómodo se formó entre ambos y Jungkook presionó la carta entre sus dedos con más fuerza, su mandíbula tensa, aún luchando por controlar su ira. La mención del Horizonte Quebrado hizo que su estómago se revolviera, pues conocía bien el lugar. Era una tierra olvidada, marcada por la magia oscura y las antiguas batallas entre las razas. No era el único sitio del mundo donde se podían reunir dos enemigos.

—¿Y si no tengo deseos de ir? —Preguntó Jungkook lenta y deliberadamente, sus ojos fijos en el espíritu menor que flotaba frente a él.

El mensajero se mantuvo impasible ante su cuestionamiento. —Dijo que diría eso —indicó, sin emociones en su voz. —Y me encargó recordarle que hay consecuencias si rechaza su invitación.

Jungkook apretó los dientes ante la clara amenaza del espíritu, y la ira que había estado conteniendo se desató como un vendaval. El suelo se estremeció ligeramente bajo sus pies, mientras las paredes de la habitación se distorsionaban y se retorcían, reflejando sus emociones cambiantes.

Los guardias irrumpieron enseguida, sus ojos ahora rojizos y dilatados por la misma ira que emanaba de su líder. Fuera, el pueblo empezaba a congregarse frente al palacio. Su presencia era visible, pues estaban armados con cualquier cosa que tuvieran en la mano.

Un círculo de almas en pena se formó de pronto sobre sus cabezas. El cielo, que minutos antes era de un azul suave, se oscurecía a medida que nubes gruesas y grises cubrían el cielo. Los ríos antes plácidos y serenos se tornaban oscuros y agitados, mientras que los ruidos de voces y gritos de las almas parecían devorar la belleza de las flores y todo lo que los rodeaba.

—¿Se atreven a amenazarme? —Jungkook susurro, con un tono tan helado que incluso asustaría a incluso al más viejo de los espíritus. —¡¿Creen que pueden venir a mi reino y amenazarme?! —rugió, su voz escuchándose por la habitación.

El espíritu se estremeció, era más débil que el joven rey. Su aspecto empezaba a distorsionarse a medida que se sentía más y más angustiado ante la ira del líder de las emociones. Comenzaba a verse afectado por su poder.

—Vuelve al reino de Metamor y dile a Hoseok que no tengo miedo de él y de sus amenazas —susurró Jungkook, con un tono peligrosamente bajo. —Y si decido ir a su reunión, lo haré por decisión propia. Si intenta obligarme otra vez, pagará con creces su osadía.

El mensajero asintió de inmediato y tembló en su forma sombría y difusa. Y así como llegó al palacio, desapareció como una simple sombra entre los árboles y la neblina del exterior.

Pronto las paredes y el suelo del palacio empezaron a recuperar su aspecto normal, mientras el círculo de almas perdidas se cerraba justo a tiempo, evitando que consumiera la felicidad de todos los seres vivos del reino. Las personas parpadearon, sorprendidas, al sentir cómo regresaban sus emociones a la normalidad. Gritaron y se miraron los unos a los otros cuando notaron las armas que aún sostenían en sus manos. Al darse cuenta de la expresión de terror en las miradas de sus habitantes, Jungkook se encogió ligeramente, sintiéndose culpable por haberles provocado tanto.

Todo lo que Jungkook había buscado era proteger a su pueblo, pero se sentía como si todo aquello que tocara se hundiera en el caos.

Y Taehyung, de alguna manera, era el responsable de su sufrimiento.

La guerra de los siete reinosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora