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En donde Hana
pregunta por Megumi.



Las gotas de agua caen hacia el drenaje de la ducha. Hana se seca el cabello húmedo con la toalla gris que mantiene el aroma de su hermano. No puede evitar llevarse el trapo áspero a la nariz respingada, y olfatea. El olor es bastante reconfortante, incluso agradable. Ante la sensación, Hana cierra los ojos.

Jamás fue fanática de las fragancias. En realidad, parecía que no era capaz de identificar unas de otras, todo olía exactamente igual. En el clan estaban acostumbrados a usar inciensos para casi todas las habitaciones y eso le daba dolor de cabeza y la mareaba. Prefería no tener que usar velas o aromatizantes, y el perfume que usa lo lleva usando desde que era pequeña, cuando su tío Naobito se lo regaló de cumpleaños. Pero ahora, inhalando el olor que persistía en su memoria, puede decir que le gusta el aroma de Toji.

 ¿Ella olerá así de bien?, piensa.

—¡Saldré a comprar cigarrillos! —la sobresaltó la voz de su hermano al otro lado de la puerta y Hana apartó la toalla de su rostro. No le dio tiempo de responder, solo miró su reflejo en el espejo frente a ella.

Sus mejillas ligeramente rosadas, sus labios entre abiertos y sus ojos dilatados. ¿Por qué esa reacción?, se preguntó. Y luego sintió vergüenza, como si estuviera haciendo algo malo.

Cuando salió del baño, Toji aún no había regresado, eso le dio tiempo de lavarse la cara y de ponerse su pijama. Se sentía bastante cómoda andando por el departamento, casi sentía que había estado ahí desde siempre.

Hana estaba cepillándose el cabello, para cuando él volvió.

Toji miró la imagen que tenía frente a él, a su hermana sentada en el sillón, el pequeño peine de madera en su delgada mano y las hebras de cabello oscuro, lacio y húmedo cayendo sobre sus hombros. El conjunto de pijama de color blanco marfil la hacía ver más pequeña de lo que en verdad era.

Una mocosa, había pensado él.

Le resultaba extraño tener a una mujer en casa, sobre todo porque estaba acostumbrado a visitarlas en algún lugar donde solo ellas pagaran. Donde no tuviera que verlas por la mañana.

Pero ahí estaba Hana. Invadiendo el pequeño espacio que le costó conseguir y que ahora llama casa. Sentada cómodamente y con los pies descalzos, ahí sentada en su sillón, en su lado favorito.

—Traje la cena —dijo él, mientras la miraba y levantaba la bolsa de plástico que contenía algunas verduras y algo de pasta.

Hana sonrió, a pesar de que Toji le había dicho que no la mantendría, el hecho de que hubiera comprado comida para ambos la hizo sentir especial y gratamente ella ofreció su ayuda para cocinar.

Poniéndose de puntillas, Hana estiró las manos para alcanzar los platos de los gabinetes, se estiró sin éxito, y cuando estuvo a punto de rendirse, sintió la cercanía de Toji, su cuerpo detrás del de ella, no lo suficiente cerca pero tampoco lo suficientemente lejos como para no notar su aroma y la suave caricia de su brazo rozando su cuello. Extrañamente caliente y reconfortante.

—Gracias —murmuró Hana y Toji solo asintió, con una sonrisa ladeada en su rostro.

Le hizo bien saber que ella necesitaba de su ayuda.

Hubo un silencio mientras cenaban en la pequeña mesa de madera, solo los cubiertos hablaban y un partido reproduciendose en el teléfono de Toji.

No era un silencio incómodo pero tampoco uno tranquilizante. Y Hana sentía la necesidad de querer hablar con él, pero ¿Qué podría decirle? ¿De qué podrían hablar? Lo último que escuchó hace varios años fue que Toji se había casado, que tenía un hijo, pero ahora estaba solo. ¿Por qué?

—¿Tienes mucho tiempo viviendo aquí? —comenzó a preguntar ella, mirándolo, de esa forma curiosa, queriendo captar su atención a pesar de que él miraba el teléfono cada cierto tiempo.

—Unos dos años más o menos.

Hana solo hizo un gesto de sorpresa con la boca y siguió comiendo, mirando su plato aún lleno.

—¿Mañana harás algo?

—No gran cosa —dijo Toji, al parecer estaba apostando en una de esas aplicaciones en línea —, solo saldré un rato por la tarde pero volveré pronto.

Parecía demasiado absorto en el juego, sus ojos brillaban de una manera casi extraña, sus dedos tamborileando la mesa con prisa.

—Mañana empezaré a buscar trabajo —confesó Hana y ahora Toji por fin la miró, sonrió amable y se pasó una mano por su cabello.

——Vaya, mucha suerte.

No sabía si lo decía en serio o no, pero las palabras de Toji la alentaron a no solo querer conseguir un empleo, si no a preguntar más de él.

—¿Puedes pasarme tu número? En caso de que ocurra alguna emergencia —había dicho Hana, pero Toji solo asintió con la cabeza, con indiferencia. Le dictó su número mientras ella lo guardaba, tocando las teclas de su teléfono con nerviosismo.

Ahora tenía algo más de él, después de tanto tiempo por fin tenía el número de Toji. Hana recuerda las veces en que deseaba poder marcarle, pedirle ayuda. Pedirle que la salvara. Una parte de su ser ahora se encontraba feliz, pero no era suficiente.

Hana quería saber más.

—Supe que tienes un hijo, ¿dónde está él? —su voz suave y dulce. No preguntó con malicia sino por querer conocerlo, incluso quería preguntarle su nombre, su edad, ¿se parecía a él? ¿Vivirá con su madre?

Se escuchó un pitido que provenía del teléfono y Toji soltó un suspiro enfadado, la sonrisa se desvaneció por completo y ahora parecía de mal humor.

—No vive conmigo y ya.

Toji tomó un trago largo antes de levantarse de la silla, se dirigió a su habitación para sacar unas mantas y una almohada.

No había ganado la apuesta y eso logró ponerlo de mal humor. No tanto por la pregunta de su hijo, ¿cómo se llama? Ah, Megumi.

Él tiró las mantas, y la almohada a un lado. Preparándose para ver la televisión, aún no tenía nada de sueño.

La dejó ahí sentada, hasta que Hana entendió que debía darle su espacio y por fin se levantó. Lavó los platos de la cena y los dejó escurriendo a un lado del fregadero. Antes de cerrar la puerta de la habitación, lo miró por un rato, a Toji de espaldas, buscando las pilas del control remoto.

—Descansa —le dijo él, como si supiera que ella aún lo miraba y Hana se sorprendió un poco, sus mejillas algo rosadas por su repentina despedida.

—Tú también — y cerró la puerta.

Toji se recostó en el respaldo del sofá. Miró la televisión apagada, y apretó levemente el control remoto. Aún recuerda a Hana sentada ahí, y tenía razón.

Olía a ella.

La semilla Zenin | Toji FushiguroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora