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En donde se suponía que debía
ser un encuentro emotivo.


Hana se frota las manos por enésima vez.
Siente nervios y le arde la piel, ahí de pie, frente a la tienda de conveniencia. Para su gran suerte está soleado, y el vestido blanco se ondea por el ligero viento que entra cada vez que se abre la puerta automática.

Los transeúntes pasan a su lado sin reparar en ella, en lo nerviosa que se sentía. Incluso olvidó que le dolían los pies por tantas horas que llevaba ahí de pie.

Dios, ¿qué estaba haciendo?, se dijo, cada vez más arrepentida de haber ido.

Vigilaba de vez en cuando la entrada del edificio pues lo único que sabía era que su hermano mayor Toji, vivía ahí.

Toji.

Hana esperaba nerviosa verlo llegar o verlo salir. Pendiente de todo aquel que pasara por ahí, buscándolo, estudiando cada rostro, buscando algún indicio de su genética.

Porque la sangre llama, había oído.

9 años han pasado sin haberlo visto. Desde que Toji abandonó el clan, poco se hablaba de él. Del maltrato que recibía por los miembros de la familia Zenin.

Nunca se menciona cómo Toji se negaba a mostrar cualquier signo de debilidad. La debilidad no era tolerada en la familia.

El clan, que había intentado durante años moldearlo para convertirlo en algo útil, un líder digno bajo unos métodos duros, inflexibles y, a menudo, crueles. El acoso se había convertido en un compañero constante, tan familiar como las cicatrices que marcaban su piel. Pero Toji aguantó. Siempre aguantó.

Sin embargo, la conoció, a su hermana menor, solo una bebé regordeta de piel blanca, cabello oscuro y lacio como el de él. Y a quien a menudo escuchaba llorar detrás de esas paredes.

Desde muy pequeña Hana fue criada para ser una buena esposa, educada, con los pocos conocimientos que una mujer, en su ignorancia, creían que debían tener.  Clases de costura, enfermería, piano. Estaba rodeada bajo las creencias en donde las mujeres solo servían para una cosa y esa era procrear hijos sanos y fuertes. Ese destino le aguardaba a ella, donde su mano estaba guardada para algún otro miembro importante de los clanes vecinos, asegurando una alianza importante. Y aunque ella no debía aspirar a algo más que un matrimonio arreglado, seguía siendo una niña. Una niña curiosa que espiaba cuando Toji entrenaba, admirando las espadas, las armas y lo que ella imaginaba que eran juegos.

Era su hermano mayor, le habían dicho. Pero él resultaba tan intimiadante, demasiado atemorizante para una niña.

Aunque habían ocasiones en las que no le tenía miedo. Viendo cómo se retorcía en el suelo de madera, sangrando y ella desde el otro lado, oculta en su escondite. Creyendo que su hermano mayor pedía ayuda y nadie lo auxiliaba. Sus quejidos ignorados por los hombres a los que ella debía llamar tíos, salían de la habitación con caras inexpresivas.

La semilla Zenin | Toji FushiguroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora