La jaula

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Antes, vivía en una jaula. Los barrotes eran gruesos, firmes, y estaban tan juntos que era imposible salir. A través de ellos, podía ver el mundo exterior, un mundo lleno de personas libres, ajenas a mi encierro. Me preguntaba por qué yo estaba atrapado en un lugar frío y solitario mientras ellos vivían sin restricciones. Pero, tras tantas lágrimas y noches en vela, finalmente descubrí que había una salida. Con gran esfuerzo, logré pisar el cálido pasto del exterior, sintiendo por fin lo que era la libertad.

Sin embargo, esa libertad no duró mucho. Pronto me encontré en otra jaula, diferente a la anterior. Sus barrotes eran más finos, permitiendo una visión más clara del exterior, pero esta vez estaban cubiertos de espinas. Aunque veía la posibilidad de salir, sabía que al intentarlo, esas espinas me herirían profundamente. El interior de esta jaula a veces era cálido, otras veces frío, pero nunca constante.

Esta nueva jaula era diferente, más peligrosa. Aquí no solo estaba en juego mi libertad, sino también mi bienestar emocional. Sabía que podía escapar, pero las cicatrices que quedarían en el proceso me aterraban. Estaba atrapado en esta batalla psicológica constante. La línea entre el bien y el mal se desdibujaba, y me encontraba dudando: ¿Debería sacrificar mi cuerpo para atravesar esas espinas y volver a pisar el cálido pasto? ¿O debería quedarme aquí, donde nunca se sabe cómo estará la temperatura? Tal vez debería adaptarme al interior en vez de querer escapar, o quizás debería esperar a que algo cambie.

Esas dudas seguían sin una respuesta. Había intentado salir muchas veces, y aunque otros me animaban desde fuera, seguía allí, atrapado entre los barrotes espinosos. Tumbado en el frío suelo de metal, lágrimas saladas recorrían mis mejillas, mientras miles de preguntas sin respuesta se arremolinaban en mi mente.

Lo Que Nadie Te Va A ContarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora