El Renacimiento del Caos

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Mientras Akira se levantaba del suelo, exhalando un suspiro de alivio por haber derrotado a Yamata-no-Orochi, el cielo comenzó a despejarse lentamente, revelando las primeras luces del amanecer. La espada Kusanagi-no-Tsurugi aún brillaba débilmente en su mano, pero algo en el aire se sentía... incorrecto. Una quietud antinatural se cernía sobre el lugar, como si el mismo mundo contuviera la respiración, esperando lo inevitable.

De repente, Akira sintió un dolor agudo en su pecho, como si algo invisible lo hubiera atravesado. Cayó de rodillas, soltando la espada, que cayó al suelo con un estrépito metálico. Sus manos temblaban, y cuando miró hacia abajo, vio una mancha oscura extendiéndose por su camisa. Era sangre, pero no la suya.

La realidad comenzó a distorsionarse a su alrededor. El suelo tembló violentamente, y las paredes de la cueva parecieron doblarse hacia adentro. Akira gritó, pero su voz fue ahogada por un rugido que resonó en su mente, un sonido más aterrador que cualquier rugido físico: el grito de algo que había sido despertado, algo que no debía existir.

De las sombras de la cueva emergió una figura, una forma que Akira reconoció al instante. Era él mismo, pero cubierto por un aura oscura, los ojos brillando con un resplandor rojizo. Este doble levantó la espada Kusanagi-no-Tsurugi, y con una sonrisa torcida, habló con una voz que resonaba con ecos de poder antiguo.

"Pensaste que habías ganado, Akira, pero el verdadero poder de Yamata-no-Orochi nunca estuvo en su forma física. Su esencia vive en aquellos que buscan la destrucción, en aquellos que permiten que el caos se infiltre en sus corazones. Tú eres el nuevo portador de su maldición."

Akira intentó levantarse, pero su cuerpo no respondía. La oscuridad dentro de él se expandía, alimentada por el temor, la desesperación y la rabia. Todo lo que había combatido y derrotado había dejado una semilla en su interior, una semilla que ahora florecía con una intensidad abrumadora.

Mientras la entidad oscura en su forma avanzaba, Akira sintió que su conciencia se desvanecía, arrastrada hacia un abismo del que no había retorno. Su último pensamiento fue de desesperación, sabiendo que se había convertido en aquello que había jurado destruir.

El doble de Akira, ahora completamente fusionado con la esencia de Yamata-no-Orochi, se giró hacia el exterior de la cueva. En lugar de la antigua bestia, el caos ahora tomaba la forma de un hombre, un hombre con el conocimiento de los tiempos modernos y el poder de los antiguos. Con una risa que hizo eco en las montañas, comenzó a caminar hacia el mundo, sabiendo que estaba destinado a desatar una nueva era de destrucción.

Sin embargo, en el fondo de su mente, un pequeño vestigio de Akira aún luchaba, un fragmento de su antigua humanidad que no había sido completamente consumido. Mientras el nuevo Yamata-no-Orochi comenzaba a extender su influencia, este fragmento se aferró a un débil rayo de esperanza, buscando una manera de romper la maldición que ahora lo poseía.

En las sombras, otros lo observaban, seres que habían permanecido ocultos durante milenios, esperando el momento en que el equilibrio entre el bien y el mal se inclinara. Ahora, con el renacimiento de Yamata-no-Orochi en una forma humana, sabían que el mundo estaba en peligro, pero también que la batalla no había terminado. La historia de Yamata-no-Orochi continuaba, pero con un nuevo y aterrador giro que nadie había previsto.

La humanidad, ahora enfrentada a una amenaza que caminaba entre ellos, tendría que encontrar una manera de sobrevivir a un mal que no podía ser contenido por simples mortales. Y en algún lugar, Akira, o lo que quedaba de él, buscaría redención en un mundo donde los antiguos dioses y las fuerzas del caos se enfrentaban una vez más.

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