En un mundo donde se les es asignado una casta: Alfa, Omega y Beta.
El antiguo Egipto agradece a los dioses por sus dones.
Moisés nuestro grandioso príncipe se encontrará atrapado en una difícil decisión. ¿A quien elegirá? ¿Qué sucederá? ¿Su decisi...
La amenaza de un salvador, que levantaría a los esclavos hebreos en contra de los egipcios, trajo como consecuencia la muerte de todo bebé varón recién nacido.
La sombra de muerte cubrió la villa, las calles se inundaron de sangre, y el llanto desolado de madres y padres fue lo único que se podía escuchar en todo Egipto. Era una escena desgarradora como jamás se vio, ni se verá, pero entre todo aquel horror, una pequeña familia fue capaz de proteger a su bebé de las garras de la muerte.
A las orillas del Nilo, ocultas entre los juncos, una mujer y una niña colocaban un pequeño bulto en una cesta.
—Hijo mío, mamá te ama tanto. No lo olvides nunca. —Susurró la mujer, besando con ternura la frente del bebé que gorjeo con felicidad alzando sus manitos para tocar la cara de su madre.
—Pero madre, ni siquiera le hemos puesto un nombre. —Reclamó la niña pequeña.
—No te preocupes hija, Dios le dará un nombre. —Le tranquilizó su madre, dándose así misma consuelo. Le dolía tanto dejar a su hijo, pero sabía que sólo así podría salvarlo, así que tomó aire y con decisión acomodó al bebé en el sesto, miró al cielo rogando a su Dios por misericordia y limpió sus lágrimas antes de cerrar el cesto.
—Deberás cuidar de cerca a tu hermano, ver donde lo lleva la corriente.
—Si —respondió con convicción y valor. —Cuidaré muy bien de él.
Las corrientes sagradas del Nilo condujeron la cesta con lentitud hasta su destino, el cual ya había sido escrito desde antes de ser concebido, ya que todas las cosas tienen una manera de ser y cada persona llega al mundo por una razón. Y el destino de uno se conecta al destino de los demás.
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