Capítulo 2

401 63 9
                                    


Seis lunas habían transcurrido desde aquel día en que Disebek pidió ser repudiado, seis lunas de súplicas y ofrendas por el perdón de los dioses. Las plegarias de la pareja no estaban siendo escuchadas, y el joven omega seguía sin poder concebir un hijo.

Con cada día que pasaba ambos empezaron a resignarse, aceptando que nunca podrían sentir lo que era criar un niño, darle amor y poder llamarlo suyo.

Era triste, y la depresión los estaba consumiendo a ambos. Aunque los dos buscaban siempre una manera de olvidar su sufrimiento; Disebek, entrenando; Henutmire, tomando baños a la orilla del Nilo para poder sentirse cerca de los dioses.

Ella siempre tenía la esperanza de que el Nilo le diera un hijo, uno que emergiera de los lotos, así como el dios Nefertum que había emergido del loto sagrado en las aguas de Nun. Si tan solo los dioses pudieran escucharla.

Una mañana Henutmire invitó a su esposo a ir con ella al Nilo. Sería bueno para los dos purificarse.

—Había olvidado lo refrescante que era —Dijo Disebek, sumergiéndose en las calmadas aguas. —Gracias por convencerme en venir.

—Lo necesitabas, siempre estas todo el día trabajando. No hay día en que mi padre no te esté saturando de obligaciones. No sé porque es tan insensible, acaso no recuerda que hace poco tú...—Las palabras de la princesa fueron interrumpidas por su esposo, que se alejó adentrándose más en el agua.

—Iré a nadar un poco, ahora regreso.

Henutmire miró con tristeza como Disebek se alejaba, sin querer estropeó el momento por su comentario inoportuno. Ella más que nadie sabía que no debía comentar sobre la reciente pérdida de su bebé, pero lo había echo. Con arrepentimiento se quedó sentada en la orilla, esperando a que su esposo volviera.

Pasaron algunos minutos hasta que un grito de Disebek se escuchó a lo lejos. Henutmire se levantó con rapidez, asustada, hasta que vio a su esposo regresando. Todo parecía estar bien, lo único raro era que el hombre traía consigo un pequeño cesto.

—¿Qué es eso? —preguntó con curiosidad la mujer.

—Nuestras súplicas fueron respondidas. —Dijo el hombre con una gran sonrisa, abrió el cesto y entonces la princesa lo vio.

Un hermoso bebé reposaba al interior del cesto, sus ojos grandes y curiosos miraban a su alrededor, y sus bracitos se estiraban para ser cargado, mientras soltaba balbuceos felices. Disebek lo tomó en sus brazos con amor, acunándolo. Henutmire había quedado estupefacta, y sin querer se soltó a llorar.

—Nuestro hijo, el dios Hapy nos dio un hijo. —Henutmire se acercó a su esposo y lo rodeó con sus brazos, mirando al pequeño bebé. Su corazón latió con gran alegría, sintiendo que por fin su familia estaba completa. —¿Cómo se va a llamar?

—Moisés, porque de las aguas lo salvé.

—Es un hermoso nombre, ven vamos. Debemos de llevarlo al palacio, ha de estar hambriento.

La princesa juntó a su esposo envolvieron al niño en una tela de lino, dejando atrás las mantas que mostraban su verdadero origen, y se encaminaron al palacio junto con su escolta. Los dos estaban felices, y no se separaron, querían estar pegados junto al bebé, cuidando que no llorara. Tan sumidos en su mundo que no notaron la pequeña niña que dejaron atrás, aquella que había cuidado del bebé y que ahora lloraba al no saber lo que pasaría con su hermanito.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
MoisésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora