Capítulo 1

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Ra iluminaba los cielos, imponiendo su gloria como el creador de vida. Los pájaros cantaban melodías en agradecimiento y los egipcios hacían sus ofrendas pidiendo prosperidad, pero sobre todo, larga vida y salud para la familia real. Sin embargo, las peticiones no fueron escuchadas por los dioses, por el contrario, parecía que la familia real había sido maldecida.

El faraón Seti tenía hijos saludables, y había sido bendecido con fuertes alfas sin excepción, pero en los últimos años la desgracia había tocado a las puertas del palacio, perjudicando principalmente a su segunda hija.

La joven princesa, era un alfa de características fuertes y dominantes. Nadie dudaba en que tendría una gran descendencia con buena genética, cualquier omega que estuviera cerca de ella lo sabría. Pero hasta ahora después de dos años de casada no había conseguido ningún hijo.

Las murmuraciones no se hicieron esperar, cada una era peor que la anterior, y todas eran dirigidas hacia el joven omega que se había casado con la princesa, no importaba que él fuera el general del reino, la gente de igual manera lo miraba con burla, desprecio y asco, por el simple echo de no ser capaz de darle un hijo a la princesa.

La situación empeoraba cada día y el pobre hombre se sentía inútil, un omega defectuoso que era incapaz de cumplir su deber.

—Lo siento tanto —Susurró el omega entre lágrimas, arrodillado a los pies de la princesa. —No fui capaz de cumplir con mi deber, por favor repúdiame, elimina nuestra marca de unión para que puedas enlazarte a un omega fértil que sea capaz de darte hijos.

La princesa sintió un gran dolor, sabía que su omega no la estaba rechazando, pero sus instintos de alfa lo percibían de esa manera y de cierto modo la hacía sentir sumamente enojada, y no con su esposo, si no con los estúpidos nobles y también con su padre. Ella había sido testigo de todos los comentarios malintencionados.

—Quiero que te levantes ahora mismo —Ordenó la princesa con una voz bastante seria, sin embargo, el hombre no hizo ningún movimiento. —Dije que te levantes. —Repitió, y esta vez el tono fue bajo, acompañado de un gruñido.

El hombre se levantó, pero mantuvo su mirada agachada, sintiéndose indigno.

—Mírame a los ojos. —Una orden simple, que no fue acatada. En este punto la princesa se estaba desesperando, así que con sus dedos tomó la barbilla de su esposo y le levantó el rostro. —Mírame Disebek.

Ambas miradas se conectaron y entonces todos los sentimientos guardados quedaron al descubierto. Los dos lloraron al instante y se abrazaron con fuerza dándose consuelo.

—Te prohíbo que me abandones o que vuelvas a sugerir que yo lo haga, porque eso no va a suceder. Somos una sola alma Disebek, unidos para amarnos incluso en la próxima vida. Nada ni nadie podrá cambiar eso. Te elegí desde el primer momento en que te vi, eres perfecto.

—Pero...

—Shh...no digas nada, solo escúchame.

La princesa con amor sostuvo a su marido y lo llevó hasta la cama; le besó la frente, los párpados y por último los labios repetidamente. Lo impregnó con su aroma, e intentó disipar el amargo olor de tristeza que su pareja desprendía.

—Nada es tu culpa. Tú no merecías esto, todo es culpa de mi padre, a causa de su decreto los dioses nos maldijeron. Él dejó a tantos sin hijos, y ahora nosotros tenemos que pagar las consecuencias de sus acciones.

El entendimiento le llegó a Disebek y más lágrimas se deslizaron por sus hinchados ojos, y ahora el aroma era peor, tan amargo y lleno de odio. De pronto sintió una gran necesidad de matar a alguien, solo para poder vengar a todos los bebés que murieron en su vientre.

La princesa sintió el dolor que su esposo sentía y lo abrazó con fuerza.

—Si, ellos tienen la culpa, no tú. Así que de ahora en adelante quiero que pongas tu frente en alto, demuéstrale a esos malditos el fuerte guerrero que eres. —Susurró, juntando sus frentes. —Tú eres el general del reino, eres más importante que todos esos estúpidos nobles que murmuran por los pasillos.

Disebek sonrió con tristeza, pero su corazón se rebosó de alegría al ver como su alfa le daba su lugar y lo llenaba de elogios, eso lo hacía sentir tan orgulloso y amado. Los pensamientos negativos de antes quedaron en el olvido y ahora una nueva esperanza florecía en su pecho.

—Si, mi amor. Soy el gran general de Egipto, y el digno omega de la hermosa princesa Henutmire, hija única del faraón más poderoso de todos los tiempos. Nadie va a pisotearme nunca más.

La princesa sonrió con gran orgullo y besó los labios de su esposo con amor y pasión.

Después de ese día ambos se dedicaron a pensar de manera positiva, eran jóvenes y tenían esperanza de que los dioses se apiadaran de ellos mandándoles un hijo. Fue así como diariamente y con devoción hicieron culto a sus dioses con ofrendas de la mejor calidad.

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MoisésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora