Capítulo 2: Sombras del Inframundo

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El silencio del infierno se rompió con el sonido de cadenas arrastrándose por el suelo de piedra. Andrés colgaba de la cruz, con su cuerpo débil y marcado por los demonios que lo atormentaban diariamente. Cada corte y quemadura en su piel era un recordatorio de su condena eterna. Sin embargo, había algo más doloroso que el tormento físico: la soledad.

Aunque Eva lo visitaba cada día, las horas que pasaba sin ella eran interminables. Los demonios se burlaban de él, susurrándole al oído que su sufrimiento nunca acabaría, que el cielo estaba tan cerca pero era tan inalcanzable como siempre. Y cada vez que esos pensamientos lo invadían, la desesperación volvía a consumirlo.

Pero entonces, como un rayo de luz en la oscuridad, Eva aparecía. Hoy no fue la excepción.

Ella llegó flotando, su figura etérea contrastando con el oscuro paisaje infernal. A pesar de las barreras invisibles que los separaban, Eva irradiaba una calidez que Andrés anhelaba con todo su ser.

"¿Cómo estás hoy?" preguntó Eva con su suave voz, aunque la respuesta ya era evidente.

Andrés intentó sonreír, pero solo logró un gesto de dolor. "Lo mismo de siempre. Aunque verte hace que sea un poco más soportable."

Eva se acercó lo más que pudo a la barrera que los separaba. Sabía que no podía tocarlo, pero la conexión que compartían era profunda, trascendiendo las leyes del cielo y el infierno. "He estado pensando en cómo ayudarte. Hay algo que podríamos intentar... pero es peligroso."

Andrés levantó la vista, sus ojos llenos de una mezcla de esperanza y miedo. "¿Qué has pensado?"

"Hay un antiguo camino en el infierno," comenzó Eva, su voz bajando a un susurro conspirador. "Un camino que lleva al borde del cielo. No es un acceso directo, pero si podemos llegar allí, quizás... solo quizás... podrías cruzar la barrera."

Andrés se quedó en silencio, procesando lo que Eva le había dicho. La idea de escapar, de finalmente estar libre de su tormento, era tentadora. Pero al mismo tiempo, sabía que los demonios no dejarían que se fuera fácilmente. Y si fracasaban, el castigo sería aún peor.

"¿Y si no funciona?" preguntó Andrés, su voz temblando. "¿Y si nos atrapan?"

Eva lo miró a los ojos, su determinación inquebrantable. "Estoy dispuesta a correr ese riesgo. No puedo seguir viéndote sufrir así. Si hay una posibilidad, por pequeña que sea, debo intentarlo."

El corazón de Andrés se aceleró al escuchar sus palabras. A pesar de la desesperanza que lo había consumido durante tanto tiempo, algo nuevo comenzaba a surgir dentro de él: la esperanza. No era solo la promesa de escapar, sino también la promesa de estar con Eva, de experimentar el amor que nunca había conocido en vida.

"Lo haré," dijo finalmente, con una firmeza que sorprendió incluso a él mismo. "Hagamos lo que sea necesario."

Eva asintió, su mirada decidida. "Esta noche, cuando el infierno esté más silencioso, vendré a buscarte. Debemos ser rápidos y silenciosos. Los demonios no deben sospechar nada."

Andrés asintió, y por un momento, ambos compartieron un silencio lleno de significado. Había tanto que querían decirse, pero las palabras parecían innecesarias. El tiempo se les estaba acabando, y el riesgo que estaban a punto de tomar pesaba en el aire.

Cuando Eva finalmente se desvaneció en la luz del cielo, Andrés se quedó solo una vez más. Pero esta vez, había algo diferente en él. Por primera vez en mucho tiempo, no estaba esperando el tormento de los demonios. Estaba esperando algo más. Algo mejor.

Las horas pasaron lentamente. Los demonios seguían con su rutina de burlas y torturas, pero Andrés mantuvo su mente enfocada en el plan. No podía permitirse flaquear ahora. Sabía que la noche en el infierno no era como la noche en la Tierra. No había estrellas, ni luna, ni siquiera una verdadera oscuridad. Solo un vacío perpetuo que hacía que el tiempo se sintiera interminable.

Finalmente, cuando los demonios parecían haber bajado la guardia, Eva apareció de nuevo, esta vez con una expresión de urgencia en su rostro.

"Es hora," susurró. "Vamos."

Andrés, debilitado por el sufrimiento, apenas pudo moverse al principio. Pero Eva, a pesar de no poder tocarlo físicamente, lo guió con sus palabras y su presencia. Lentamente, bajó de la cruz, sintiendo cada herida en su cuerpo protestar, pero no podía detenerse ahora.

El camino por el infierno era sinuoso y lleno de peligros. Las sombras parecían tener vida propia, y cada ruido amenazaba con delatar su presencia. Los demonios patrullaban las áreas cercanas, pero Eva conocía los recovecos del infierno mejor de lo que Andrés podría haber imaginado.

"Por aquí," susurró ella, llevándolo por un estrecho sendero entre las rocas ardientes.

Pero justo cuando pensaban que estaban cerca del borde, un ruido estruendoso resonó detrás de ellos. Los demonios habían descubierto su ausencia.

"¡Corre!" gritó Eva, con una desesperación que Andrés nunca había oído en su voz antes.

Corrieron juntos hacia el borde del cielo, donde una barrera invisible brillaba tenuemente en el horizonte. Podían ver la luz celestial más allá, tan cerca y, al mismo tiempo, tan lejana.

Eva cruzó sin dificultad, pero cuando Andrés intentó seguirla, fue detenido bruscamente por la barrera. Era como si una fuerza invisible lo empujara hacia atrás.

"No... ¡No!" gritó, golpeando la barrera con todas sus fuerzas. Pero era inútil. La barrera no cedía.

Eva, al otro lado, lo miraba con lágrimas en los ojos. "Andrés, lo siento... lo siento tanto..."

Los demonios se acercaban rápidamente, sus risas llenas de malicia. Andrés sabía que su tiempo se estaba acabando, pero no podía dejar de intentar. Golpeó la barrera una y otra vez, sus manos ensangrentadas y desesperadas.

Finalmente, cuando los demonios estaban a punto de alcanzarlo, Andrés cayó de rodillas. Miró a Eva, que estaba tan cerca pero tan fuera de su alcance, y dijo con voz temblorosa: "Prometiste que no me dejarías solo."

Eva extendió la mano hacia él, aunque sabía que no podía tocarlo. "Nunca lo haré, Andrés. Lo prometo. Encontraremos otra manera."

Y mientras los demonios lo arrastraban de vuelta al infierno, Andrés mantuvo su mirada fija en Eva, aferrándose a esa última promesa, aunque en su corazón sabía que cada día en el infierno se volvería aún más insoportable. Pero si había algo que el amor le había enseñado, era que aún en la oscuridad más profunda, siempre había una pequeña chispa de esperanza.

Amor en el LimboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora