La oscuridad envolvía la isla como un manto silencioso, pero Gala no se dejaba engañar por la calma aparente. Sabía que los hombres de Karime estaban por todas partes, vigilando cada rincón. Sin embargo, esta noche, Gala estaba decidida a escapar.
Karime, la líder implacable de la organización, había salido para resolver un asunto urgente. Era la oportunidad perfecta. Gala, que había pasado semanas estudiando cada detalle del lugar, sabía que la ventana para escapar era estrecha.
Con el sigilo de un felino, Gala se deslizó por los pasillos de la mansión. Había aprendido a moverse sin hacer ruido, a evitar las cámaras, y sobre todo, a no dejar rastro. Los nervios la consumían, pero la adrenalina la mantenía firme. No podía dejar que el miedo la detuviera.
Llegó a la sala de control, donde estaban las cámaras de seguridad. Había pasado días observando cómo funcionaban y ahora, con manos temblorosas, desactivó la sección que cubría la salida trasera. El tiempo corría en su contra, pero lo había logrado.
Con el corazón palpitante, Gala corrió hacia la salida. Pero cuando empujó la puerta, una figura conocida apareció frente a ella: Karime. Su expresión fría y calculadora se transformó en una mezcla de sorpresa y furia.
—¿De verdad pensaste que podías escapar de mí? —susurró Karime, dando un paso hacia adelante.
Gala, sin otra opción, retrocedió hasta que su espalda chocó con la pared. El miedo que había reprimido durante semanas brotó en sus ojos, pero también lo hizo la determinación.
—No puedes tenerme aquí para siempre —respondió Gala, tratando de sonar firme.
Karime sonrió, un gesto peligroso en su rostro.
—Eso es lo que no entiendes, Gala. No tienes que estar aquí... pero siempre estarás conmigo. No hay lugar en el mundo donde puedas esconderte que yo no pueda encontrar.
El silencio que siguió fue denso, cargado de tensiones no resueltas. Karime avanzó hasta que solo un suspiro de distancia las separaba. Gala podía sentir el calor que emanaba de ella, la intensidad en su mirada.
—Ahora, vuelve a tu habitación —ordenó Karime suavemente, pero con una autoridad inquebrantable.
Con el corazón roto y el espíritu encadenado, Gala supo que su intento había fracasado. Lentamente, volvió sobre sus pasos, sintiendo la mirada de Karime clavada en su espalda, como una promesa de que nunca escaparía.