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Hacía rato que el café se le había quedado helado, pero Fina no parecía dispuesta a salir de sus pensamientos para volver al momento presente. Acomodada contra el respaldo de la silla y con los brazos cruzados, su semblante se veía indescifrable mientras sus ojos permanecían fijos en la puerta que daba entrada a la cantina, aunque no miraba nada en realidad. Tan perdida se encontraba en su debate interno que ni siquiera vio a Esther cruzar esa misma puerta y sonreír al verla. No fue hasta que la tuvo al lado que reaccionó y la miró.

—Hola. —saludó la pelirroja.

—¡Vaya, por fin! Me quedan solo diez minutos de descanso. ¿Dónde te habías metido?

—Bueno, se que llego con algo de retraso pero no me esperaba este recibimiento. —Esther no dejó de mirar a Fina mientras se acomodaba en la silla—. ¿Te ha pasado algo?

—No… no, perdona. Es que fuiste tú la que insistió en que viniera a la cantina a comer hoy sabiendo todo el trabajo que tenemos esta semana en el almacén. —espetó Fina— Pensé que tenías algo importante que decirme. Si no, ¿a qué tanta insistencia?

—Y sí que tengo algo importante que hablar contigo.

—Pues imagino que será importante pero corto entonces.

—Ay Fina, mira, mejor lo dejamos para otro momento en el que estés menos estresada por el trabajo y más receptiva.

Fina se sintió un poco culpable al ver que Esther hacía ademán de levantarse para marcharse. La agarró del brazo para indicarle que volviera a sentarse y la miró con los ojos cargados de arrepentimiento. Era verdad que le pasaba algo, algo que nada tenía que ver con la impuntualidad de su novia, pero aún estaba en ese punto en el que no sabía si era mejor mencionarlo o quedarse calladita y esperar a ver si se le pasaba.

—Lo siento. Te prometo que no haré más comentarios tontos. Cuéntame; soy toda oídos. —Esther soltó un suspiro antes de apretarle la mano durante un par de segundos en señal de que aceptaba su disculpa.

—Vale, a ver… ¿recuerdas que últimamente hemos estado hablando de lo maravilloso que sería vivir en un lugar donde pudiéramos ser más… nosotras?

—Eh,... Sí. La otra noche estuviste un poco pesada con el tema de los franceses. Que si es un país modernísimo, que si qué bonita es París, qué tolerantes todos…

—Bueno, ¿y acaso no es verdad? —saltó Esther, algo ofendida—. Además, tú parecías estar de acuerdo. Incluso estuvimos fantaseando sobre cómo sería vivir y trabajar allí… vivir juntas, sin tener que inventar excusas porque nadie nos prestaría atención.

—Sí, supongo que sí. Pero, ¿por qué me hablas de eso ahora? —La única respuesta de Esther fue una de sus típicas medio sonrisas y, sin saber muy bien por qué, Fina se puso en alerta—. ¿Tiene esto algo que ver con el hecho de que te pidieras el día libre?

—¡Pero qué lista es mi chica!

—¡Shhhh! ¡Baja la voz! —exclamó la morena susurrando mientras miraba nerviosa a su alrededor. Pero aparte de ellas, allí solamente estaban Gaspar tras la barra y dos operarios de la fábrica sentados en una mesa lo bastante alejada de ellas—. Tanto hablar de París que ya te crees que estás allí.

—No hay nadie cerca. Tranquila.

—Gaspar no está tan lejos.

—Gaspar nunca se entera de nada. —Esther parecía divertida con la situación.

—No entiendo qué te hace tanta gracia.

—No me estoy riendo de ti, Fina. Simplemente estoy feliz, ilusionada. Porque pronto, si tú quieres, no tendremos que preocuparnos más por si escuchan o no nuestras conversaciones.

Desde siempre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora