III

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Si doña Marta iba a regresar a casa, lo más sensato que ella podía hacer era marcharse con Esther. Marcharse a París o al fin del mundo, a donde fuera, pero lejos de su presencia. Cinco años habían pasado desde que la señorita se hubiera convertido en señora tras pasar por el altar; cinco años también desde que Fina la había visto por última vez. Para sorpresa de nadie, Marta se había marchado de Toledo después de su boda para acompañar a su marido en prácticamente todos sus viajes, si bien la residencia oficial de la pareja se encontraba en Niza.

Y en todo ese tiempo la hija de Isidro había conseguido seguir adelante con su vida, luchando por tener una normalidad y un bienestar a base de fingir que ella no existía, que Marta de la Reina había sido poco menos que una creación de su mente adolescente. En las raras ocasiones en las que escuchaba a alguien hablar sobre una inminente visita de doña Marta y su esposo, Fina no podía evitar que su interior se revolucionara ante la mención del nombre de aquella, recordándole que esos sentimientos seguían ahí. Pero lo que sí podía evitar era verla, cruzarse con ella aunque fuera una sola vez. Para ello se aseguraba siempre de no aparecer por la casa durante los días que se prolongaba la estancia del feliz matrimonio, cosa que se hizo mucho más fácil una vez empezó a trabajar en la fábrica y se hubo trasladado a las habitaciones disponibles para los empleados en la colonia.

Pero ahora doña Marta volvía para quedarse por tiempo indefinido, pues iba a tomar posesión del puesto que le correspondía en la junta directiva de la empresa (Fina no tenía ninguna duda sobre eso, ya que la señora se había preparado durante años para estar en primera línea de la toma de decisiones), y al parecer sus competencias iban a estar muy ligadas al área de ventas. Su presencia, por tanto, sería una constante en la tienda y el almacén de la colonia. Resultaría imposible no cruzársela en aquellos espacios, tener que escuchar sus directrices alguna que otra vez, y por supuesto siempre existiría el riesgo de tropezarse con ella cuando fuera a visitar a su padre a la casa grande. Ahora sí que estaba convencida de que debía tener esa conversación con Isidro para saber qué opinaba sobre la propuesta de Esther. Y si él no se oponía o no se lo tomaba muy mal, Fina aceptaría marcharse con ella.

Acababa de decidirlo en ese preciso instante, apoyada como estaba en el mismo roble donde había encontrado a Marta aquella determinante noche seis años atrás. Sabía que echaría mucho de menos a su padre pero, ¿quién sabe? Puede que con el tiempo pudiera convencerlo de que se uniera a ella en París una vez se hubiera retirado como chófer de don Damián. Lo que tenía claro era que no quería seguir viviendo allí si eso significaba tener que ver a Marta y, sobre todo, tener que verla con su marido. Se la imaginaba enamorada, feliz, formando una familia… y se le hacía insoportable. No era que quisiera verla infeliz, no. Le deseaba todo lo bueno del mundo, pero tenía la certeza de que presenciar esa estampa le arrebataría el sosiego y la alegría que había logrado construir en su ausencia.

Sin darse cuenta los ojos se le habían humedecido, y se regañó mentalmente por ser tan débil en todo lo referente a esa mujer. ¿Por qué solamente ella tenía el poder de hacerla tambalear así? A sus veintidós años, Fina se había convertido en una mujer segura, confiable y optimista. Sin embargo, cuando pensaba en Marta volvía a sentirse como esa chiquilla que temblaba en su presencia y ansiaba su atención. Esa chiquilla terminó con el corazón roto, Fina, y ya no estamos para juegos. Compórtate como la mujer que eres hoy. Tienes derecho a ser feliz. Y con ese pensamiento continuó por fin su camino hacia la cantina, donde Esther y Carmen la esperaban ya algo impacientes.

—¡Menos mal, Fina! ¿Dónde te habías metido? Estamos muertecitas de hambre. —A pesar del reproche y del tono acelerado, Carmen sonrió a su amiga.

—Lo siento, chicas. Fui a ver a mi padre y me entretuve más de la cuenta.

—No te preocupes. Es temprano y todavía no hay demasiada gente. —Esther también sonrió mientras sus ojos escudriñaban el rostro de su novia en busca de alguna pista sobre su estado de ánimo—. Seguro que Gaspar no tardará en atendernos.

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⏰ Última actualización: Oct 25 ⏰

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