Cielo, una joven Na'vi solitaria de los Omaticaya, recorría los paisajes de Pandora cada día, habiendo crecido cerca de la familia Suli.
Sin embargo, Neteyam era un enigma. Desde hace tiempo, su presencia distante y misteriosa desafiaba la comprensi...
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memory.
Bajo el cielo de Pandora, Neteyam y Cielo compartían un momento especial en el río, rodeados por la exuberante selva que latía con vida. El sonido del agua corriendo sobre las rocas y los susurros del viento entre los árboles creaban una sinfonía tranquila, perfecta para la enseñanza que estaba a punto de ocurrir.
Neteyam, a sus 16 años, ya mostraba la serenidad y el enfoque de un guerrero en formación. Con paciencia, observaba a su joven compañera mientras sostenía el arco en sus manos temblorosas.
—Cielito, debes mantenerte firme. Tu postura es la clave; deja que la flecha sea una extensión de tu voluntad. Apunta a tu presa, pero no dejes que el miedo o la duda te controlen. —Instruyó Neteyam, ajustando suavemente los brazos de la chica.
Cielo frunció el ceño, su voz apenas un susurro cuando respondió.
—No sé cómo dejar de temblar, nunca he hecho esto antes.
—Concéntrate, Cielito. —Dijo Neteyam, su tono cálido pero firme.
—Si sigues presionándome, no vamos a lograr nada. —Replicó ella, lanzándole una mirada fugaz.
—Tranquila, estamos solo tú y yo. No hay nadie aquí para juzgarte. —Neteyam le dedicó una sonrisa, pero Cielo no pudo evitar replicar.
—Tú solo ya opinas por mil —Respondió con un bufido, dejando caer el arco al suelo con un gesto de frustración.
Neteyam suspiró, recogiendo el arco y extendiéndoselo de nuevo.
—Cielo, así no avanzaremos —Le dijo, su tono un poco más serio.
Cielo miró el arco con una mezcla de resignación y obstinación.
—Pobres pececitos —Murmuró.
Neteyam se rió suavemente y, con una destreza fluida, apuntó al río. Su flecha voló con precisión, atravesando la cabeza de un pez en un solo movimiento.
—Cuando lo pruebes, dirás "deliciosos pececitos" —Bromeó, mostrando el pez a Cielo.
Ella, sin embargo, lo miró con los ojos entrecerrados.
—¡Eres un animal! —Lo reprendió, indignada.
Cielo aún no comprendía la necesidad de cazar; su mundo estaba lleno de frutas frescas y agua cristalina. La idea de tomar una vida, por pequeña que fuera, le resultaba desconcertante.