Capítulo 4: El nuevo comienzo

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El tiempo en la mansión parecía pasar en un ciclo interminable de días grises y noches aún más oscuras. Aunque Sebastián y Katherine hacían todo lo posible para adaptarse a mi presencia y proporcionarme lujos, su esfuerzo parecía en vano ante la pared de frialdad que había construido a mi alrededor. Mi mente se mantenía atrapada en el pasado, mientras que la caja de música y el diario se convertían en los únicos refugios de mi tormento.

Una tarde, mientras exploraba los rincones olvidados de la mansión, encontré una habitación cerrada que había permanecido cerrada durante mi estancia. La puerta estaba cubierta de polvo, y la cerradura parecía haber sido utilizada solo ocasionalmente. Mi curiosidad se desbordó, y, con un esfuerzo, logré abrir la puerta con una antigua llave que encontré en un cajón. Lo que descubrí detrás de esa puerta fue una sorpresa inesperada: una especie de sala de estudio, llena de muebles antiguos, estanterías repletas de libros y una gran ventana que ofrecía una vista panorámica del jardín.

Me adentré en la sala, sintiendo una mezcla de asombro y nerviosismo. Los libros estaban organizados meticulosamente, y el ambiente de la sala contrastaba con la frialdad del resto de la mansión. En un rincón, encontré una mesa con una lámpara de escritorio antigua y una silla desgastada por el tiempo. Decidí sentarme en la silla y examinar los libros que estaban al alcance. Entre ellos, encontré varios volúmenes que trataban sobre psicología, filosofía y, de manera más inquietante, estudios sobre la psicopatía.

Una noche, mientras leía uno de los libros sobre psicopatía, me encontré con una descripción inquietantemente familiar. El libro describía patrones de comportamiento y características de individuos que habían experimentado traumas profundos, personas que, como yo, podrían desarrollar una personalidad violenta y destructiva como resultado de su sufrimiento. Las palabras resonaban en mi mente, y me pregunté si esta descripción encajaba con mi propia experiencia.

Fue entonces cuando me di cuenta de que había una conexión entre mi dolor y la historia que se desarrollaba en mi mente. La voz que me susurraba, el odio que sentía hacia el mundo y la frustración que me consumía parecían estar alineados con los patrones descritos en los libros. La revelación me dejó perplejo: ¿Era yo una de esas personas que el libro describía? ¿Estaba destinado a seguir un camino de destrucción?

En un intento de entender mejor mis sentimientos, comencé a escribir en un cuaderno que había encontrado en la sala de estudio. El acto de escribir me ofrecía una forma de exteriorizar mis pensamientos más oscuros y confusos. Cada noche, al finalizar mis lecturas y reflexiones, me sentaba en la sala de estudio y volcadaba mis pensamientos en el cuaderno, como si intentara descifrar un enigma interno.

La escritura se convirtió en una terapia inesperada. Las palabras salían de mi pluma con una intensidad que reflejaba la agitación que sentía dentro de mí. Las páginas del cuaderno pronto se llenaron de relatos crudos y sinceros sobre mi dolor, mis pensamientos y mis deseos de venganza. Cada palabra escrita parecía aliviar un poco el peso de mi sufrimiento, aunque solo fuera momentáneamente.

El diario que había encontrado también seguía siendo una fuente de consuelo. Mientras leía sus páginas, me di cuenta de que el autor del diario había pasado por una experiencia similar a la mía, y sus reflexiones me ofrecían una perspectiva valiosa. La conexión con esa historia me permitió ver mi propia situación desde un ángulo diferente, como si estuviera dialogando con un alma gemela que había enfrentado los mismos demonios.

Una tarde, mientras leía una entrada particularmente desgarradora del diario, decidí que era hora de tomar una decisión sobre mi vida. No podía seguir encerrado en un estado de odio y desesperación; necesitaba encontrar una manera de canalizar mis emociones hacia algo constructivo. La voz en mi mente seguía presente, pero ahora estaba mezclada con una nueva determinación. Sabía que no podía escapar de mi pasado, pero quizás podía encontrar un propósito en el presente.

La sala de estudio, con su atmósfera tranquila y sus libros antiguos, se convirtió en mi santuario personal. Cada vez que sentía que el odio y la ira se apoderaban de mí, me refugiaba en esa habitación y me sumergía en la lectura o la escritura. El ambiente en la mansión parecía cambiar lentamente a medida que me involucraba más en mis nuevas rutinas. Sebastián y Katherine notaron mi creciente interés en el estudio y comenzaron a respetar mi espacio, reconociendo que había algo más profundo en mí de lo que habían visto inicialmente.

A medida que pasaban los meses, la mansión se convirtió en un lugar menos hostil. Aunque mi resentimiento y dolor seguían presentes, la sala de estudio y el cuaderno se convirtieron en aliados inesperados en mi viaje hacia la autocomprensión. La voz en mi mente se volvió menos dominante, reemplazada por una introspección más matizada y un deseo creciente de encontrar mi propio camino en medio del caos.

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⏰ Última actualización: Aug 19 ⏰

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