«Fue mi culpa desde el principio»

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Wonwoo apretó los dientes, cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. Se esforzó por concentrarse en exhalar aire, sentía cómo un zumbido empezaba a nacer en sus oídos, al tiempo que un ardor intenso le quemaba la zona del muslo donde una espada había alcanzado a rasgar su piel. Normalmente se adentraba al campo de batalla con su armadura completa, sin embargo, esta vez había sido un ataque imprevisto y prefirió utilizar el poco tiempo de respuesta que tuvo para vestirse con la parte superior de la armadura, dejando desprotegida su cintura y piernas.

—Debí traer conmigo la otra parte de tu armadura y obligarte a usarla —murmuró Mingyu, al tiempo que empapaba con vino un trozo de tela y lo exprimía sobre la herida de su compañero. Detestaba ver a Wonwoo pasando por cualquier tipo de dolor; se suponía que era su responsabilidad protegerlo de todos y cada uno de los peligros, sin embargo, esta ocasión había sido difícil desviar dos espadas al mismo tiempo, sobre todo porque una se dirigía directo a su cuello, mientras la otra apuntaba a su muslo izquierdo.

—Está bien —lo disculpó Wonwoo. Todavía tenía el pecho agitado debido al dolor que le había provocado esa curación improvisada—. Fue mi culpa desde el principio, si no hubiese ignorado este lado del territorio por tanto tiempo, seguramente podría haber previsto el ataque y no tendríamos que haber salido de emergencia.

—Eres demasiado duro contigo —aseveró Mingyu, sacudiendo la cabeza en un gesto de negación.

—Lo mismo digo —resopló el otro chico, al tiempo que su rostro dibujaba una media sonrisa. En ocasiones como estas, prefería reír que llorar.

Después de unos segundos de reposo, Mingyu se puso de pie y extendió la mano hacia su compañero pelinegro para ayudarlo a levantarse, pues a pesar de que no había sido una herida demasiado profunda, no quería que se esforzara mucho.

Una vez de pie, puso el brazo del herido alrededor de su cuello para que pudiera apoyarse y caminar —o cojear— hasta su caballo. Mientras se acercaban al corcel, escanearon con la mirada el campo de batalla: muchos hombres yacían inertes, algunos iniciaban la etapa de rigor mortis, otros emitían suaves quejidos de dolor, pero era obvio que no les quedaban muchos alientos antes de que la vida abandonara sus cuerpos.

No todo era muerte, pues presente se encontraba también el batallón del reino de Kaeleos, de donde Wonwoo y Mingyu eran originarios. Se erguían en imponentes caballos de batalla, si bien no habían salido ilesos del enfrentamiento, lo cierto es que habían neutralizado de forma efectiva a los atacantes, de cuya existencia se habían enterado hace apenas unas doce horas.

Mingyu llevaba ocho años ayudando a Wonwoo a subir a su caballo cuando resultaba herido en las batallas, por lo que esta ocasión lo asistió con facilidad y una coordinación que se había vuelto natural entre ellos. Una vez sobre su corcel, Wonwoo gritó órdenes para que el batallón se colocara en posición para retirarse; debían adoptar una formación que colocara a los heridos en el centro, protegidos por los hombres que presentaran menos afectación física.

Mientras cabalgaban de regreso al palacio, el herido del muslo se carcomía la mente, preguntándose en qué momento había perdido su destreza para la batalla. No había previsto el ataque, ni siquiera había enviado a algún equipo de reconocimiento para que explorara esa zona. Por otro lado, ¿cómo era posible que hubiese fallado al bloquear el ataque de la espada que terminó lastimándolo? No sabía la respuesta a esos cuestionamientos, pero una cosa era cierta: su padre iba a reprenderlo.

Él no era sólo un hombre canoso, gruñón y poco paciente, también era el rey de Kaeleos, quien presentía estar cerca de su muerte y que por esa misma razón esperaba que su hijo se preparara para asumir el mando del reino. Sin embargo, Wonwoo no se sentía listo.

Tenía veintiún años, era desde luego un hombre maduro y entrenado desde su infancia, pero prefería pedirle a los músicos del palacio que lo deleitaran con sus melodías, o solicitar al personal que preparara una de sus representaciones teatrales favoritas. Cuando el ambiente era el adecuado, también acudía a la biblioteca del palacio para leer y escribir. Sabía derramar sangre, pero no quería hacerlo.

Sintió un golpecito en su zapato, era Mingyu, quien lo seguía de cerca en su propio cuadrúpedo de ataque. Si bien el chico sólo levantó las cejas, Wonwoo sabía lo que le preguntaba.

—Estoy bien —aseguró, enderezando la espalda para mejorar su postura al cabalgar; creía que de esta manera también pesaba menos el estrés sobre sus hombros.

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Una vez en el palacio, todos los hombres heridos, incluyendo al heredero a la corona, fueron trasladados al área de tratamiento médico para ser evaluados inmediatamente. El muchacho herido se encontraba en la habitación reservada para la familia real, tendido sobre una camilla. Miraba con paciencia a Sophie, la enfermera que lo había procurado desde su nacimiento, quien había curado su primera fiebre y quien ahora le untaba una pomada hecha con diversos aceites, opio y plantas astringentes.

—Ya está, su Majestad —dijo Sophie cuando terminó de vendar el corte—. Le pediría que guarde reposo de tres a siete días, pero por su semblante, creo que mañana estará entrenando sin parar. Sólo le pido que si la herida huele mal o supura, se acerque conmigo inmediatamente.

—Me conoces demasiado bien, Sophie. Gracias por tu ayuda, me quedaré aquí un rato mientras pasa la molestia.

Así, Wonwoo se quedó solo en la habitación. Cerró los ojos y, después de unos minutos, comenzó a sentir cierto alivio. Sólo entonces pudo reconocer que su cuerpo se encontraba exhausto. Sintió sus hombros soltar la tensión que tenía acumulada y, sin darse cuenta, cayó en un profundo sueño.

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