Rojo y con manchas negras

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El corazón le dolía, su visión fallaba, el amor que quedaba dentro de él moría a cada segundo. La miró desfalleciendo, sus ojos apagándose, lejos de la vida, lejos de él.

Sus mayores miedos cobraron vida porque no había nada que pudiera hacer. Desde el momento en que vio que aquella persona no era normal, sino que era un monstruo, una criatura fuera de este mundo, supo que algo estaba mal. Al correr para ir por ella, el ser lo había congelado con su mirada, un poder más allá de todo lo conocido lo dejó paralizado, podía respirar pero no moverse, podía sentir pero no gritar.

La criatura que tenía una apariencia hermosa se limitó a sonreír al ver a su amada, Lydia dejó sus barreras al ver a aquella mujer de belleza descomunal pidiendo ayuda.

Leonardo quiso gritar pero no pudo, quiso ayudarla y deshacer el agarre que tenía sobre ella pero no pudo hacer más que mirarlas. A la bestia y a Lydia, que con tal corazón puro decidió acceder a ayudarla en un callejón oscuro, dejando la seguridad de la luz de la calle, de la protección de las multitudes y del amor que aún latía en su corazón.

Aquella bondad la mató, pensó él.

Una vez que los colmillos tocaron la piel de Lydia, el hechizo desapareció y ella sintió temor, sintió deseos de luchar, pero todo estaba perdido. Su corazón puro y amable le había hecho caer. Su bello y delicado rostro se cubrió en cuestión de segundos de lágrimas, de deseos cayendo al piso, de esperanza en un futuro roto. Lydia caía sin vida segundo a segundo como cuando se ve al sol desaparecer en un atardecer, la oscuridad inundó sus ojos, su rostro y la oscuridad fría la acogió, le dio la bienvenida que tanto miedo le daba.

Pues algo era cierto, Lydia era joven, con años por delante, un futuro prometedor a sus tan solo 25 años. Lydia le tenía miedo a la muerte, a morir sola.

Cuando el ser le quitó las manos encima y se esfumó, Leonardo cayó al suelo.

Como pudo alcanzó su cuerpo, toda su visión se volvió de color rojo y con manchas negras, porque la ira y el miedo la nublaban. Envolvió el cuerpo de su amada entre sus brazos, lágrimas caían una a una desde sus ojos a la delicada piel de Lydia. Ella desfallecía.

La frialdad apareció mientras él le hablaba, la calmaba, e intentaba no caer en pánico. Ella esbozó una ligera y débil sonrisa, así murió.

Entre la desesperación de Leonardo, sus gritos se escuchaban a lo lejos. Maldiciones a dios, al mundo, y al ser que se la había llevado ensangrentada. Pero un pequeño pensamiento calmó su dolor, al menos unos segundos.

Lydia no había muerto sola.

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⏰ Última actualización: Aug 22 ⏰

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