Prólogo.

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La piel pálida del príncipe estaba perlada en sudor. Su pequeño cuerpo se retorcía sobre la cama, revolcándose en el dolor mientras luchaba por despertar.

La joven mujer arrodillada a su lado lo miraba con terror mientras apoyaba una de sus manos contra la frente caliente del niño.

—¡Su alteza! —  Janai tomó un trozo de tela blanca que llevaba consigo sobre el hombro y lo remojó en un cuenco de agua helada puesta sobre la pequeña cómoda de mármol.

Darien ardía en fiebre, y ella hizo todo lo posible para disminuirla, pero el niño bajo sus manos aún temblaba.  El corazón de Janai se volcó en angustia. 

Antes había hecho el mismo procedimiento con él, porque no era la primera vez que algo así pasaba, pero ahora Darien no despertaba.

—Iré por ayuda  — dijo Janai. Se levantó pero entonces Darien abrió los ojos y se sentó de golpe aspirando una bocanada profunda de aire.

Él la miró y, sin dudar, se lanzó a sus brazos con lágrimas en los ojos.

Janai lo envolvió y acurrucó su cabeza contra su pecho mientras sus manos ásperas y trabajadas acariciaban con dulzura el sedoso cabello negro.

—¿Otra pesadilla? — Janai hizo todo lo posible para que su voz no temblara.  Debía ser fuerte para él, era lo único que podía hacer.

El niño entre sus brazos asintió lentamente. Él se apartó de ella y la observó con sus ojos grandes, vidriosos e inocentes.

Janai limpió las lágrimas de las mejillas de Darien y forzó una sonrisa

— Me duele dormir, me duele siempre que sueño con él...

Con él.

Era el mismo sueño desde hace meses, la misma persona. Pero cada vez, cada nueva pesadilla, parecía ser peor que la anterior; más vivida, más dolorosa, más nítida.

Cada mañana que un sueño así sucedía, Darien se despertaba vomitando, temblando o con un dolor insoportable de cabeza.  Él se había quedado dormido llorando, rogando para no cerrar los ojos.

Y ella había tenido que verlo, había tenido que estar ahí cantándole canciones suaves para adormecer su miedo.

—¿Qué pasó esta vez? — La voz suave de su sirvienta le acarició el corazón.

Ella había estado con el príncipe desde que su madre falleció.  Darien era como un hijo para Janai.

—No lo recuerdo..— su voz en un hilo, volvió a temblar —; Es borroso.

Darien llevó una de sus manos contra su pecho. Había algo extraño esa mañana, un sentimiento ajeno que se arremolinaba en su corazón.

El pecho le dolía sin razón alguna.

—Suficiente. Hablaré con tu padre. — Janai se dispuso a irse, pero fue detenida cuando Darien la tomó del dobladillo de su vestido blanco y la forzó a volverse.

—No le digas nada a papá —Su voz suave salió como una súplica.

—Esto no está bien Darien — Ella se liberó del agarre y abandonó el dormitorio, no sin antes encargar al príncipe a otras dos doncellas que flanqueaban la entrada con bandejas de plata repletas de comida.

Janai avanzó por el amplio pasillo revestido por una alfombra de terciopelo roja, dobló a la derecha y atravesó un par de vestíbulos y jardines.

Ella se dirigió al lugar donde suponía que encontraría al rey, según su rutina de aquel día.

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