Capítulo 1

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PARTE 1: EL LAMENTO DE LUCIEN EINARD.


Aldea Eridor, Reino de Lathriel — 7 años después.


....

—¿Lucien? — la suave voz de Faelynn lo sacó de su ensoñaión — ¿Otra vez tienes la nariz metida en esos libros?

Lucien levantó la mirada y se concentró en los ojos celestes que le observaban con preocupación.

Forzó una sonrisa. Sabía que a ella no podía mentirle: Era su mejor amiga después de todo.

Faelynn se acercó y tomó el libro que Lucien sostenía.

—¡Hey! —Él hizo un mohín —. No es justo, ¡Solo estaba leyendo!

— Si tú papá se entera que estás hojeando este grimorio de nuevo, se va a enojar — Su mejor amiga devolvió el libro al estante.  

— Es triste que sea lo único que podamos hacer.

La magia estaba prohibida en la aldea, salvo para usos muy específicos y básicos.  Desear estudiar magia era algo impensable.

Sobre todo porque la gente de la aldea no tenía un vínculo fuerte que les permitiera manipular la magia.  Su cuerpo no la soportaba.

Eran los rezagados, los marginados, los olvidados por los dioses.  ¿Cómo podría vivir gente incapaz de controlar la magia en un mundo rodeado por ella?

Era peligroso aventurarse fuera de la aldea, porque conocer sobre la magia pero carecer de ella te convertía en un blanco fácil.

Lucien suspiró y sacudió sus manos.

— No es justo —  insistió.

— Yo sé qué no lo es — Faelynn apoyó una mano en el hombro de Lucien—. Pero has aprendido más que la mayoría.

— Solo he leído, Faelynn. Nada más que eso...

Faelynn, la hija del Rey Fae, era la única persona con la que Lucien podía hablar tan abiertamente. Ella se había colado a Eridor a espaldas de su padre hace años, volviendo la aldea su segundo hogar.

—¿Por qué no vamos afuera? — propuso— Necesitas tomar aire fresco.

Ambos abandonaron la pequeña biblioteca y se encaminaron hacia la plaza. Y a pesar de que era temprano, ya había mucho movimiento.

— Que extraño, nunca hay tanta gente aquí...—Lucien miraba ambos lados del sendero mientras caminaba en busca de algún puesto despejado, pero a dónde quiera que miraba, había gente.

Mientras caminaba observó a pequeñas familias ir y venir, artesanos laborando y un par de soldados patrullando.

La aldea era bastante tranquila y alegre, modesta y pequeña. Era un lugar acogedor, pero ese día algo parecía no encajar del todo en la expresión de algunas personas.

—¡Hijo! — una voz grave llamó su atención. Venía de una de las tiendas cercanas — ¿Pueden tú y la señorita Faelynn ayudarme con unos costales?

Lucien reconoció al hombre robusto y de bigote: un vendedor de una tienda de suministros que su padre solía visitar.

Al ser hijo del actual jefe de aldea, no había persona que no conociera al amable Lucien Einard.

Ambos terminaron aceptando el pedido y cargaron con los costales hasta una carreta que se dirigiría a la ciudad más cercana.

—¿Esto se siente ser un jefe de aldea? — Lucien sonrió.

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