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Cuando Samantha ingresó a la casa, un delicioso olor a estofado de carne invadió su nariz, y sintió como su estómago rugía por el hambre.
 
Parpadeó, sorprendida, porque no recordaba cuándo fue la última vez que Abril decidió cocinar estofado. Los últimos meses, debido a la cantidad de trabajo que ambas tenían, solían comer fuera o pedir algo para llevar, dejando de lado las comidas caseras, los almuerzos en conjunto, las conversaciones tontas, pero bonitas, que solían tener.
 
-Bienvenida, Samantha -le gritó Abril desde la cocina, y de forma
inevitable, se dirigió a ella como solía hacer antes, sólo que, en lugar de abrazarla por la cintura para hacerla reír y darle un par de besos en el cuello y los labios, se limitó a quedarse de pie bajo el marco de la puerta. Vio su rostro colorado por el calor en el lugar, su expresión relajada y el mandil de girasoles atado a su cintura-. Te extrañé mucho, ¿cómo te fue hoy?
 
No podía quitar sus ojos de Abril.
 
No podía desviarlos, no podía dejar de ver esa mirada tan brillante, esa sonrisa de corazón hermosa que poseía, esos hoyuelos que quería tocar todo el tiempo.
 
Por un breve instante, quiso abrazar a Abril, enterrar su rostro en el pecho de ella y acurrucarse en sus brazos, como hacía meses atrás, cuando las cosas parecían ir bien, cuando Rocio era sólo una asistente y no algo más.
 
Rocio.
 
La pobre de Rocio mirándola con pena y molestia por la decisión de aceptar la propuesta de Abril, hablándose sóla lo necesario, sin querer tener una conversación privada con ella.
 
-Bien -respondió con tono lejano, comenzando a quitarse el saco-,
cerré un nuevo trato, voy a dedicarme a diseñar un nuevo centro
comercial.
 
-Felicitaciones -dijo Abril girándose, dándole la espalda-, te lo
mereces, Samantha, trabajas duro.
 
Y tú, Abril, te mereces a alguien mejor, penso Samantha, caminando hacia el cuarto para cambiarse de ropa.
 
De forma inevitable, recordó a Abril dentro del auto de esa enana a quien llamó uno de sus pacientes, mirándola con tanta adoración y ternura que su estómago se encogió por algún motivo que no podía comprender. La desesperada necesidad de alejarla de ella, de impedirle que la besara, llegó de forma inevitable obligándola a actuar.
 
Sonaba como una maldita hija de puta egoista, lo sabía, pero no
se trataba de eso. Abril podía ilusionarse con facilidad, y si esa
enana sólo la quería para un momento, ¿no le estaba evitando entonces más sufrimiento?
 
Era eso. Sólo eso, lo juraba.
 
Abril, en tanto, suspiraba mientras apagaba la cocina, el estofado ya listo, las papas salteadas preparadas. Ese día salió más temprano porque su último paciente canceló la hora, así que aprovechó para llegar antes a casa y poner sus habilidades culinarias en acción.
 
Recordaba que antes, cuando las dos tenían tiempo, podían estar
todo el día cocinando nuevas recetas, muchas veces terminando con una intoxicación porque no solían preocuparse demasiado de lo que hacían. Sin ir más lejos, mientras algo se cocía o freía o hervía, hacían el amor sobre la mesita de la cocina, sin importarles si lo que cocinaban terminaba quemado.
 
No pudo evitar ruborizarse al pensar en esas ocasiones en las que
no resistían para llegar a su habitación, haciendo el amor donde
se encontraran. Toda esa casa estaba marcada por ellas, nunca se
detenían en el momento en que los besos fogosos comenzaban y la ropa empezaba a estorbar.
 
Así que, al salir, pensó que podía cocinar algo para la cena de esa noche. Después de todo, llevaban una semana desde que Samantha aceptó ceder a sus treinta días, y si bien no habían peleado, tampoco es como si hubiera tenido grandes avances.
 
Las cosas estaban... estaban igual que siempre. Sí, Samantha la iba a buscar luego del trabajo, conversaban de cómo les iba en el día, cenaban juntas, y luego se iban a dormir.
 
Abril quería intentar algo más arriesgado, tal vez hacer el amor con Samantha, hacerla ver que ellas seguían conectadas, sin embargo, tenía miedo de que Samantha la rechazara.
 
Y, ese rechazo, Abril no se veia capaz de manejarlo.
 
Sirvió la comida, llevándola al comedor donde Samantha estaba llenando las copas con vino, y se quitó el mandil que se compró cuando recién se mudaron a esa casa.
 
-¿Cómo te fue a ti en el trabajo?-preguntó Samantha, con tranquilidad mientras se sentaba.
 
Abril se encogió de hombros.
 
-Lo mismo de siempre, niños enfermos y padres asustados-sonrió
suavemente-. La hija de Ivan estaba mucho mejor. Hoy Ivan y Sara la acompañaron, me contaron que estaban pensando en tener un hijo para que la pequeña no esté tan solita.
 
-Es un trámite largo -respondió Samantha, indiferente.
 
La sonrisa de Abril se volvió algo triste y apenada.
 
-Sí..

Samantha dejó salir el aire de sus pulmones, notando una punzada de dolor en su corazón al ver la expresión lejana, afectada de Abril, y luego mordió su labio inferior.
 
-Tengo dos entradas para el cine mañana-le dijo repentinamente,
notando como sus ojos se iluminaban-, ¿quieres ir? Luego podemos cenar fuera, Abril.
 
Abril asintió, contenta de ver que Samantha estaba invitándola a salir fuera. Pensó en hacerlo ella, sin embargo, no se le ocurrió dónde ir. Eso de planificar citas normalmente no le salía nunca bien.
 
-¿Qué película es?-preguntó entusiasmada.
 
Samantha sonrió de lado.
 
-Es una de terror -dijo con cierto tono burlón en su voz.
 
Su esposa la miró con incredulidad.
 
-¡Samantha, sabes que esas no me gustan! -reclamó como una niña
pequeña.
 
Vamos, Abril Garza, tienes veintiseis años-se quejó Samantha-, además, no tienes por qué tener miedo. Samantha estará allí para protegerte.
 
Su boca no pudo liberar sonido alguno cuando Samantha dijo esa última frase como si nada, aunque había toda una historia detrás: a los diecisiete años, cuando ambas fueron al parque de diversiones, Abril comenzó a sollozar al momento de subirse a una montaña rusa. Samantha le tomó la mano como si nada, llamando su atención, diciéndole aquella frase para que no
tuviera miedo, y el juego comenzó.
 
Por supuesto, Abril salió llorando también, prometiendo que nunca más iba a subirse allí, pero esa frase quedó grabada en la mente de ambas como una promesa secreta entre las dos.
 
-Si tengo pesadillas será tu culpa-dijo Abril con voz débil.
 
Samantha asintió.
 
-Es una fortuna que durmamos juntas entonces, Abril-replicó
Samantha.
 
Abril se sentía feliz de ver a Samantha intentarlo, aunque Samantha estuviera todavía confundida e indecisa. Aunque le hubiera hecho daño y le hubiera roto el corazón.
 
Pero prefería verla intentando a verla rendida.
 
Si Samantha se rendía, entonces Abril podía darse por perdida

Apego|Rivari  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora