10.

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-Bu-buenos días... Mi-mi no-nombre es Abril Garza, por fa-favor, ¡cu-cuiden de mí!
 
Seguido de sus palabras hubo un silencio tenso en el salón de clase,
mientras las mejillas de la pobre chiquilla se tornaban coloradas por la verguenza. Entonces, comenzaron las risas.
 
Abril tuvo que contener las lágrimas de sus ojos, en tanto la profesora les decía que se callaran. Después, la mandó a sentarse en el único puesto vacío, al lado de una chica de cabello rubio y aspecto de dormilona, seria, casi aburrida allí.
 
Mordió su labio inferior, caminando por el salón forzándose a ignorar las risas burlonas, y se sentó al lado de la chica, que apenas le dirigió una mirada.
 
―Ho-Hola... ―saludó con tono ahogado.
 
Samantha Rivera la observó sin cambiar su expresión, enarcando una ceja en silencio antes de mirar al frente otra vez, ignorando a la chica de tez blanca y mejillas regordetas a su lado.
 
Abril sabía que ese sería un difícil año escolar.

...

¿Por qué estás tratando de alejarme?
 
No estás siendo sincera puedo notarlo.
 
¿Por qué sigues alejándome?
 
Puedo sentirlo todo.
 
¿Por qué no me dices.

[...]

Las burlas no se detuvieron ese día, claro.
 
Al principio sólo fueron palabras riéndose de sus mejillas, de sus orejas que se asomaban en los gorros que se ponía y su mamá le tejía con cariño, de sus dientes, de sus ojos, de todo. Le dolía, por supuesto, pero podía manejarlo, podía fingir que no era para tanto y creer que tarde o temprano se aburrirían.
 
Tres semanas después, comenzaron los empujones.
 
Cuando debía ir a buscar algún examen, cuando debía pasar al pizarrón, cuando salían de clases...
 
Fuertes empujones que la desequilibraban, seguido de risas maliciosas.
 
Un día, la empujaron tan fuerte que cayó al suelo, las palmas de sus manos raspándose, sus cuadernos desparramándose, y sabía que la iban a pegar, sabía que ahora comenzarían los golpes.
 
―Eh, idiotas, ¿qué mierda están haciendo?
 
Unas pálidas manos la tomaron de los hombros y la pusieron de pie, encontrándose con el enojado rostro de Samantha Rivera.
 
―¿Te gusta la nuevita, Rivera? ―se burló uno de los agresores, aunque se notaba enojado.
 
―O la dejan en paz, o les cortaré el cuello con mi navaja, idiotas.
 
Por supuesto, eso provocó que todos salieran corriendo.
 
Abril tembló cuando Samantha volvió a mirarla.
 
―Tus cuadernos ―gruñó Samantha, soltándola
 
Abril se sobresaltó.
 
―¿De... de ve-verdad ti-tienes una navaja...? ―balbuceó a punto de llorar.
 
¿Por qué allí estaban todos locos?
 
Samantha parpadeó.
 
―Por supuesto que no, idiota.
 
Entonces, Abril comenzó a reír con timidez.
 
Samantha Rivera la miró con extrañeza, soltando sus hombros.
 
―Um... ―Abril se removió, queriendo seguir hablando con esa chica que era su compañera de puesto―. Gra-gracias... Samy...
 
Abril sabía que Samantha era mayor que ella, escuchó que Samantha estaba repitiendo el curso luego de reprobar por, según lo que contaba todo el mundo, amenazar a una profesora.

A Abril realmente le asustaba mucho esa chica, pero hasta el momento fue la única en defenderla.
 
La verdad sea dicha, Samantha repitió porque faltaba demasiado a clases, ya que solía quedarse dormida y, cuando despertaba, decidía que no valía la pena asistir al colegio.
 
―Deberías pegarles ―dijo Samantha con tono plano―. Si sigues dejando que te pasen encima, no van a detenerse nunca.
 
Abril normalmente habría asentido, tonta y cobarde, por eso se sorprendió cuando terminó contestándole con tono algo tembloroso:
 
―Entonces debería enseñarme a golpear, Samy.
 
Samantha la observó con el ceño fruncido.
 
―No seas pendeja ―regañó, girándose para irse de allí.
 
Sin embargo, Abril no dudó en seguirla.
 
Abril nunca dudó en seguirla.
 
―¡Samy! ―gritó Luz sonriendo―. ¡Samy...!

Apego|Rivari  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora