Ventiquattro

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Armando y yo cenamos en un restaurante precioso con unas vistas increíbles de la ciudad.

Tuvimos una conversación agradable, no hablamos de nada relacionado con los rusos, ni con nuestras vidas anteriores, ni si quiera de nuestras familias disfuncionales.

No tuvo nada que ver con eso, simplemente éramos un hombre y una mujer con una clara tensión entre ellos teniendo conversaciones normales.

Eso me hizo sentir que todo estaba bien por primera vez en estas semanas tan raras.

La cena fue tan bien que deseé que nunca se terminara, que nos pasáramos la vida charlando el uno con el otro, riéndonos de cualquier tontería como dos enamorados o simplemente cotilleando de alguna conversación que escuchábamos en las mesas vecinas.

Pensé en que jamás había vivido algo así con Leo.

Con mi ex novio las citas eran iguales que siempre, con las mismas conversaciones de siempre, trabajo, familia y dinero, y en los mismos sitios que siempre.

Cuando estábamos volviendo al aparcamiento, no pude evitar acercarme de nuevo al mirador.

Armando se apoyó en el capó del coche a observarme y yo me asomé a ver las vistas de la ciudad.

Todas las luces cálidas, las casas coloridas, las estrellas decorando el cielo, era hermoso.

—Esto es precioso.—Dije finalmente, girándome de nuevo hacia el moreno.

Él cruzó los brazos sobre su pecho mirándome, de arriba a abajo una vez más.

—Lo es.—Respondió desde su sitio y yo solté una pequeña risa.

—Ni si quiera te has asomado a ver las vistas.—Rechisté.

Él pintó una sonrisa en sus labios mientras decía:

—Es que no me refería a las vistas.

Terminé acercándome unos pasos hasta él.

—¿A qué te referías entonces?—Le seguí el juego, pues claramente estaba tonteando conmigo. Llevábamos así toda la noche.

Él extendió su mano colocándola sobre mi cintura y tiró de mí acercándome a su cuerpo.

Mi torso chocó con el suyo, sentí mi pecho pegado en su abdomen y me temblaron las piernas al levantar la cabeza.

Su brazo apretó mi cintura, obligándome a ponerme un poco de puntillas para que nuestras cabezas estén más o menos a la misma altura, él agachando la suya y yo levantando la mía.

Él me acunó con su mirada y colocó un mechón detrás de mi oreja sin apartar sus ojos de mis labios.

No tardé en rodearle con mis brazos su cuerpo y en humedecer mis labios con mi lengua.

Ese gesto pareció no pasar por alto en él y casi al instante de hacerlo, Armando colocó su mano en mi nuca para pegar nuestros labios en un beso algo brusco.

Pensé que lo que sentí aquel día en el motel sería el fruto de la primera vez, pero hoy es el segundo beso y sigo sintiendo la misma chispa recorriendo cada vena de mi cuerpo.

Pero esta vez no estaba tan cohibida como la primera, esta vez coloqué una de mis manos en su nuca, sintiendo su cabello entre mis dedos y coloqué la otra encima de su pecho.

Nuestras lenguas se juntaron con ansia, como si fuera necesidad para ellas estar unidas, y las manos de Armando recorrieron mi cuerpo hasta llegar a mi trasero.

𝐑𝐞𝐧𝐚𝐭𝐚, 𝐜𝐚𝐫𝐢𝐧𝐚 [𝐀𝐫𝐦𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐀𝐫𝐞𝐭𝐚𝐬]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora