Escena 1: El Primer Encuentro

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Orlando estaba sentado en el borde de su cama, con la pantalla de su teléfono iluminando su rostro mientras miraba fijamente la última conversación en Grindr. El cuarto estaba sumido en una semi-oscuridad, apenas rota por la tenue luz del atardecer que se colaba por las cortinas entreabiertas. Afuera, la ciudad se preparaba para el anochecer, con el ruido distante del tráfico y las voces lejanas de los peatones que aún circulaban por las calles.

Había algo en esa luz anaranjada que le transmitía una especie de calma nostálgica, una melancolía suave que se asentaba en su pecho como un peso conocido. No era la primera vez que se encontraba en esta situación. Había pasado por esto antes: la espera, la anticipación, el vacío que se colaba a través de las grietas de una rutina que había dejado de sentirse emocionante.

Germán. Era un nombre que había estado en su mente en los últimos días, aunque trataba de no pensar demasiado en ello. Sus conversaciones habían sido breves, casi frías en su precisión. Ambos sabían lo que querían, y ninguno parecía interesado en complicar las cosas. "¿Estás libre esta noche?" había escrito Germán más temprano. Orlando había respondido con un simple "Sí," seguido de la dirección de su departamento. No había necesidad de formalidades. No aquí. No entre ellos.

El timbre sonó, rompiendo el silencio que se había instalado en la habitación. Orlando sintió un leve escalofrío recorrerle la espalda mientras se levantaba. Caminó hacia la puerta con paso firme, pero su mente estaba en otro lado, enredada en pensamientos que no podía descifrar del todo. Al abrir la puerta, lo primero que notó fue la altura de Germán. Era ligeramente más alto que él, con una expresión en el rostro que parecía mezcla de curiosidad y autocontrol. Sus ojos se encontraron, y en ese breve instante, hubo una conexión silenciosa, un reconocimiento tácito de que, aunque recién se conocían en persona, ya sabían lo suficiente el uno del otro para que las palabras fueran innecesarias.

"Hola," dijo Orlando, aunque la palabra se sintió casi innecesaria.

Germán asintió y sonrió levemente. No había rastro de nerviosismo en su postura; estaba cómodo en su propia piel, en su propósito. Se acercó un poco más, invadiendo suavemente el espacio personal de Orlando, y antes de que Orlando pudiera procesarlo, ya estaban en medio de un beso. Fue un beso duro, directo, sin el juego previo de la seducción. No había lugar para la dulzura en ese momento. Las manos de Germán se posaron en la cintura de Orlando, tirando de él hacia sí, mientras que Orlando respondió con la misma urgencia.

Cerraron la puerta detrás de ellos mientras sus cuerpos comenzaban a hablar en un lenguaje que ambos entendían perfectamente. La ropa empezó a caer al suelo, prenda por prenda, mientras se movían lentamente hacia la habitación. Cada paso estaba marcado por la intensidad del contacto físico, por la necesidad de cerrar la distancia entre ellos, aunque fuera sólo temporalmente. Orlando podía sentir el latido del corazón de Germán contra su pecho, un ritmo rápido que coincidía con el suyo.

El cuarto, antes tranquilo y casi sereno, ahora estaba lleno de sonidos: respiraciones entrecortadas, el roce de la piel contra la piel, el crujido ocasional del colchón bajo su peso. Orlando cerró los ojos mientras se dejaba llevar, sumergiéndose en la sensación, en el acto en sí, tratando de no pensar en lo que vendría después, en lo que significaba realmente este encuentro. No quería complicarlo. No quería pensar en si este vacío que sentía a veces podía llenarse de alguna otra manera. En ese momento, solo quería sentir.

Germán se movía con confianza, como alguien que estaba acostumbrado a tomar lo que quería sin pedir permiso. Pero había algo en la forma en que lo hacía, en la manera en que sus manos recorrieron el cuerpo de Orlando, que sugería que había más que simple deseo. Había una curiosidad subyacente, un intento de entender a Orlando a través del tacto, de leer su historia en las cicatrices y los contornos de su piel. Orlando, por su parte, respondía con igual intensidad, dejándose llevar por el deseo, pero también notando esos pequeños gestos que indicaban que tal vez, solo tal vez, había algo más detrás de la fachada que ambos habían decidido mostrar.

El clímax llegó rápido, casi demasiado rápido. Después, ambos quedaron tendidos en la cama, con la respiración aún agitada y el sudor cubriendo sus cuerpos. El silencio volvió a instalarse, pero esta vez era diferente, cargado con la densidad de lo que acababa de suceder. Orlando, aún con los ojos cerrados, escuchaba la respiración de Germán mientras este comenzaba a moverse, probablemente buscando su ropa. Se preguntó si debía decir algo, si debía intentar romper esa barrera que sentía entre ellos, pero al final decidió no hacerlo. No quería arruinar lo que fuera que tenían, lo que fuera que esto significaba.

Germán se levantó lentamente de la cama, estirándose un poco antes de comenzar a vestirse. Orlando lo observó en silencio, notando los detalles: los tatuajes en su brazo, la forma en que sus músculos se tensaban con cada movimiento, la concentración en su rostro mientras se abotonaba la camisa. Había algo extrañamente íntimo en ese momento, algo que hizo que Orlando se sintiera vulnerable de una manera que no había anticipado.

Cuando Germán estuvo listo, se volvió hacia Orlando, quien aún estaba tendido en la cama. Sus miradas se encontraron de nuevo, pero esta vez fue diferente. Había algo en los ojos de Germán, algo que Orlando no pudo identificar del todo, pero que lo dejó con una sensación incómoda en el estómago.

"Nos vemos," dijo Germán finalmente, con un tono neutral que no dejaba adivinar nada.

"Sí, claro," respondió Orlando, tratando de mantener la misma neutralidad en su voz.

Germán se dirigió a la puerta, y Orlando lo siguió, sintiendo que cada paso que daba lo acercaba más a una despedida que no estaba seguro de querer. Cuando Germán salió del departamento, Orlando se quedó en el umbral por un momento, escuchando los pasos que se alejaban por el pasillo. Cerró la puerta con un leve suspiro y volvió a la cama, dejándose caer sobre ella.

Miró el techo por un largo rato, tratando de ordenar sus pensamientos. Había algo en Germán, algo que había sentido incluso antes de que se besaran, algo que lo intrigaba y lo asustaba al mismo tiempo. Sabía que volvería a escribirle, que volvería a invitarlo, y que probablemente tendrían otro encuentro igual de intenso, igual de físico. Pero ahora, en la tranquilidad de su habitación, se preguntaba si eso sería suficiente. ¿Podría seguir pretendiendo que todo esto no significaba nada? ¿Podría ignorar la conexión que había sentido, aunque fuera solo por un instante?

Orlando no tenía respuestas. Lo único que sabía era que, aunque había intentado mantener las cosas simples, ya nada lo era. Se dio cuenta de que estaba esperando un mensaje de Germán, un mensaje que podría tardar en llegar, o tal vez nunca llegaría. Pero mientras tanto, se permitió sentir. Sentir el deseo, la confusión, la incertidumbre. Y, por primera vez en mucho tiempo, sintió que estaba en un camino que no podía controlar del todo.

A Tres Millas De TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora