MIA
Esta mañana comenzó con una inquietud que no puedo sacudir. Desde que mis padres se levantaron temprano para asistir a un pequeño festival en el centro de la ciudad, ha habido una sensación de vacío en la mansión, pero también de tensión. Es la primera salida que tienen ellos dos solos desde que llegaron, y aunque me alegra que puedan disfrutar de un poco de tiempo juntos, no puedo evitar sentirme preocupada por Nora.
Desde que mi pequeña abrió los ojos hoy, ha estado llorando desconsoladamente, un llanto que me rompe el corazón. Su carita, normalmente tan llena de vida y alegría, está ahora teñida de un rubor febril, sus ojos llenos de lágrimas y su pequeño cuerpecito caliente. La fiebre la consume, y nada de lo que hago parece calmarla. Camino de un lado a otro por toda la habitación con ella en brazos, tratando de consolarla, pero su llanto es continuo, desesperado. Es un llanto que no reconozco, uno que nunca antes había escuchado salir de ella, y me altera profundamente.
La preocupación me invade por completo. He intentado todo: un pañuelo húmedo en su frente para tratar de bajar la fiebre, cantarle suavemente al oído, arrullarla con mis brazos... pero nada parece funcionar. Su pequeño cuerpo tiembla entre mis brazos y cada sollozo suyo es como una puñalada en mi pecho. Nunca la he visto así, tan vulnerable, y me siento impotente al no poder aliviar su dolor.
Alessandro está en una esquina de la habitación, su postura tensa y su expresión llena de preocupación. Tiene el celular en la mano, haciendo llamadas urgentes, tratando de encontrar a un pediatra que pueda venir a la mansión lo más pronto posible. Sé que él también está desesperado. Aunque se esfuerza por mantenerse calmado y ser fuerte, puedo ver la sombra de la preocupación en sus ojos cada vez que mira a nuestra hija. No queremos sacar a Nora de la mansión, no en el estado en que está. Preferimos que el médico venga aquí, donde podemos controlar el ambiente y donde ella puede estar en su propio hogar, rodeada de las cosas que le resultan familiares.
Me siento en la orilla de la cama, sintiendo la urgencia y el miedo crecer dentro de mí. Sostengo a Nora con una mano mientras con la otra tomo un biberón de leche tibia de la mesa de noche. Intento ofrecérselo, acercándolo suavemente a sus labios, pero ella se niega a alimentarse. Sus manitas pequeñas empujan el biberón, rechazándolo con fuerza mientras sigue llorando. Me duele verla así, tan débil y reacia a comer. No ha comido nada en toda la mañana, y eso solo aumenta mi preocupación. ¿Qué puede estar causándole tanto dolor?, ¿Es algo grave?.
—Por favor, mi amor —susurro, acercando el biberón de nuevo, mi voz temblando de desesperación—. Necesitas comer algo.
Pero Nora vuelve a empujar el biberón, su carita arrugada en una mueca de incomodidad y dolor. No sé qué más hacer. ¿Y si es algo más serio de lo que pensábamos?, Mi mente empieza a recorrer todos los escenarios posibles, desde un simple resfriado hasta algo mucho peor, y trato de no dejar que el pánico se apodere de mí.
—Mia... —la voz de Alessandro rompe el silencio de la habitación, suave pero llena de urgencia. Levanto la vista hacia él, buscando en sus ojos alguna señal de esperanza—.
—¿Has encontrado a alguien? —pregunto, mi voz apenas un susurro. La ansiedad se filtra en mis palabras—.
—Sí, hay un pediatra que puede venir, pero está al otro lado de la ciudad. Le tomará al menos una hora llegar aquí —responde Alessandro, su voz tensa—. Pero vendrá tan pronto como pueda.
Una hora. Una hora más de esto. No sé si puedo soportar ver a mi pequeña sufrir por tanto tiempo, pero tampoco tenemos otra opción. Asiento, tratando de mantenerme fuerte, aunque por dentro siento que me estoy desmoronando. Me inclino hacia Nora de nuevo, besando su frente caliente.
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La Sombra Del Anillo
RomanceAl despertar la mañana siguiente, Mia se encuentra en una habitación desconocida, compartiendo la cama con el hombre del bar. La sorpresa no termina ahí: ambos llevan argollas de matrimonio en sus dedos. Desconcertada y con resaca, intenta recordar...