El Príncipe...

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Y de pronto el mundo pareció ir demasiado rápido, demasiado fugaz y nadie se detenía a esperar que se recuperara de su reciente perdida.
Ni siquiera sus padres ni sus hermanos.

Ella ya no tenía diesiciete años...
Y él no era Gabriel...

Cuando entendió que el mundo no se detenía, tuvo que reunir el valor suficiente como para levantarse de la cama y rehacer su vida...reconstruir el muro que Adrián se encargo de recubrir con cemento justo frente a ella, para protegerla de las malas intenciones del mundo, pero ahora estaba roto y su supuesto príncipe no se asomaba por ningún lado.

De pronto estaba sentada en una tienda de vestidos de novia, casi engullida por la tela blanca y el encaje, con abanicos de plumas de acá para allá y piedras de imitación finamente cosidas a las faldas de los vestidos. Irene estaba a su lado, mirando como Brenda daba vueltas sobre su propio eje, mientras les preguntaba cada dos por tres si aquel modelo le acentuaba el pecho y le hacía ver la cintura más fina. Helena sentía e Irene buscaba más y más accesorios para complementar el vestido.

Creía que se veía hermosa, siendo honesta, su amiga era preciosa y Roberto era un completo afortunado por tenerla a su lado, sería un idiota si no decidía casarse, no solo porque Brenda era bella, más bien porque además de ser bonita era inteligente y muy amorosa, tal vez la esposa soñada de cualquier hombre con valores y criado en una buena familia.
Suspiro antes de darle un trago a la copa de champagne que recientemente había sido rellenado con cautela.
La vida era rara.

Brenda y ella tenían veintidós años cumplidos, pero su amiga esor casarse dentro de unos meses más allá, apuntando más hacía el invierno, Helena por su parte se encontraba terminando la universidad, e Irene seguía consumida por sus libros, sin embargo la notaba más feliz, desde el reciente divorcio de sus padres, lucía más viva que antes y comenzaba a irradiar un aura que emanaba seguridad por doquier. Dos años más y tal vez otros cuatro para temeinar su especialidad y por fin sería completamente feliz, o eso solía decir Irene.
Helena solo tenía certeza de una cosa, su amiga sería médico y una de las buenas, una de las mejores.

La vida parecía pasar tan rápido y tan lenta al mismo tiempo, casi parecía que hace dos semanas todavía estaban en la preparatoria, graduandose, a un lado de una fotografía de Gabriel para honrar su memoria.

Pero ahora eran mujeres, damas con una carrera casi terminada y una boda que planear.

Se le ocurrió revisar sus redes sociales, por mera curiosidad, tal vez para por fin desenmascarar a la chica que parecía perseguir constantemente a Samuel cada vez que salía de las oficinas del ejército, o para descubrir como la estaba pasando Lalo en la compañía de la familia.
Cosas de ese estilo.

Sin embargo, lo primero que apareció en su feed fue la foto de alguien que pareció reconocer de inmediato.

Un hombre moreno, con labios anchos, el cabello negro y los ojos tristes, se asomo por la pantalla brillante casi como un espectro.
Pero ya no estaba tan triste.

Él estaba sonriendo, pero no como esa expresión fingida que uno pone cuando se saca una selfie. No.

El sonreía y era genuino, lo conocía bastante bien, como para saberlo de sobra.

Era la primera fotografía que publicada tras años de inactividad.
Por inercia sus ojos encontraron un par de corazones en la sección de comentarios, junto a lo que era quizás, el usuario de una mujer.

Sin embargo, Helena no quiso saber de quien se trataba, ni si de verdad el usuario era una chica o solo una mala broma de esas que los amigos varones solían hacer entre si cuando uno del grupo posteaba una foto.

Delirios Juveniles #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora