Capítulo 2

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Se levantaron temprano, Alessandro debía ir a su casa donde se encontraría con el reproche de su esposa y Marena debía arreglarse. La habían citado para las diez de la mañana y quería llegar puntual.
— ¿Te veo allá? — pregunta Marena antes que él se marchará.
— Sí, será difícil tenerte tan cerca y no poder abrazarte. — la toma de la cintura.
— Ya, todos conocemos la situación. Ve que Gianna, te va a matar. A ti solo se te ocurre quedarte aquí. — lo regaña con una sonrisa pícara, ella odiaba a la mujer de su amante y el sentimiento era recíproco.
— No me importa. — ella blanquea los ojos.
— Ya hemos hablado de esto millones de veces— comenta tratando de soltar su agarre.
— Sí ya sé, te veo más tarde. — baja hasta su rostro y deja un cálido beso que ella responde.
    Negar que le encantaba estar en los brazos de Alessandro era mentirse ella misma. Él le daba cariño, la hacía sentir importante. Cuando se entregó a él ambos eran vírgenes él fue su primer hombre y ella su primera mujer. Se apreciaron como nadie los apreciaría jamás y disfrutaron cada instante de ese momento.
     Marena terminó de arreglarse y bajó a tomar su desayuno. Su nana era muy estricta con su alimentación. Ella no tanto, cuándo vivía en Londres comía lo que le alcanzaba el día. Su profesión no le permitía mucho tiempo.
    Las horas pasaron con prisa. Iba camino al pabellón donde se leería el testamento de su padre. Nadie conocía su existencia ya que su padre se había encargado de que fuera así. No quería que ella pasará por situaciones extremas hasta que ya pudiera defenderse. Ya Marena tiene veintitrés años y sabía defenderse muy bien.
     Su reloj de pulsera marca las nueve y cincuenta de la mañana. La limusina se detiene y ella observa el lugar. Hay hombres de todos los jefes y los de ella mezclados entre sí. De su cartera saco un labial rojo carmesí y paso por sus labios creando el contraste con su vestido negro y su maquillaje. Lo guarda en la cartera para esperar que le abran la puerta. Baja como lo que es la reina de Sicilia recordó las palabras de su padre, al que no defraudará. Su guardaespaldas Mario le abre la puerta donde están todos ya reunidos. Todos miran para verla pasar.
— Marena, te estábamos esperando— los murmullos no se hicieron esperar. Las esposas de los jefes estaban allí y la miraban con desprecio. Los jefes se la comían con la vista, pero ella no le prestó atención a nadie, solo a Fabricio Esposito, padre de Alessandro, mejor amigo y abogado de su padre.
— ¡Buenos días, señores! — dice con una sonrisa maliciosa cuando llega al puesto del sottocapo (subjefe o sucesor del Don). Todos la miran a la expectativa.
— Buenos días — responde uno de los siete caporegime(jefes de diferentes grupos de soldados)— ¿Fabricio nos puedes explicar por qué esta mujer está en tu silla?
— Seguro será una de las prostitutas de Dante, ese viejo solo sabía mantener mujeres de la calle. — Marena levanta la mirada a la señora que estaba hablando, debía tener más o menos la edad de su padre.
— Quiero esa mujer fuera de aquí. — ordena con voz firme. Su rostro era de guerrera con la delicadeza de una flor.
— ¿Pero quién se ...— la señora se ve interrumpida por su esposo que llama a uno de sus guardias para que escolten a su mujer. Él no tenía idea de quién era, pero con la autoridad que ella hablo no se arriesgaría a perder su puesto.
—Ya estamos todos, comencemos con el testamento. — dice para sentarse detrás de un escritorio que tenía un micrófono instalado.
Yo, Dante Catalano, con todas mis facultades mentales, dejo como mi heredera universal a mi única hija Marena Catalano, con esto se incluye mi puesto en la cosa nostra, mi silla, mis empresas, todo. La organización quedará en sus manos, garantizó y confió en que no podría quedar en mejores manos. También quiero aclarar que el lugar del sottocapo será él de mi nieto, pero mientras eso ocurre lo ocupará mi gran amigo Fabricio Esposito como hasta ahora y su hijo Alessandro Esposito ocupará el del puesto de consigliere guiando y aconsejando a mi hija. Todo lo demás queda como siempre.
    Todos miran a la mujer que sonríe satisfecha y sin que nadie le diga nada sube tres escalones donde se encuentra la silla del Don y se sienta en ella tal cual reina.
— De ahora en adelante no se dirigirán a mí como la prostituta de nadie. La próxima que la escuche diciendo eso le mandaré a cortar la lengua frente a todos. Todos se dirigirán con respeto, nada de madrina, ni esos apodos, para ustedes soy la señorita Marena Catalano y así quiero que me llamen.
    Su determinación hacía que cada dama y caballero que estaba en la sala se mostraran un poco reacios. Cada uno pensó en la posibilidad de subir de rango. Han pasado una vida pensando en que no había descendientes. Ahora debían planear cómo deshacerse de la pequeña molestia que era Marena Catalano, la heredera.
    Todos ocuparon el puesto y comenzaron a presentarse y presentar sus respetos por la muerte de su padre. De dientes para afuera fueron pasando y besando la mano de la mujer que ahora sería su nueva jefa.
— Esta sección queda terminada por hoy. Fabricio necesito que esta misma semana quede establecida una reunión con los jefes de Estados Unidos, los de 'Ndrangheta. Los clanes aliados de la Camorra.
— Enseguida Marena. Los de Estados Unidos están avisados, vienen ya de camino.
— Gracias, —le da una tierna sonrisa. Se levanta y todos hacen lo mismo. Mario y Gabrielle se ponen a cada costado para ayudarla a bajar. Salió con sus guardaespaldas y se montó en su limusina con esos aires de grandeza que ella solía tener. No dejaría que nadie en la cosa nostra la pisoteara. Se haría respetar, así tuviera que acabar con cada uno de sus enemigos ella sola.
   Llega a su mansión, ya en la privacidad de su hogar se quita sus zapatos. Amaba andar descalza por la grama fresca. Sentía como se relajaba su cuerpo. Recordó lo mucho que su padre odiaba que ella hiciera eso y los regaños que tuvo que aguantar en el internado en Francia por sus acciones. De pequeña era desafiante, la llamaban rebelde. Pero no era más que una niña que había perdido a su madre y que su padre había decidido educar en un internado para poder librarse de ella. En su corazón solo había dolor con el que supo crecer.
    En el internado no eran muy mojigatas, debía tener las uñas bien afiladas para defender lo suyo. Desde que su madre murió lo único que ha hecho en la vida es buscar salir adelante a como dé lugar. Su padre vio el potencial desde muy pequeña y lo explotó al máximo, ella era una buena francotiradora, muchas veces se vistió de hombre para proteger la espalda de su padre. Nadie la conoce, pero ella los conoce a todos. Sabe quiénes son las hienas y cuervos que querrán arrancarle los ojos. Solo era cuestión de tiempo para que todos cayeran a sus pies, de eso ella se encargará que caigan uno a uno. Sumida en sus pensamientos entra a la gran mansión.
— ¿Mi niña, cómo te fue? — Marena pega un pequeño grito.
— Nana, me asustaste, venía distraída. — dice abrazando a la señora mayor.
— Muy mal Marena, muy mal, mi niña ¿Qué hubiera pasado si alguien estuviera aquí esperando tú llegada? Sabes que ahora los enemigos de tu padre son tus enemigos. Y te garantizo que no eran pocos. – la joven mujer suspira.
— Lo sé, nana, lo sé. — dice tranquila
— Ven te préparé un rico Arancini di riso*.  Y de una vez me cuentas todo. — ambas mujeres comienzan a reír en complicidad. Marena le contaba todo a su nana, ella era como su segunda madre. Había sido fiel a su padre y ahora le sería fiel a ella.

la herederaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora