1: Progreso

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Un edificio gris, de sólo treinta y cuatro plantas. Encima de la entrada principal las palabras: Centro de Incubación y Condicionamiento de la Central de Londres y, en un escudo, la divisa del Estado Mundial: COMUNIDAD, IDENTIDAD Y ESTABILIDAD.

Un grupo de estudiantes recién ingresados, muy jovenes, seguían con entusiasmo al director, casi pisánsole los talones. Cada uno llevaba un bloc de notas en el cual, cada vez que el hombre frente a ellos hablaba, escribían desesperadamente.

Una luz cruda y pálida brillaba a través de las ventanas. Las batas de los trabajadores eran blancas y llevaban las manos cubiertas con unos guantes de goma. El ambiente era helado, muerto, fantasmal.

— Y esta — dijo el director de Incubación y Condicionamiento, Mark Tuan, abriendo la puerta — es la Sala de Fecundación.

Inclinados sobre sus instrumentos, trescientos fecundadores se hallaban entregados a su trabajo.

— Sólo para darles una idea general — les explicaba.

Porque, desde luego, alguna especie de idea general debían tener si habían de cumplir su tarea inteligentemente.

— Mañana — añadió con una sonrisa un tanto amenazante — empezarán a trabajar en serio. Y entonces no tendrán tiempos para generalidades...

Alto, delgado y muy erguido, el director se adentró por la sala. ¿Viejo? ¿Joven? ¿Treinta? ¿Cincuenta? Hubiese sido difícil decirlo. En todo caso, el dilema no llegaba siquiera a plantearse. En aquel año de estabilidad, el 632 después de Ford, a nadie se le hubiese ocurrido preguntarlo.

— Esto — siguió el director, con un movimiento de mano — son las incubadoras. — y abriendo una de las puertas, les enseñó hileras y más hileras de tubos de ensayo numerados.

Sin dejar de apoyarse en las incubadoras, el director ofreció a los nuevos alumnos una breve descripción del proceso de fecundación.

Los óvulos fecundados volvían a las incubadoras, donde los Alfas y los Betas permanecían hasta que eran definitivamente embotellados, en tanto que los Gammas, Deltas y Epsilones eran retirados al cabo de treinta y seis horas para ser sometidos al método Bokanovsky.

— El método Bokanovsky — repitió el director.

Y los estudiantes subrayaron estas palabras.

Un óvulo, un embrión, un adulto: la normalidad. Pero un óvulo bokanovskificado se subdivide. De ocho a noventa y seis brotes, y cada brote llegará a formar un embrión y, más adelante, un adulto. Una producción de noventa y seis seres humanos donde antes sólo se conseguía uno: Progreso.

El óvulo original se había convertido en noventa y seis. Mellizos idénticos, pero no en ridículas parejas, o de tres en tres, como en los viejos tiempos.

— ¿Qué ventaja hay en eso? - preguntó un estudiante.
— ¡Pero, hijo mío! - exclamó el director volviéndose bruscamente hacia él - ¿De veras no lo comprendes? El método Bokanovsky es uno de los mayores instrumentos de la estabilidad social.

Hombres y mujeres estandarizados, en grupos uniformes. Todo el personal de una fábrica podía ser el producto de un solo óvulo bokanovskificado.

En la Sala de Envasado reinaba una actividad ordenada. Herencia, fecha de fertilización, grupo de bokanovsky al que pertenecía, todos esos detalles pasaban del tubo de ensayo al frasco. Sin anonimato, con sus nombres a través de una pared, hacia la Sala de Predestinación Social.

Volviéndose hacia un joven rubio que en aquel momento pasaba por allá, lo llamó:

— Sr. Bangchan, ayúdeme a explicar el resto del proceso a los estudiantes, por favor.

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