Dos días después – De vuelta a Italia
El vuelo es un desastre. No porque haya turbulencias o algo así, sino porque Irina no deja en paz a Cronos.
—¡Dios mío, nunca había visto un león de cerca! —exclama emocionada, pegando la cara al vidrio del compartimento donde él descansa.
—¿Quieres dejar de molestarlo? —murmura Nicolás con fastidio desde su asiento, sin siquiera mirarla.
—Compay, no se meta, que no es con usted... —lo mira mal, y luego su mirada se dirige a mi. —¿Lo puedo tocar?
—No —respondemos todos al unísono.
—Pero solo un poquito…
—Niña... si metes la mano ahí y la pierdes, no esperes que te ayudemos —dice Laen, rodando los ojos.
—¡Qué poco solidarios son todos! —protesta ella, cruzándose de brazos mientras sigue admirando a Cronos.
Nicolás suspira con fastidio y murmura:
—Si la muerde, le voy a pagar un filete extra.
Irina se gira, indignada.
—¡¿Cómo fue?! ¿Por qué este tiene que ser tan desagradable?
—Porque respirar el mismo aire que tú ya me da jaqueca.
—Pues deja de respirar. Muérete azaroso.
—Con gusto, si eso significara que dejarás de hablar.
Desde el otro lado del pasillo, Laen y Valentino observan la escena en silencio hasta que Valentino lanza un comentario:
—¿Qué mal estaremos pagando?
—Usted se calla —responde Laen con advertencia.
Pero el verdadero espectáculo empieza cuando aterrizamos.
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En la mansión en Italia
Estoy sentada en el borde de la cama de Enzo, observándolo. Todavía está recuperándose del disparo, pero ya parece menos pálido. Pero eso no significa que lo voy a dejar solo.
—Puedes ir a descansar —murmura él, con voz ronca.
—No.
—Elena…
—No.
—Me estás cuidando como si estuviera al borde de la muerte.
—Casi te mato, Enzo.
—Pero no lo hiciste.
—Por poco.
—Pero no lo hiciste.
—¡Pero casi lo hago!
Él suspira y me mira con una mezcla de cansancio y ternura.
—Deja de torturarte, nena.
Cruzo los brazos y no respondo. La culpa sigue ahí, retorciéndose dentro de mí como un nudo imposible de desatar.
—Voy a cuidar de ti hasta que te mejores.
—Eso significa que me vas a obligar a tomar sopa insípida y a no moverme, ¿verdad?
—Exacto.
—Voy a morir, pero de aburrimiento.
Frunzo el ceño y le doy un leve golpe en el brazo sano.
—A callar y a obedecer.
Desde la puerta, Lucca nos observa, y sus pequeñas manos se empiezan a mover comunicándose.
Mamá, ¿por qué papá se queja tanto?
—Porque los hombres son unos dramáticos, cariño. Digo cargando a Cronos.
Enzo pone los ojos en blanco.
—¿De verdad? ¿Así es como me tratas después de casi matarme?
—Sí.
—Increíble. Una fiera, nena. Mi fiera.
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Mientras tanto, en otra parte de la mansión…
Los gritos de Laen y Valentino resuenan por los pasillos.
—¡No puedo creer que hicieras eso!
—¡Fue tu culpa!
—¡¿Mi culpa?! ¡¿Cómo rayos es mi culpa que hayas tirado café sobre mi ropa?!
—Porque te moviste demasiado.
—¡Porque estabas demasiado cerca!
—¡Porque querías ver mi teléfono!
—¡Porque estabas sonriendo demasiado sospechosamente!
—¡¿Y eso qué tiene que ver?! No te metas en mi vida.
—¡Todo! Y si me meto.
Paso por ahí con una bandeja de té y me detengo a mirarlos.
—¿Ustedes se gustan o se odian? Ya cojanse.
Ambos se quedan en silencio.
—¡Nos odiamos! —gritan al mismo tiempo.
—Claro, claro… —murmuró, con sarcasmo.
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Irina y Nicolás…
—¿Por qué te cambiaste de asiento en el avión? —pregunta Irina, todavía molesta.—Porque prefiero estar junto a una bomba en cuenta regresiva antes que a ti.
—Mama guevo.
—Gracias.
—¡No era un cumplido! Por si no lo sabes te dije gay en pocas palabras.
—¿Perdón? Dale gracias a Dios que no soy como Enzo.
—¡Eres el ser humano más fastidioso del mundo!
—Gracias otra vez.
—¡Nicolás!
—¿Qué?
—¡AAAAAAAAAH!
Paso por ahí otra vez y suspiro.
—Voy a necesitar un trago. Una cerveza presidente bien fría.
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Los Secretos Que Nos Unen (+21) |#1| ©
Short StoryDuología: Corazones En llamas. Soy Elena, una simple muchacha de República Dominicana. Pero mi vida cambió el día que cometí el error de estar en el lugar equivocado, en el peor momento posible. Vi algo que no debía: a Enzo Di Angelo, el hombre más...