Elena
Yo mando
Despierto con el corazón apretado, sintiendo la rabia y la impotencia en su máximo esplendor. Me hace falta el bullicio del barrio. Esta casa es demasiado silenciosa, fría, ni los pasos de los guardias logran romper el vacío que me rodea. Respiro hondo, intentando no perder la cabeza.
Cuando bajo al comedor, ahí está él. Enzo. Sentado en la cabecera de la mesa como si fuera el rey del mundo, con ese aire de superioridad que me saca de quicio. Luce impecable, su cabello oscuro perfectamente peinado, y su mirada helada clavada en mí, como si pudiera ver más allá de lo que quiero que vea.
En sus brazos está un pequeño, su hijo. Lo reconozco al instante, esos ojos grises que parecen llevar el peso de un mundo entero no pueden ser de nadie más. El niño me mira con curiosidad y algo más... ¿Desconfianza? No lo sé. Pero es hermoso, eso no se puede negar. Aunque hay algo en su mirada que me rompe. Es demasiado pequeño pa’ cargar con tanta tristeza.
—Buenos días, Elena —dice Enzo, su voz tan cortante como siempre.
Lo miro de reojo mientras me siento en la mesa.
—¿Buenos? Quizás para ti, pero para mi no. —respondo sin muchas ganas, agarrando el tenedor.
El desayuno se sirve en silencio, pero Lucca no me quita los ojos de encima. Intento sonreírle, pero el niño no reacciona. Entonces me doy cuenta. Él no habla. Ni una palabra, ni un sonido. Es mudo.
De repente, entra un hombre alto, un primo de Enzo por lo que escuché. Trae papeles y una cara de preocupación que no disimula.
—Hay problemas con el nuevo grupo en Sicilia. Están moviendo cargamentos sin autorización, y uno de los nuestros desapareció anoche.
Escucha con esa mirada gélida poniéndome los pelos de punta.
—Haz que entiendan que este territorio no se toca. Y si no lo entienden, asegúrate de que no quede ninguno vivo —responde con calma.
No puedo más con la tensión en el aire, así que apenas terminan la conversación y se van, decido ir a la marquesina a ver lo que dejó anoche.
El cachorro de león está ahí, en su jaula abierta. Está temblando un poco, acurrucado en una esquina. Me acerco despacio, sin saber qué hacer.
—¿Y tú? ¿Qué haces aquí? —susurro, agachándome frente a él. El cachorro me mira, pero no se mueve.
Siento que alguien me observa. Levanto la vista y ahí está Lucca, parado a unos metros, mirándome fijamente.
—¿Le tienes miedo? —pregunto suavemente, señalando al cachorro. Pero él no responde. Claro que no. Mi pecho se aprieta al recordar que no puede hablar. Intento acercarme a él, pero se va sin mirarme, dejándome con una sensación de vacío.
Después de intentar acercarme al león por bastante tiempo regreso a la casa, buscando algo que hacer para no volverme loca. Encuentro la cocina y decido cocinar algo que me recuerde mi a casa. Mangú, salami, queso frito y huevos. Sonrío sola al imaginar la cara de Enzo si lo ve. Seguramente pensará que estoy loca.
Mientras cocino, busco una radio que se conecte a Bluetooth con mi teléfono antiguo. Pongo un playlist con bachata, merengue, dembow, y subo el volumen. La música empieza a llenar el espacio, y por primera vez, me siento ligera. Me río mientras muevo las caderas al ritmo de la música. Esto sí es vida.
Una vez que termino, me acuerdo del carro. El bendito MacLaren. Camino hacia la marquesina y ahí está, brillante y lujoso como si fuera la joya de la corona. Me acerco y lo inspeccino.
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Los Secretos Que Nos Unen (+21) |#1| ©
Historia CortaDuología: Corazones En llamas. Soy Elena, una simple muchacha de República Dominicana. Pero mi vida cambió el día que cometí el error de estar en el lugar equivocado, en el peor momento posible. Vi algo que no debía: a Enzo Di Angelo, el hombre más...