06: Un nuevo poder.

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El sol se filtraba a través de la rendija de las cortinas, dibujando un rayo dorado sobre mi rostro. Me desperté con un sobresalto, la luz me hacía sentir vulnerable. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al recordar la pesadilla que había tenido, pero la suavidad de las sábanas de seda me devolvió a la realidad.

La cama era un remanso de paz. Me estiré, tratando de ahuyentar los restos de la pesadilla, pero mis dedos se encontraron con la seda suave de la colcha. La sensación era tan placentera que me olvidé por un momento de la angustia que me había despertado.

Abrí los ojos y observé la habitación. Era la habitación que Rheet me había dado, la recordaba vagamente. La imagen de la noche anterior se me escapaba, como una sombra en la penumbra.

Me senté de golpe, la cabeza dando vueltas. Un dolor punzante recorría mis músculos, un eco de la tortura que había sufrido. La humillación y la impotencia... todo volvía de golpe. La secuencia de la noche anterior se reproducía en mi mente, una película de pesadilla que no podía detener.

La confusión me invadió. ¿Había sido real? Me sentía bien, sin heridas, sin ningún dolor. ¿Acaso fue una pesadilla? Pero los recuerdos eran tan vívidos, tan reales...

¡No! No podía haber sido una pesadilla. Kairo había estado allí, había visto lo que me habían hecho y no había hecho nada. Un odio feroz se encendió en mi corazón, un deseo de venganza que me consumía por completo. No podía creer que hubiera confiado en él, que hubiera dejado que me protegiera.

Cómo podía haber confiado en él? ¿Cómo podía seguir sintiendo aquella sensación por él después de lo que había sucedido?

Sentí una profunda y amarga decepción, una rabia que amenazaba con destruirlo todo. Kairo, ese hipócrita, ese miserable... Me había traicionado, y no iba a olvidar jamás lo que había hecho.

- ¡Estúpido zorro! - grité con rabia, golpeando la almohada con los puños.

Mis ojos se dispararon hacia la puerta, una velocidad que me sorprendió incluso a mí. Segundos después, la madera crujió al abrirse y Rheet apareció en el umbral con una bandeja de plata en las manos. Y sobre ella un festín de aromas y colores: un plato con frutas frescas, pan tostado dorado y una taza humeante que, imaginé, contenía café.

Rhee con su cabello azulado, tan suave como la seda, y esos ojos azules que reflejaban el cielo en un día despejado, se veía... simplemente irresistible. Su cuerpo, alto y delgado se movía con una elegancia natural y la luz de la mañana lo bañaba con un aura dorada.

Dejé de admirarlo, con la cara ruborizada por el descaro de mis pensamientos. Rápidamente aparté la mirada avergonzada por mi pequeña traición. Rheet dejó la bandeja sobre un tocador cerca de la cama y se sentó a mi lado, sin decir nada. La cercanía de su cuerpo me hizo sentir cosquillas en la piel.

¿Por qué me sentía así?

- ¿Dónde estabas anoche? - preguntó, su voz firme, sin dejar lugar a la duda.

Evité su mirada, sintiéndome culpable.

- Tomando el aire - Murmuré, con la voz apenas audible.

- ¿Tomando el aire? - su tono se endureció - No me engañes, Kali. Sé que no estabas simplemente tomando el aire.

- Caminando por ahí - dije, sin mirarlo. - Simplemente caminando.

Rheet se levantó bruscamente, su rostro endurecido por la furia.

- ¿Caminando por ahí? - repitió, su voz cargada de incredulidad, como si le estuviese contando un mal chiste - Te encontré anoche en mi puerta, Kali. Desangrada, desnuda, con heridas graves y tus uñas desprendidas. ¡Pensé que morirías!

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