Capítulo 2

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BELLA

Desperté en cuanto sus brazos me abandonaron. Este hombre cuyo nombre desconocía, me miraba fijamente, pero no de cualquier manera, parecía preocupado. ¿Por mí? No lo creo. Había algo más, una energía poderosa y casi peligrosa envolvía al hombre. Antes de que pudiera seguir con mis cavilaciones, un señor de mediana edad entró en la habitación. 

— Buenas noches, señor Da Rosa. 

— Revisala. — me señaló con la cabeza. 

— Necesito quitarte la parte superior. ¿Puedo? — pregunta, quién supongo que es el doctor. 

— Yo lo hago. — dice el tal Da Rosa. 

Avanza unos pasos hacía mí, niego. Este hombre me pone muy nerviosa, incluso inquieta. No siento miedo, pero sé que no es bueno que me desnude ante él.

— ¿Podrías esperar fuera? 

Aprieta la mandíbula, tanto que creo que se podría romper los dientes. Lo veo dudar, pero sin decir nada más sale de la habitación. Me quedo viendo por donde se ha ido, intentando entender qué es lo que me atrae de él. Desde que lo conocí hace unos días, el hombre invadía mi cabeza constantemente. Ese viernes cuando me acorraló fuera del restaurante, algo se removió en mi pecho. La calidez con la que me trataba contrastaba con la vibra que desprendía, estaba confundida. ¿Quién era Da Rosa?

— Afortunadamente, la bala solo te rozó. Estarás bien, muchacha. 

— Gracias. Doctor, ese hombre… ¿Quién es? — pregunté con cautela. 

— ¿El señor Da Rosa? — Río muy bajo. — Será mejor que le preguntes tú, muchacha. 

No dijimos nada más. Trabajó con mi herida por unos largos minutos, y después de darme unas indicaciones se retiró. 

— ¿Ahora qué hago? — me dije a mí misma. 

¿Qué más iba a hacer? Por supuesto me iría. Le daría las gracias a ese tipo, y volvería a mi mundo aburrido, pero seguro. En cuanto abrí la puerta, allí estaba. La montaña de hombre frente a mí me observaba con interés, aparté la mirada. Temía ver en sus ojos algo que no deseaba. No necesitaba este tipo de distracción. 

— Bella, tienes que descansar. Vuelve a la cama. 

— Lo haré en mi casa. Gracias por traer al doctor, ahora me voy. — traté de hablar con firmeza. 

Intenté escabullirme por un lado, pero al hacerlo sentí un agudo pinchazo en el hombro. Joder. Antes de que me diera cuenta, su brazo perfectamente tintado, me sujetó por la cintura y me llevó de nuevo a la cama. 

— No hace falta, me iré a mi casa. 

— No. 

— ¿Qué significa “no”? — dije indignada. 

Se encogió de hombros. Quiso alejarse, pero con mi brazo bueno lo alcancé, tomando su muñeca. Algo electrizante pasó en ese momento, fue como una especie de magia. El silencio reinó en la habitación y pude oír los latidos de su corazón, que estaban perfectamente sincronizados con los míos. 

— ¿Cómo te llamas? — dije casi en un jadeo. 

¿Qué mierda? Me aclaré la garganta. 

— Gabriele. — contestó con voz ronca. 

— ¿Quién eres? 

Sonrió de lado y se alejó de mí. Ya en la puerta, de espaldas a mí, dijo algo.

— Duerme, cariño. 

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GABRIELEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora