El chico regresó con las manos llenas y una sonrisa torcida en el rostro. Se dejó caer a mi lado, y mi cuerpo se inclinó hacia él involuntariamente. Con una precisión inquietante, comenzó a preparar el producto.
—¿Qué es eso? ¿Tiene algún nombre? —pregunté, curiosa.
—Esto... —levantó la bolsa transparente que contenía algo en su interior— es la cura para todos tus problemas. Pero cuidado, te va a gustar y querrás más. Se llama heroína. Aunque hay variedades, con todas puedes encontrar el cielo. Son fantásticas —me mostró una sonrisa de oreja a oreja.
Yo asentí, embobada.
—Sí —me devolvió una sonrisa torcida, asintiendo—. Cuando la vida te golpee de nuevo, sabrás dónde encontrarte, en tu cura.
Luego, sacó una pequeña cuchara metálica y colocó en ella una diminuta cantidad del polvo marrón claro que había extraído de la bolsa. Con un encendedor, calentó la parte inferior de la cuchara, manteniéndola firme mientras el polvo comenzaba a disolverse, formando un líquido espeso y ámbar. La llama parpadeaba, reflejándose en sus ojos con una luz temblorosa.
Cuando estuvo listo, tomó un pequeño filtro de algodón y lo dejó caer en la cuchara, sumergiéndolo en el líquido. Acto seguido, con una jeringa, succionó la sustancia a través del filtro, limpiándola de impurezas. El movimiento era fluido, casi mecánico, como si lo hubiera hecho miles de veces antes.
Después, sostuvo la jeringa en alto, golpeándola ligeramente con el dedo para asegurarse de que no hubiera burbujas de aire. Cada gesto era meticuloso, calculado. Apretó el émbolo un poco para expulsar una gota del líquido, asegurándose de que todo estuviera listo.
Tomó mi brazo, apretándolo justo por encima del codo para encontrar la vena. La piel se me erizó, un reflejo del pánico que trataba de sofocar. Pero no me moví.
—Respira hondo —dijo él—. Esto te llevará a otro lugar, lejos de todo.
Cerré los ojos, sintiendo el pinchazo de la aguja cuando atravesó mi piel. Un ardor recorrió mi brazo, seguido de una sensación cálida y pesada que se extendió por todo mi cuerpo. Abrí los ojos lentamente, viendo cómo el chico retiraba la jeringa y sonreía con satisfacción.
En cuestión de segundos, todo comenzó a cambiar. La realidad se desmoronó a mi alrededor, los bordes de mi visión se difuminaron, y el dolor, ese dolor constante que estaba tan vivo, empezó a desvanecerse. Era como si me hubieran envuelto en una manta tibia, alejándome de todo lo que me atormentaba.
La habitación comenzó a girar, y la luz se atenuó, como si el mundo se estuviera desvaneciendo. El chico hablaba, pero sus palabras eran como ecos distantes, irreconocibles.
Sentí paz.
Me dejé caer hacia atrás en el sofá, mis párpados pesados cerrándose lentamente.
De pronto, escuché cómo la puerta principal de la habitación se abrió de golpe. Alguien más había llegado.
—¿Qué mierda haces aquí? ¡Maldito idiota, te he dicho millones de veces que no vengas a mi departamento sin llamarme antes! ¿Quién es ella?
Y entonces, todo se volvió negro.
[...]
La luz del sol se filtraba por las persianas. Me desperté lentamente, con la cabeza pesada y un sabor metálico en la boca. Me tomó un momento recordar dónde estaba, y cuando lo hice, un nudo se formó en mi estómago.
El sofá donde me encontraba estaba duro e incómodo. Mi cuerpo dolía en lugares donde ni siquiera sabía que podían doler. Miré mi brazo donde había sentido la aguja seguía adormecido, pero ahora un moretón violáceo marcaba mi piel. Lo toqué suavemente, recordando el ardor, la calidez se extendió por mi cuerpo.
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Un Lugar en Paz [Pausada]
RandomRegina una niña de tan solo cinco años fue llevada al orfanato, sufrió desde tan pequeña y con el pasar de los años fue sufriendo aún más. Varias personas le mintieron, por culpa de una sola persona, la hermanastra de su madre. Ella solo quiere esta...