Hacía una temperatura agradable para dar un pequeño paseo tras el almuerzo. La mañana había sido intensa con el viaje desde Toledo a Madrid, un par de reuniones que no se alargaron en exceso y las visitas rápidas de rigor a las tiendas del centro. Todo en orden para poder tener la tarde libre y dedicarse el resto del tiempo a ellas, sin proveedores, escaparatistas o encargados aportando ideas que no llegarían demasiado lejos. Todo el tiempo del mundo para quererse sin miedos y sin prisas.
- Es aquí – indicó Marta frente a una gran puerta de hierro forjado de doble hoja que hacía más imponente el acceso al edificio.
- ¿Aquí? – preguntó impresionada Fina observando con atención los relieves que decoraban la fachada y enmarcaban la entrada. – Marta, es precioso.
- Aún no has visto nada. Espera a verlo por dentro – respondió guiñándole el ojo mientras echaba a andar hacia el interior.
- Jo, Marta… No sé cómo voy a agradecerte todo esto – pronunció siguiendo sus pasos.
- Pues… a mí se me ocurre alguna manera – expresó con aire despreocupado después de un saludo cordial al portero del inmueble.
- ¡Doña Marta! – susurró la morena algo escandalizada ante el comentario de su acompañante y todas las imágenes que invadían su mente.
- ¿O me vas a decir que no? – demandó con cierta arrogancia elevando las cejas llegando hasta el ascensor y pulsando el botón de llamada del elevador.
- Si es así, la verdad es que no me importaría estar pagándole toda la vida – murmuró en voz baja, asegurándose de que no hubiera oídos indiscretos que pudieran escucharla.
- Pasa, anda – dijo Marta con media sonrisa indicando con la cabeza al tiempo que abría la puerta y cedía el paso a la morena.
- Marta, es que no puedo aguantar más las ganas que tengo de besarte – confesó Fina en un susurro a una distancia más cercana de lo socialmente admitido entre amigas y sus ojos marrones sobre los labios de su chica.
- Espera un poco, amor. Puede salir alguien y vernos – pronunció sensata acariciando con disimulo su mano.
- Ya lo sé, pero… – protestó una vez más la morena haciendo un amago de puchero.
- Yo también me muero de ganas – reconoció devolviéndole la mirada de deseo. – Hemos aguantado todo el día, ya casi estamos.
- Se me ha hecho eterno.
- ¡Qué exagerada eres! – exclamó Marta en una carcajada.
- Marta, es que te tengo tan cerca y tan lejos a la vez… – la castaña sonrió haciendo un gran esfuerzo por no terminar de romper la distancia que las separaba.
El sonido del ascensor les avisó de que ya habían llegado a su planta y Marta fue la primera en salir para dirigirse hacia una de las dos puertas del rellano a la vez que buscaba en su bolso el pequeño llavero para abrir. Introdujo la llave en una de las cerraduras, dio dos vueltas en sentido de las agujas del reloj y repitió el movimiento con la cerradura inferior, dirigiendo una sonrisa llena de emoción a su chica justo antes de abrir.
- Adelante – volvió a invitar de forma cortés a Fina, que aceptó la invitación. – ¿Te vas a quedar ahí? – preguntó Marta divertida tras haber cerrado la puerta con una vuelta de llave y puesto la cadena interior, observando la expresión de la morena al ver que se había quedado inmóvil en la entrada sin reaccionar. – ¿Y ese beso que te morías de ganas por darme? – continuó posando sus manos en la cintura de Fina.
- Sólo el recibidor es casi tan grande como mi habitación en la colonia, Marta – expresó mirando a su alrededor, tratando de memorizar cada detalle de la decoración mientras la aludida no podía quitar sus ojos de Fina. – No te voy a dar un beso, te voy a dar mil – pronunció con su alegría e ingenuidad característica.
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La dama de hielo
FanfictionMadrid, 1958. Pleno franquismo. Pocas libertades en general, casi ninguna para las mujeres en particular. Muchas apariencias, al menos de puertas para afuera. De puertas para adentro todo era realidad. Y libertad.