CAPITULO 24: El Juramento del Vengador

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Mientras que por otro lado, Gabriel, el ángel de cabello dorado y resplandeciente, caminaba por las calles de Emiriates, un pueblo que alguna vez había sido sinónimo de tranquilidad y armonía. Ahora, ese pequeño rincón de paz se había transformado en una especie de base militar bajo vigilancia constante. Las casas estaban cerradas a cal y canto, sus habitantes confinados, observando con recelo desde las ventanas. Nadie tenía permitido salir sin permiso, y la atmósfera estaba cargada de miedo e incertidumbre.

Gabriel avanzaba con paso firme, a pesar de la tensión, mantenía su porte elegante, sin perder nunca su semblante de nobleza angelical. Mientras caminaba, sus ojos se fijaban en los detalles de su alrededor, grabando cada cambio en su memoria: los seguidores del anciano en las esquinas, los rostros asustados que se asomaban por las rendijas de las puertas, los susurros apagados de familias preocupadas por el futuro.

De repente, un grupo de hombres liderados por un anciano se interpusieron en su camino. El hombre de mayor edad, su cabello canoso ondeando al viento y su rostro surcado por arrugas de preocupación, levantó la voz.

—¿Por qué nos tratan como esclavos? —exigió el anciano, su voz temblorosa pero firme, reflejando la frustración y el miedo que sentían los aldeanos. Otros hombres a su alrededor asintieron, murmurando en señal de apoyo.

Gabriel apenas se detuvo. Sus ojos, fríos e imperturbables, pasaron por encima del anciano y los demás como si no estuvieran allí. No dijo una sola palabra. Simplemente los ignoró, apartándolos de su camino con la autoridad de alguien que no admite réplica. Continuó su marcha, dejando al anciano y a sus compañeros en un silencio cargado de indignación y desesperanza.

Al final de su recorrido, Gabriel llegó a la iglesia del pueblo, un edificio pequeño en comparación con las grandes catedrales celestiales, pero con una belleza innegable. Las paredes de la iglesia estaban adornadas con imágenes celestiales, vírgenes y santos, cuyas expresiones de serenidad parecían un consuelo para las almas atribuladas. La luz del sol se filtraba por los vitrales de colores, bañando el interior en un resplandor etéreo, llenando el aire con un ambiente casi divino.

Gabriel avanzó por el pasillo central, sus pasos resonando suavemente en la nave vacía. Al final del pasillo, donde se erguía la figura de Cristo crucificado, encontró a Lord Kael, el anciano líder. Lord Kael estaba arrodillado, sus manos juntas en oración, sus labios moviéndose en un rezo silencioso. A pesar de la presencia del ángel, no se inmutó, manteniéndose inmerso en su plegaria, como si las palabras sagradas fueran su único escudo contra la tempestad que se avecinaba.

Gabriel se detuvo a unos pasos de distancia, observando en silencio la figura encorvada de Lord Kael. El contraste entre la pureza inmaculada del ángel y la apariencia cansada del anciano era evidente. Sin embargo, había algo en la postura de Lord Kael, en su devoción sincera, que hizo que Gabriel frunciera el ceño levemente.

Después de un momento, Kael terminó su rezo. Lentamente, se levantó y se giró para enfrentar al ser celestial. Sus ojos grises y cansados se encontraron con los brillantes y azules de Gabriel.

—¿Has descubierto dónde está la chica? —preguntó Kael, sin rodeos, con una voz rasposa que resonó en el silencio de la iglesia.

—Sí —respondió Gabriel, su tono carente de emoción—. Está con Jackson.

El anciano dejó escapar un suspiro profundo, como si hubiese esperado esa respuesta.

—Era de esperarse —murmuró para sí mismo, más como una confirmación de sus propios temores que como una declaración a Gabriel.

Kael se dio la vuelta y caminó hacia una puerta lateral de la iglesia, un portal modesto que apenas se distinguía entre las sombras del santuario. Sin decir una palabra, Gabriel lo siguió, sus pasos silenciosos resonando junto a los del anciano. Al cruzar el umbral, se encontraron en otro pasillo que formaba parte de la estructura de la iglesia, oscuro y apenas iluminado por la luz que entraba por unas pequeñas ventanas altas.

NOCHE DE LUNA ROJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora