CAPITULO 36: El amor como salvación

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Emiriates yacía en un silencio abrumador, reducido a polvo y cenizas. Las estructuras que una vez se erguían con orgullo ahora eran meras sombras de lo que habían sido, fragmentos de piedra esparcidos como recuerdos olvidados. El olor a muerte se entrelazaba con el viento, susurrando las historias de los que habían caído, de los que ya no estarían.

El suelo, cubierto de escombros, crujía bajo el peso del desasosiego. Los ángeles restantes, aguardaban en un rincón oscuro, sus rostros estaban marcados por la pérdida. La esperanza se había desvanecido como el polvo que flotaba en el aire, y su mirada, una vez llena de determinación, ahora reflejaba el vacío de un futuro incierto. Cada uno de ellos esperaba una señal que nunca llegaría, atrapados en un limbo de desesperación.

Mientras tanto, Jackson permanecía tirado en el suelo, con Alice en sus brazos. Su cuerpo era un peso muerto, la calidez de su ser desvaneciéndose entre sus dedos. Su corazón latía con una furia incontrolable, una mezcla de dolor y rabia que retumbaba en su pecho, resonando en el eco del último latido de Alice. Las lágrimas caían de sus ojos, saladas y ardientes, empapando el cabello de Alice mientras él la sostenía, aferrándose a la fragilidad de su existencia.

A su alrededor, la devastación era un mural de la desesperanza. Los restos de lo que había sido un lugar de paz y tranquilidad se alzaban como fantasmas, y el cielo, una vez azul, ahora estaba cubierto de nubes grises y pesadas. La luz de la luna roja se filtraba a través de las sombras, bañando la escena con un resplandor macabro que acentuaba el horror de la situación. Cada rincón de Emiriates gritaba el dolor de la pérdida, un grito que resonaba en la mente de Jackson como una sinfonía de agonía.

El portal se abría lentamente frente a él, su luz pulsante prometiendo una salida de este infierno, pero Jackson no podía moverse. La imagen de Alice, frágil y pálida en sus brazos, era la única realidad que importaba en ese momento. El eco de su respiración entrecortada seguía atormentando su mente, un recordatorio del amor que se desvanecía, de la vida que se extinguía.

-¿Por qué?- murmuró Jackson, su voz rota por la desesperación. El sonido se perdió en el aire, sin respuesta, como si el universo se burlara de su dolor.

Sus ojos se aferraron al rostro sereno de Alice, la belleza de su risa aún resonando en su memoria, un contraste cruel con la tragedia del presente. Era una imagen que nunca podría olvidar, un momento atrapado en el tiempo que lo condenaba a la agonía.

Uno de los ángeles, observando desde la penumbra, dio un paso al frente, sus ojos llenos de ambición y desprecio mientras veía a Jackson arrodillado, sumido en el dolor.

-Este es nuestro momento...- murmuró, con una sonrisa cruel curvándose en sus labios. Avanzó con determinación, su mano extendida hacia el demonio vulnerable.

Pero antes de que pudiera dar otro paso, un destello rojo atravesó el aire. El movimiento fue tan rápido que apenas pudo reaccionar. En un instante, Jackson ya estaba sobre él, sus ojos ardiendo con una furia incontrolable. Sus garras se hundieron en la carne del ángel, desgarrándolo con una violencia aterradora. El sonido de huesos rompiéndose y gritos ahogados resonaron en el aire, todo era un verdadero espectáculo sangriento. En cuestión de segundos, su cuerpo quedó en pedazos, esparcidos en el suelo como un recordatorio brutal de lo que sucede cuando se desafía a Jackson.

Los otros ángeles, que hasta ese momento habían mantenido una distancia segura, retrocedieron con horror. El miedo se reflejaba en sus rostros pálidos, y sus cuerpos, temblorosos, ya no parecían los mismos guerreros celestiales.

Jackson se alzó lentamente, su respiración pesada, pero su mirada era letal. La sangre del ángel goteaba de sus manos, y su rostro, endurecido por la ira, se volvió hacia los sobrevivientes. Su voz, grave y temblorosa de furia, resonó como el trueno.

NOCHE DE LUNA ROJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora