Cráneo de cabra

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Siempre eran las clases de religión donde el pequeño Volkov prestaba menos atención. En su casa no le enseñaron a ser devoto... tampoco vio ese ejemplo en nadie más. Para el esto era un club de literatura de ficción... solo que aún mejor. En el salón, lleno de jóvenes de su edad, los cuales se esforzaban por no caer ante el sueño en esas clases de lunes a la primera hora, encontraba sobresaliente el porte de Hans. Siempre atento, despierto, culto... atrayente como un café en la mañana, sus labios de un tinte rosa anaranjado... melocotón. Una de las partes más curiosas de su varonil y apuesto rostro era la naturaleza de su belleza, no era ningún modelo ni un mariscal de campo. Era una belleza distinta... rostro de proporciones suaves bordeadas pero firmes, nariz recta, ojos profundos y penetrantes que ven mucho más allá que lo que sólo se muestra en frente de ellos... como si pudiera leer el interior de las personas. Todo esto salpicado por una tierna y terrenal lluvia de pecas chocolate. Herbert se tocaba su propio rostro, comparando su leve acné con la suave apariencia de la piel de Hans. El contrario le parecía bello... tenía un aspecto apuesto al gusto de Volkov.

Sternberg prestaba especial atención a esta clase... el mito de Caín y Abel siempre había sido de su interés. El puede encontrar el conocimiento y la reflexión en varias cosas... una de ellas es la biblia, a pesar de su naturaleza más científica que humanista. Para Hans mucho más fructífero para él encontrar la filosofía en la religión que una guía, por eso, los ojos de Herbert empezaban a inquietarlo. Quería que el pelinegro encontrara los mismos pensamientos que el... Sin ningún motivo en especifico. Durante el resto de la clase no pasó mayor asunto entre los dos alumnos, no por lo menos hasta el primero de los descansos. Herbert guardó rápida y descuidadamente sus cosas, dejando caer una libreta muy pequeña que se abrió a la par que tocaba el piso, dejando ver múltiples dibujos de cranéales. Volkov salió del salón mientras cerraba su mochila, y detrás de él, Hans se aproximaba a paso firme por detrás de Herbert, a quien interceptó fuera de la sala... tocándole gentilmente el hombro.
—Oye, Volkov.—

Herbert se quedó helado ante el llamado, y el toque... se sintió como un toque demasiado maduro, como si le estuviera hablando un señor. Volkov se volteó inmediatamente, con ojos abiertos detrás de aquellos cuadrados de vidrio que cubrían su rostro.
—Hans... ¿Qué...—
Volkov ni siquiera pudo terminar su oración en cuanto recibió en sus manos su libreta de vuelta, cerrada. La cara de Hans denotaban una mirada tranquila y alegre, sus comisuras hacia arriba lo harían notar fácilmente. Un pequeño rastro de pillería se mostraba en su cara, Volkov alcanzó a percibir una segunda intención con sus palabras... Hans quería hablar, no solo devolverle un objeto.
—Se que cayó en la sala, tus dibujos son buenos... ¿Eres artista?—
—¿Qué? N...No, yo no...—
—Considéralo... oye, ¿Prestaste atención a la clase de hoy?—
Ambos alumnos empezaron a caminar con sus pertenencias en la espalda, andando al unísono mirándose de reojo el uno al otro. Hans parecía el más concentrado en querer observar al otro, le intrigaba todo tipo de reacción que pudiera tener. En sus ojos podría ver la inexperiencia, era un chico listo, de seguro... todos los Volkov cuentan con una gran habilidad resolutiva. A pesar de eso, Hans percibía el aire de la inexperiencia en Herbert. Su acné rastro de la adolescencia era innegable, la curva en su espalda era un mal hábito que... era lindo a los ojos de Hans. Herbert era tierno, un diamante en bruto... que el podría ayudar a pulir. Podía percibir como su presencia lo atemorizaba un poco, usualmente los demás lo miraban hacia arriba por su pensamiento filosófico y su rostro y porte adulto. Claro... Hans no presumía de esto en lo absoluto, para el todo ser tiene el mismo valor... solo que hay algunos más despiertos que otros.
Ambos caminaron todo el recreo juntos, poco a poco Herbert se iba sintiendo más cómodo con la presencia del chivo, tontamente... cayendo en su trampa. Ese recreo no hablaron de nada muy profundo, pero por lo menos comenzaron una amistad... una larga y dura... duradera amistad.

Lentes para dosWhere stories live. Discover now