Los dos muchachos siguieron hablando después de eso... no era constante, pero sí al menos unas pequeñas palabras día por medio. Hansel seguía siendo distante a diferencia del primer día que hablaron, y esto a Herbert le carcomía por dentro... "¿Por qué? ¿Por qué ya no me habla tanto? ¿Será que le caí mal? ¿Habrá notado mi acné? No seas estúpido Volkov, ¡claro que la notó! ¡Estamos hablando del mismísimo Hansel Sternberg! El notaría incluso las cosas que yo no sé de mi mismo..." Todos estos pensamientos rondaban por la cabeza de Herbert mientras observaba el asiento vacío donde debería estar Hansel, como de costumbre. Hoy el cabrito no se había aparecido por la escuela... lo cual es raro, muy raro. Herbert más que nadie lo sabía. Desde que lo conoce, no ha faltado ni un solo día a clases, pero parece que el único preocupado por esto es... nuevamente, en Niño Volkov. La clase de idiomas no era algo que le interesara demasiado a Herbert, por lo que se encontraba rayando en esa libreta llena de garabatos referentes a la muerte... pero... esta vez estaba dibujando algo nuevo. Sin darse cuenta, había hecho un pequeño retrato de Hansel. Claro, no era realista ni nada, pero estaba bien... muy bien, a Hansel le gustaría. El rostro de Herbert mostró una expresión de sorpresa absoluta cuando notó que sus trazos fueron más intencionados a la vida del chico que debería sentarse adelante de él... antes que a sus calaveras de siempre. Su rostro se había vuelto completamente rojo, esto más que nada por el color pálido de su piel. Al término de la clase, guardó sus dibujos con especial cautela, hoy Hans no estaría para ayudarlo a recoger sus cosas si dejaba algo atrás.
El resto del día fue aburrido para Herbert, no sabía lo mucho que Hansel alegraba su estadía en la escuela. Se quedó pensando mientras dibujaba solo en el recreo... Herbert era popular, muy popular, era el hijo menor de Volkov. Todo mundo había escuchado su nombre y lo veían por ello, pero nunca nadie quería hablarle... el miedo que le tenían era innegable, por consecuencia, Herbert era alguien de pocos amigos. Hansel por su lado, era muy popular en un buen sentido, era un chico apuesto y adulto para su edad, pensaba más que muchos y tenía un trato delicado y maduro para las demás personas... a la gente le gustaba estar alrededor de él. A pesar de eso, Hansel prefería la soledad, no se le acercaba a nadie voluntariamente... a nadie excepto a Herbert. Volkov pensó un rato en esto... intentando filosofar como muchas veces había visto hacer a Hansel, pero era inútil... era demasiado tímido como para dar paso a la posibilidad de un interés de su parte hacia Hansel, así de corto era su rango de pensamiento. Pobrecito... si tan solo el chico que atormenta sus sueños estuviera ahí no tendría que pensar tanto.
El día termino con inusual lentitud, Volkov se colocó gorro y chaqueta y se dirigió a la parada de autobús... era hora de ir a casa. Ya en el transporte, como de costumbre se colocó sus audífonos y empezó a escuchar su música... música pesada, pero algo era inusual en sus gustos últimamente. Herbert solía escuchar metal pesado como un completo perdedor, sin embargo... en este momento escuchaba baladas metal... algo mucho más romántico, mucho más... niña. Disfrutaba de la música mientras miraba al vidrio del autobús que reflejaba la agradable y nevada tarde del viernes en la calle. A los minutos, Herbert llegó a su hogar... una linda casa lo suficientemente grande para que toda su familia cayera ahí, el y su padre... y su perrito chop suey, y para él eso era más que suficiente. Entró a casa y como de costumbre estaba vacía. Había comida en el refrigerador, lasaña... porque su padre ama la lasaña, acompañada de una nota que Herbert acostumbra a leer todos los días. "Puedes comer hijo, calienta la comida. Estaré en casa a las 8. Te amo. —Papá" y una estrella rápidamente dibujada al final. Herbert sonreía ante la notas de su padre... si algún día llega a casa y no encuentra alguna nota, pensaría que su padre está muerto o algo peor. Fuera de miedos, Herbert no tenía hambre, no había tenido hambre en todo el día... solo tenía ganas de ver a Hansel, pero eso sería imposible hasta el lunes. Subió a su cuarto arrastrando la mochila junto a él. Entrando en la casi ordenada habitación. Tiro la mochila al piso y se recostó en su cama, mirando a l ventana sobre la que la nieve se deslizaba gentilmente... los copos, innumerables y abundantes le recuerdan mucho a las pecas de su amigo. Quizás ha estado escuchando demasiadas canciones románticas, y acompañada de la ausencia del chivo durante el día... le generaron un sentimiento... uno muy extraño, deseo.
El pequeño Volkov estaba en la flor de la pubertad, no se le puede culpar por su acné, sus lentes y su postura... y tampoco por la ensoñación de placer excesiva. Ni siquiera se había dado cuenta de lo mucho que había pensado en el cabrito... en sus pecas, su barbita... en la composición de su cuerpo, la cual no era grande, pero era firme... sus cuernos, sus manos, su voz... todo acariciaba suavemente una glándula cerebral de Herbert que liberaba hormonas propias de la edad del mocoso... y por esto... tuvo una erección sin necesidad de tocarse siquiera. Volkov lo notó de inmediato, y una mueca de miedo y vergüenza se apoderó de él... su rostro contemplaba con horror lo ya provocado... pero no podía irse atrás ahora. Bajo suavemente una de sus manos a lo largo de su cuerpo, llegando finalmente a su entrepierna. Herbert tenía muchísima experiencia en esto... en la autocomplacencia. Pero jamás lo había hecho en nombre de otra persona... y se sentía sucio, tan sucio. Jamás llegaría a ser tan puro y espiritual como Hansel... tenía las manos sucias, literalmente... pensaba en lo superior que Hansel era a él mientras leves movimientos encerraban toda su masculinidad, haciéndolo mover un poco las piernas, revolviendo la cama levemente. Su respiración se volvió pesada y entrecortada en poco tiempo, la imagen de Hansel en su cabeza lo hacía sentir cada vez más caluroso... levantó suavemente su camisa hasta destapar su delgado abdomen. Su mano jugaba gentilmente con su virilidad... cada vez más rápido. Herbert deseaba con fervor que esa mano no fuera suya sino la de Sternberg, pecosa, grande y habilidosa extremidad. Ni bien pasaron dos minutos y el colapso estaba cerca, la ingle del pelinegro se encontraba alta, mientras sus hombros y su cabeza, hundidos en la cama, se negaban a mirar aquel acto propio de su edad. Subía una mano tapándose rápidamente la boca, aunque la casa estuviera vacía... le daba vergüenza su voz en constante cambio. Un fuerte gemido se escuchó dentro de su habitación a la par de que su precoz venida se esparcía en su abdomen... pocos segundos fueron aquellos. Ahora estaba hecho... estaba listo, había puesto la última estaca en su ataúd.... Se había tocado pensando en un hombre, en un señor... no había duda alguna, querer ignorarlo o evitarlo era inútil. Herbert Volkov era innegablemente gay.