El vacio

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La ignorancia es una condición innata de todo ser; desde el momento de nuestro nacimiento somos ignorantes, nadie nace con pleno conocimiento. Este estado inicial nos impulsa a embarcarnos en un proceso de aprendizaje que nos permite trascender nuestra ignorancia. Sin embargo, esto no implica que alcancemos un saber total en todos los ámbitos, ya que, en realidad, nadie posee el conocimiento absoluto de todo suceso habido y por haber en el universo. O ¿si?

Lugar: Cementerio Jardín de la paz /Dia 6 de mayo/ Hora 12:06 pm

La mayoría de los médiums se conectan con las almas que permanecen atadas a sus cuerpos en lugares como hospitales y cementerios. Estas almas, a menudo, sienten el impulso de seguir a sus cadáveres, anhelando regresar a ellos. Por esta razón, muchos médiums visitan cementerios, no solo para ofrecer paz a las almas en pena, sino también para establecer un vínculo profundo entre ellas y ellos.

En un rincón sombrío del cementerio, una mujer de aproximadamente 36 años se arrodilla frente a una tumba. Su rostro, surcado por lágrimas, mientras su maquillaje corrido refleja la tormenta emocional que la consume. Con un susurro desgarrador, le dice a la persona que yace en el sepulcro.

—Te dije que vendría de vez en cuando... Lo lamento, pero hoy no fue un buen día para mi. Ya han pasado casi cinco años y aún no logro superarlo. Sabes, Abraham, está bien, aunque tú ya conoces su forma de ser; nada le pasa desapercibido. Me pregunta cómo eras de joven hace unos dias y no soporte recordarte y me senti tan mal por no poder cambiar el mundo y tenerte a ti. Él también te extraña, y mucho. Hoy solo vine a verte por que me siento completamente sola, como no me había sentido desde que te fuiste... p-pa...

Su voz se quiebra en un sollozo llanto. En ese preciso instante, un hombre anciano, de cabello canoso y piel arrugada por el tiempo, que había estado cerca de la tumba, se acerca con paso lento y firme. Usando un abrigo color negro. Con una mirada sabia y comprensiva, se detiene junto a la joven.

Con voz suave y grave, le pregunta:

—¿Era su padre?

La joven se seca las lágrimas con la mano temblorosa y asiente, como buscando un consuelo que no puede encontrar.

—Sí...

El anciano, con una expresión de empatía, inquiere de nuevo:

—¿Y de qué murió?

Con un suspiro profundo, la joven responde, su voz impregnada de recuerdos:

—Sufría diabetes desde que nací. Siempre lo vi lidiar con la enfermedad sin que pareciera un problema. Pero con los años, su condición empeoró. En sus últimos años, perdió ambas piernas y recuerdo cómo lloraba todos los días por no poder jugar béisbol con su nieto. Lo amaba, era un gran abuelo mi hijo le decia Mau de Mauricio.

El hombre asiente, su mirada se vuelve nostálgica, como si reviviera sus propios recuerdos.

—Seguro que aún lo extraña.

Con tristeza, la joven contesta, mirando la estatua de un ángel que se alza cerca, como si fuera un guardián del lugar:

—Él no ha venido a verlo al cementerio desde que lo enterraron. Simplemente quedó marcado con la imagen de su última despedida aquí.

El anciano se acerca un poco más, su mano temblorosa se extiende hacia la joven, ofreciendo un toque de consuelo en medio del silencio pesado que rodea el cementerio. Las sombras de los árboles se alargan bajo la luz tenue del atardecer, creando un ambiente casi etéreo, donde el murmullo del viento parece llevar consigo los susurros de los que ya no están.

El diario de un MÉDIUM #Copa Fénix 2025Donde viven las historias. Descúbrelo ahora