Elena
Me siento en el borde del lavabo, con las piernas cruzadas, observando con diversión a Enzo mientras lucha con mi cabello.
—Tienes que rendirte, amore. —dice con su acento italiano marcado, la voz profunda y seria, pero con frustración.
Me muerdo el labio para no soltar una carcajada. Su reflejo en el espejo me dice que está concentrado, con el ceño fruncido y la boca en una fina línea mientras desliza sus manos por mis rizos, tratando de domarlos.
—Si no puedes déjalo.
—¿Y dejar que un par de rizos me ganen? Ni en mil años, nena.
Resoplo y ruedo los ojos. Su perfume, esa mezcla de madera, cuero y un toque de tabaco, me envuelve por completo. El vapor tibio del baño sigue en el aire después de la ducha, haciendo que mi piel brille levemente.
—No se trata de ganar, idiota. —me burlo, sintiendo cómo la brisa del aire acondicionado choca contra mi espalda desnuda. —Se trata de que mi cabello es un arte que tú no entiendes.
Me mira a través del espejo, sus ojos grises con ese brillo depredador que siempre tiene.
—Pues lo voy a entender.
Toma un cepillo y lo desliza con delicadeza por mis rizos, pero apenas baja unos centímetros y el cepillo se queda atascado. Lo jalo hacia mí con fuerza y lo miro con advertencia.
—No me jales, maldito blanco.
Se ríe, su risa baja y profunda, retumbando en el baño. Mis rizos se niegan a ceder, pero él no se rinde.
—¿Y qué hago entonces, reina del Caribe?
—Déjalo así, mi cabello es libre, y solo yo lo domo.
Suelta un suspiro dramático y deja el cepillo en el lavamanos. Sus manos grandes se deslizan sobre mis hombros desnudos, acariciando mi piel con sus dedos ásperos.
—Eres demasiado hermosa como para que te importe tu cabello.
—¿Tú crees? —alzo una ceja, desafiante.
—No, yo sé. —inclina su rostro, su aliento cálido rozando mi cuello, su boca apenas a centímetros de la mía.
Su aroma me envuelve de nuevo, y el calor de su cuerpo contra el mío me provoca escalofríos. Me mira fijamente, como si ya me tuviera donde quiere.
—A la próxima, mejor peíname otra cosa. —susurro, burlona.
Sonríe antes de atraparme en un beso.
Sonrío contra sus labios antes de separarme lentamente. Lo miro, divertida, con una idea cruzándome por la cabeza.
—¿Sabes qué? —musito con inocencia.
Alza una ceja, sospechando. Pero ya es demasiado tarde.
Tomo agua entre mis manos y se la lanzo directo a la cara.
—¡Elena! —gruñe sorprendido, cerrando los ojos por el impacto.
Me río fuerte, el sonido rebota en las paredes del baño mientras él se queda ahí, con gotas deslizándose por su mandíbula afilada y sus mechones oscuros mojados.
—Maldita sea, mujer, estás jugando con fuego.
Abre los ojos y los tiene brillantes, oscuros, peligrosos. Pero yo no me asusto, solo me río más fuerte.
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Los Secretos Que Nos Unen (+21) |#1| ©
KurzgeschichtenDuología: Corazones En llamas. Soy Elena, una simple muchacha de República Dominicana. Pero mi vida cambió el día que cometí el error de estar en el lugar equivocado, en el peor momento posible. Vi algo que no debía: a Enzo Di Angelo, el hombre más...