¿Que?

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Gavi

Han pasado unos meses desde la lesión, y aunque el dolor físico ha disminuido, la batalla mental es otra historia. Estoy inmerso en la rutina de la rehabilitación, enfocado en volver más fuerte, pero algunos días son más duros que otros. Hoy es uno de esos días en los que la monotonía me pesa más de lo normal. Celia está aquí, como siempre, su presencia es mi constante, el ancla que me mantiene firme. Es mi lugar seguro, mi hogar.

Me despierto con la luz suave del invierno filtrándose por la ventana. Es un día como cualquier otro, o al menos eso creo. Celia está en la cocina, escucho los sonidos familiares del desayuno en proceso. Bajo las escaleras, más por costumbre que por hambre, y la encuentro ahí, esperándome con una sonrisa que me hace olvidar por un momento todo lo demás.

"Buenos días, dormilón", me dice, mientras me sirve una taza de café. Tiene ese brillo en los ojos que me encanta, ese que me dice que tiene algo en mente.

"Buenos días", le respondo, aún algo somnoliento. "¿Qué tienes pensado para hoy?"

"Bueno, tengo una sorpresa para ti", dice, con un tono que no logro descifrar. Me acerco a la mesa, y ella me sigue con la mirada, un destello de nerviosismo en su expresión que me intriga.

"¿Una sorpresa?", pregunto, un poco más despierto ahora, y curioso.

Celia se sienta frente a mí, toma un sorbo de su café y deja la taza en la mesa con una calma que no coincide con la emoción en sus ojos. "Sí, una gran sorpresa", dice, y suelta una risa nerviosa antes de pronunciar las siguientes palabras: "Estoy embarazada, Pablo".

El mundo se detiene por un instante. La sorpresa es tan grande que tardo unos segundos en procesar lo que acaba de decir. La miro, buscando algún indicio de que está bromeando, pero su rostro serio y expectante me hace pensar que lo que dice es verdad.

"¿Qué?", es lo único que logro articular. "¿Estás... estás segura?"

Ella asiente, con una sonrisa amplia y los ojos brillando. "Sí, lo estoy. Lo supe hace unos días, pero quería esperar el momento adecuado para decírtelo".

Mi corazón late con fuerza. Una mezcla de emociones me invade, desde la alegría más pura hasta un temor profundo. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? ¿Cómo no había notado ningún cambio en ella? Me siento culpable por estar tan absorto en mi propia recuperación que no vi lo que estaba ocurriendo.

Me levanto de la silla, sintiendo que el aire me falta, y camino hacia la ventana, intentando ordenar mis pensamientos. ¿Voy a ser padre? Miro hacia fuera, pero mis pensamientos están a mil por hora. Celia, siempre a mi lado, siempre apoyándome... ¿Y ahora ella va a cargar con esto también? ¿Estaré listo para ser padre?

"Esto es... increíble", digo finalmente, volteándome hacia ella. Veo la emoción en su rostro, la misma que estoy seguro de que tengo yo en el mío. Me acerco a ella, la abrazo con fuerza, sintiendo su calor, su vida. "Te amo tanto, Celia", le susurro al oído, y en ese momento, todo parece encajar. No sé cómo, pero sé que juntos podemos con todo, incluso con esto.

Nos quedamos abrazados por un buen rato, mi mente alternando entre pensamientos de miedo y felicidad. Todo es tan abrumador, pero tener a Celia aquí conmigo lo hace más llevadero. Cuando finalmente nos separamos, veo que ella está mordiéndose el labio, como si estuviera reprimiendo algo.

"Hay algo que necesito decirte", dice, evitando mi mirada.

Siento un pequeño nudo en el estómago. "¿Qué pasa?", pregunto, tomando su mano.

Ella empieza a reír, primero suavemente, y luego con más fuerza, una risa que me descoloca por completo. "Pablo... hoy es el Día de los Inocentes".

La información me golpea como un balde de agua fría. El 28 de diciembre, claro. ¿Cómo no lo recordé? ¡El Día de los Inocentes! Me quedo mirándola, primero sin comprender, y luego, cuando la realización me golpea, la miro con los ojos entrecerrados.

"¿Me estás diciendo que...?" No puedo ni completar la frase, porque ella ya está riendo a carcajadas, con esa risa contagiosa que siempre me derrite.

"Sí", dice entre risas, "¡Es una broma, amor! No estoy embarazada". Me mira con esos ojos llenos de diversión y algo de disculpa.

Al principio, no sé cómo reaccionar. Mi mente aún está procesando el hecho de que no vamos a tener un bebé. Me dejo caer de nuevo en la silla, mirando a Celia, quien se limpia las lágrimas de la risa, y de pronto, no puedo evitarlo más: yo también empiezo a reír.

"¡No puedo creer que me hayas hecho esto!", le digo, entre risas, sin poder evitar sentirme aliviado y, al mismo tiempo, un poco tonto por haber caído tan fácil.

Celia se acerca, se sienta en mi regazo y me abraza. "Lo siento, amor", dice, con un tono cariñoso. "Pero necesitaba hacerte reír. Hemos pasado por mucho, y quería darte un poco de alegría, aunque fuera a mi manera".

La abrazo con fuerza, sintiendo un torbellino de emociones. La verdad es que me hizo sentir vivo, emocionado por algo más allá del fútbol, más allá de la recuperación. "Bueno, lo lograste", le digo, aún con una sonrisa. "Pero, ¿sabes? Por un momento, pensé que realmente podría ser verdad... y no me asustó tanto como pensé que lo haría".

Ella me mira, sus ojos reflejando un amor infinito. "Eso es porque, cuando llegue el momento, sé que serás un padre increíble".

Nos quedamos así, en silencio, abrazados, sabiendo que, aunque todo fue una broma, lo que sentimos es muy real. Tal vez ese futuro no esté tan lejos después de todo, pero por ahora, tenemos lo que necesitamos: el uno al otro, y la promesa de todo lo que está por venir.

El destino me puso en tu camino ~ Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora