Capítulo 2.

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GIDEON SMITH

Unos golpes en las pesadas puertas doradas de mi enorme dormitorio hace que levante la vista de uno de mis ejemplares de "Romeo y Julieta" de William Shakespeare, uno de mis libros favoritos.

—Adelante.

Aitor abre la puerta con cautela y asoma medio cuerpo por el hueco del umbral.

—Alteza, sus majestades quieren veros. Os esperan en el Salón del Trono.

—¿Ahora?

—Sí alteza.

—De acuerdo.

Dejo mi valioso ejemplar encima del tocador y mirando mi reflejo en el gran espejo me coloco bien la chaqueta. La pulcritud en mis padres es muy importante. El mechón rubio rebelde que se escapa por mi frente será objetivo de la mirada inquisitiva de mi madre.

Una vez fuera de mi habitación, Aitor y yo recorremos los largos pasillos hasta el Salón del Trono. Si me están esperando allí es que el asunto es demasiado importante.

Aitor me sigue a exactamente trece pasos detrás de mí. Desde niño me enseñaron que él sería mi mayor defensor. El que daría su propia vida por salvar la mía en caso de que fuera necesario. Y sé que lo haría no sólo porque lo obliga la Corona, sino por nuestra amistad. A pesar de nuestra diferencia de edad (nos llevamos cuatro años), para mí es como si fuera mi hermano mayor. Siempre ha estado conmigo, en mis mayores logros, pero también en los momentos más difíciles.

Ahora mismo su gesto serio es el que más me ha preocupado desde que lo he visto aparecer por la puerta de mi habitación y su silencio me perturba más que cualquier pesadilla.

Recorremos los pasillos solitarios en silencio aunque lo único que lo rompe es el sonido metálico de la espada que lleva Aitor colgada a su cintura. Llego hasta las gigantescas puertas custodiadas por dos guardias que, al verme, hacen una reverencia, tal y como indica el mandato real. Al acercarme a ellos ambos abren las pesadas puertas y veo a mis padres al fondo de la sala, con gesto regio sentados cada uno en sus respectivos tronos.

Al llegar al estrado separado por tres escalones, dejo un espacio de metro y medio como indica el protocolo y ahora soy yo el que se inclina ante ellos.

—Majestades —digo agachando la cabeza.

Al incorporarme veo cómo las luces de las lámparas en forma de araña se reflejan en sus coronas doradas. Al lado izquierdo de mi padre se encuentra el consejero real, Hunter Grayson. Mi madre se levanta primero y se alisa la tela de su vestido azul oscuro con ribetes dorados antes de cruzar sus manos en su regazo.

—Querido hijo —me saluda de forma formal—. Estamos ante una era de cambios. Cambios constantes y vitales para la prosperidad de nuestro reino. Es momento de que cumplas con uno de los ejercicios más importantes de tu misión como Príncipe heredero.

—¿Ejercicios madre? —pregunto con cautela.

—Así es —responde ella estoicamente—. Tanto tu padre como yo y el resto del Consejo real creemos que ya ha llegado la hora. Ya estás preparado.

—¿Preparado para qué? —pregunto cada vez más desconcertado.

Mi madre, aún de pie, mira hacia donde está mi padre y ella afirma con la cabeza. Vuelve a sentarse junto al rey y ahora es él quien habla:

—Preparado para casarte.

—¿Ca...casarme?

—Así es. Cuando cumplas dieciocho años has de casarte. El Consejo real ya ha dictaminado dos posibles candidatas para ser la futura reina de Riverfrost.

Por el amor de un príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora