Capítulo 1: La Cueva

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El sol se deslizaba lentamente detrás de las montañas, tiñendo el cielo de un rojo ardiente, cuando Diego y Marco, dos jóvenes exploradores con un deseo insaciable por lo desconocido, se aventuraron en un bosque espeso y casi impenetrable. Diego, de cabello oscuro y ojos profundos que reflejaban una curiosidad constante, llevaba una mochila cargada de provisiones, sujeta firmemente a su espalda. Su complexión atlética, fruto de años de caminatas y escaladas, lo hacía parecer imperturbable ante cualquier desafío. A su lado, Marco, un poco más bajo y de cabello desordenado, llevaba una linterna en la mano, sus ojos claros brillando con emoción mientras cruzaban la frontera de los árboles más densos.

El bosque parecía cobrar vida a su alrededor. Las sombras de los árboles antiguos se alargaban, creando formas extrañas que se movían con el viento. Las hojas crujían bajo sus botas, y el canto lejano de los pájaros nocturnos resonaba como un presagio en la penumbra. A medida que avanzaban, una sensación extraña comenzó a invadirlos, una mezcla de calma y tensión que los envolvía como una niebla invisible.

¿Sientes eso? - murmuró Marco, deteniéndose un momento para mirar a su alrededor.

Diego asintió en silencio, concentrado en la senda que se abría ante ellos. Los dos amigos habían explorado numerosos bosques antes, pero ninguno les había transmitido una sensación tan peculiar. Era como si el bosque los invitara a seguir adelante, susurrando secretos antiguos entre las hojas.

Después de caminar durante un rato, una apertura en el denso follaje reveló la entrada de una cueva oscura y profunda, apenas visible en la penumbra. La boca de la cueva parecía absorber la luz del atardecer, atrayéndolos con una fuerza inexplicable.

Esto es... extraño - comentó Diego, entrecerrando los ojos mientras observaba la cueva. Su voz, normalmente firme, sonaba ahora más baja, casi reverente.

Marco se acercó, su linterna arrojando un débil rayo de luz sobre las paredes de piedra. La entrada de la cueva tenía algo inquietante, algo que no podían explicar, pero que al mismo tiempo los atraía sin remedio.

Tenemos que entrar - dijo Marco, más para sí mismo que para Diego. Era como si la cueva los llamara, un susurro en el viento que los empujaba hacia lo desconocido.

Sin decir más, se adentraron en la cueva. El aire se volvió más frío a medida que descendían, pero no era solo la temperatura lo que los afectaba; una calma extraña los envolvía, una tranquilidad que solo servía para intensificar la alerta de sus sentidos. Las paredes de la cueva parecían vibrar con una energía sutil, y el eco de sus pasos resonaba como si la cueva misma estuviera respirando.

Diego pasó la mano por la rugosa pared de piedra, sintiendo la humedad que se filtraba desde el techo. El olor a tierra y musgo llenaba el aire, mezclado con algo más, un aroma metálico que no podía identificar.

De repente, un débil haz de luz apareció en la distancia, apenas perceptible en la oscuridad creciente. Flotaba en el aire, como una luciérnaga solitaria que los guiaba hacia las entrañas de la cueva. Marco apuntó su linterna hacia la luz, pero su haz fue absorbido por la oscuridad.

¿Qué crees que es eso? - preguntó Diego, su voz apenas un susurro.

No lo sé, pero parece que nos está guiando - respondió Marco, su tono lleno de curiosidad y una pizca de inquietud.

Sin más opción que seguir adelante, los dos amigos avanzaron hacia la luz. El suelo bajo sus pies se volvió más irregular, y el aire se hacía más denso con cada paso. Pero cuanto más se acercaban a la luz, más oscuro se volvía su entorno, hasta que la penumbra los envolvió por completo. La linterna de Marco comenzó a parpadear, y finalmente se apagó, dejándolos en una oscuridad absoluta.

¡Maldición! - exclamó Marco, golpeando la linterna en un intento inútil de que volviera a encenderse.

Tranquilo, sigue caminando - dijo Diego, tratando de mantener la calma. Pero en su interior, una sensación de miedo creciente comenzaba a apoderarse de él.

Finalmente, llegaron a un espacio más amplio, donde la oscuridad parecía ceder ligeramente. Allí, en el centro de la cueva, una figura comenzó a tomar forma. Era una chica, sucia y desaliñada, con el cabello enmarañado cubierto de lodo y sangre. Su piel, pálida y desgastada, brillaba débilmente bajo la tenue luz que emanaba del altar sobre el que giraba, gritando palabras ininteligibles.

Diego sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La chica no parecía notar su presencia, completamente inmersa en su macabro ritual.

¿La ves? - murmuró Marco, su voz temblando.

Diego asintió, incapaz de apartar la mirada de la aterradora escena que se desarrollaba ante ellos. La chica, con los ojos desorbitados y los movimientos espasmódicos, levantó una daga brillante. El reflejo de la hoja centelleó en la penumbra antes de que la hundiera en el pecho de una gallina que sostenía con firmeza.

La sangre brotó en un chorro oscuro, cubriendo el altar mientras la chica arrancaba los órganos de la criatura. Marco se llevó una mano a la boca, susurrando algo que Diego no pudo entender.

Esto es... - Marco no pudo terminar la frase, desviando la mirada con repugnancia.

Pero justo cuando lo hizo, un silbido agudo comenzó a perforar su mente, una frecuencia que se intensificaba cada vez que intentaba mirar hacia otro lado.

¿Escuchas ese silbido? - preguntó Marco, su voz cargada de pánico.

Diego negó con la cabeza, incapaz de escuchar nada más allá de los gritos de la chica y el latido acelerado de su propio corazón. Marco comenzó a frotarse las sienes, el dolor evidente en su expresión, mientras el silbido aumentaba en intensidad. Y entonces, la chica se desvaneció, desapareciendo como si nunca hubiera estado allí.

El grito de Marco fue breve, ahogado por la agonía que lo consumió en ese instante. Su cuerpo cayó al suelo, convulsionando mientras Diego observaba, paralizado por el terror. Pero en cuanto la chica desapareció, la cueva pareció sumergirse en un silencio mortal. Las paredes de piedra se cerraron alrededor de Diego, y el aire se volvió tan denso que apenas podía respirar.

Diego sintió una oleada de emociones invadir su mente. El terror se mezcló con una tristeza abrumadora, y su visión se nubló mientras el peso de la cueva lo aplastaba. Intentó gritar, pero su voz quedó atrapada en su garganta.

Y entonces, como si respondiera a su miedo, la chica reapareció en el centro de la cueva, continuando su ritual sangriento sin prestar atención a Diego o al cuerpo inerte de Marco. Las llamas del altar titilaron por un momento antes de extinguirse, sumiendo la cueva en una oscuridad que parecía absoluta.

Diego se quedó quieto, su mente aturdida, incapaz de procesar lo que había sucedido. Pero cuando una nueva luz comenzó a brillar en la distancia, supo que debía moverse. Se levantó con esfuerzo, sintiendo como si el peso del mundo estuviera sobre sus hombros, y sin pensarlo dos veces, corrió hacia la salida de la cueva.

El aire fresco lo golpeó cuando salió a la superficie, pero no se detuvo. Siguió corriendo, dejando atrás su mochila, su linterna, y todo lo que había llevado consigo. Lo único que importaba ahora era alejarse de ese lugar, de la cueva y del horror que había presenciado.

Pero mientras corría hacia la seguridad de la luz del día, Diego sabía que algo de él se había quedado en ese oscuro lugar, algo que nunca podría recuperar. 

"El Ritual de la Cueva"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora