Capítulo 3

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Las horas comenzaron a pasar y con ello mi salida. Darío y mi madre ya se habían ido a dormir. Ella se había despedido con un abrazo que había durado minutos y un dulce beso en la frente. Él no sabía nada. Principalmente se lo estábamos escondiendo, porque sabíamos que no me dejaría partir.

Agarré una bandolera marrón oscuro, que mi madre había comprado hacía ya muchos años en el pueblo, donde había metido varios utensilios básicos por ahora. Estos eran una cantimplora, una navaja y un pequeño saquito de tela con las monedas que tenía recaudadas y con las que mi madre me había podido ayudar. Además, acabé echando dos pares de mudas.

No debía llevar mucho peso encima, ni cosas de valor que me pusieran en situaciones de riesgo. Antes de salir por la puerta cogí el libro de papa y bajé lentamente por las escaleras intentando evitar el crujido de la madera vieja. Llegué a la cocina y saqueé la despensa, llevándome conmigo migajas de pan, un trozo de queso y de fuet.

La casa estaba silenciosa, oscura y tranquila, mi corazón se apretó al ver por última vez mi hogar. Por pensar que hasta dentro de mucho tiempo no volvería a ver a mi madre.

El destino me llamaba o eso es lo que me gustaba pensar, para nosotros la magia era muy importante, los seres y utensilios que habían sido agraciados con ella eran sagrados, aunque muchos de ellos fuesen mortales.

Descolgué mi capa y salí de la casa. Miré por última vez mi hogar durante unos segundos y sin dejar que la duda aflorase en mí, comencé a andar.

El pueblo estaba desierto, era de noche aún pero pronto empezaría a amanecer, y prefería que el pueblo no se enterase de su marcha hasta que su madre lo hiciese público. Ella sabría cómo manejarlo, la gente era demasiado cotilla, juzgona y cruel.

A las afueras del pueblo llené la cantimplora de agua del pozo.

Mi objetivo era claro llegar al lugar protagonista del libro de mi padre. ¿Cómo empezaría aquello? Dirigiéndome a la costa. La historia contaba como la chica había pasado por innumerables pruebas para llegar a El confín del tiempo, ya que este no era accesible para cualquiera. Este lugar mágico se encontraba en las profundidades del océano o aquello era lo que se explicaba en él. La Casa del Agua quedaba a un tiempo caminando que desconocía. Jamás había salido del pueblo, pero en vez de tomármelo como una debilidad me lo tome como una fuerza más. En muchos aspectos era débil, pero mi fortaleza y autodeterminación que había sacado para llegar a donde quería había sido algo que mi padre me había enseñado constantemente, aunque aquello me había llevado a muchas decepciones.

En la salida del pueblo donde ya a partir de ahí no había más luz, alargué el brazo hacía la luminosa antorcha que alumbraba la calle. Con ella en la mano me acerqué a las indicaciones. En este punto de partida solamente se encontraban cinco flechas cada una apuntando en una dirección distinta con pueblos de alrededor de la zona, menos una en la que se encontraba escrita "camino principal".

El camino principal, era el camino que unía todas las Casas, el sendero principal y mejor cuidado, no había perdida o es eso lo que decía en los libros que había leído sobre su creación.

Comencé a andar, un paso detrás de otro, motivada al cien por cien. Con el pasar de las horas ya se había hecho de día y yo seguía caminando, siguiendo el camino que iba por el medio del bosque.

La realidad es que mi motivación y optimismo se había ido, ya estaba cansada de andar y ya empezaba a cuestionar el impulso que me había traído hasta allí. ¿Y si me volvía para atrás? Tampoco nadie me lo echaría en cara, y aunque así fuera no era de mi importancia. A lo mejor el brillo y las señales del libro habían sido efectos extraños de mi cabeza. Intentaba buscar una justificación a mis ganas de huir.

Hiperventilando y con un dolor de piernas extremo, sumándole que el sol estaba en el punto más alto del día, me senté en una roca al lado del camino.

Trencé mi largo cabello marrón oscuro ondulado que llegaba hasta la cintura, y abrí la bandolera sacando algo con lo que poder alimentar mi débil cuerpo.

Dos hombres uno más mayor que el otro pasaron llevando un carromato y al verme empezaron a disminuir el paso.

- ¡Buenos días! – saludaron los dos al unísono.

- Buenos días – respondí con una sonrisa algo rara y con la voz medio entrecortada.

- ¿A dónde va? – preguntó uno de los señores.

- A la costa.

- Nosotros vamos hasta una de las tabernas que hay por el camino que se encuentra justo en un desvío entre ir a la Casa del Agua o a la Casa del Viento. Podemos llevarla hacía allí si lo desea.

Al instante mi cabeza se movió en un asentimiento y una sonrisa se formó en mis labios. Estaba demasiado cansada como para seguir andando. Me subí a la punta del carromato cuando los dos hombres se juntaron más para dejarme un sitio, cuando estuve lista mandó al caballo a continuar con la travesía.

- ¿De dónde es?

Sabía que aquella pregunta nunca podía surgir bien. La gente se detestaba por la Casa de la que provenía, los extranjeros no eran bien bienvenidos en lo absoluto, pero esos hombres habían venido del mismo camino que yo, aún así no sabía si responder.

- No se preocupe, somo de la Casa de la Tierra y vamos a los límites del territorio para transportar mercancía, ya nos imaginábamos que sería de la zona también. Pocos extranjeros se ven.

Aquella respuesta me alivió y asentí.

- Soy de uno de los pueblos, sí.

A aquellos amables hombres se los veía con ganas de hablar, el mayor prosiguió con la charla.

- Nosotros trabajamos de esto, transportando los productos cultivados en nuestras tierras. Este es mi yerno y él y yo hacemos esta parte del trabajo, mientras que mi mujer y mi hija se encargan de las tierras y del cultivo. Mi mujer ha adquirido el conocimiento de su familia de centenas de años sobre la agricultura.

- ¿No les da miedo ir por estos caminos en los que puede haber tanta variedad de personas? – pregunté curiosa de escuchar la respuesta.

- La verdad señorita, es que me da igual de donde proceda cada uno. Los que habitamos usualmente estos caminos, no nos dejamos llevar por los prejuicios, las tabernas están llenas de personas de distintas Casas, y son personas con diferentes personalidades al igual que nosotros.

Sonreí ante la respuesta.

- Pienso exactamente lo mismo, señor.

- Me alegro de que haya nuevas generaciones que no se dejen llevar por el odio.

El camino continuó mientras ellos hablaban de temas triviales e intentaban meterme en la conversación. El tiempo fue pasando sin que me diese cuenta. Podrían haber sido treinta minutos o dos horas, pero en cuanto llegamos a el desvío, el carromato paró.

Me bajé de él y les di las gracias antes de quedarme en frente del desvió y con la taberna a un lado. Esta estaba a reventar de jóvenes y mayores, particularmente de hombres, todos bebiendo y riendo y hablando.

Decidí tomar un descanso más serio y atreverme a entrar en aquella taberna.

El confín del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora