Segundo Concierto: El Cantante

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«Quiero estar contigo, Serge...»

Un día despertó con esa frase en su cabeza, como si fuera un mantra que le persigue silenciosamente; tenía seis años cuando un día abrió los ojos y se sintió con la necesidad de encontrar a alguien que no conocía.

¡Que angustia! Iba en primaria y se sentía como una necesidad encontrar al amor de su vida.

Esa memoria la tiene tan arraigada en su mente que, desde entonces, Gilbert tuvo la tarea de estarlo buscando. En la calle, en el autobús, en los reflejos de los charcos, en la parada del tren, en las revistas, en internet, en la iglesia... simplemente buscaba una cara, y por más que lo intentaba, no lograba si quiera descifrar de quien era.

Al principio no lograba entender explícitamente lo que le sucedía ni tampoco quien era la persona que necesitaba encontrar, solo sabía que debía hacerlo, hallarlo. Sabía que ese rostro podría reconocerlo apenas lo viera, pero hay tanta gente en París... Que a veces teme haberlo visto entre la multitud y no haberlo reconocido.

Esa es la única idea que le atormenta, porque en su vida pasada, sus días estaban llenos de tormentas eléctricas y huracanes que le revolvían el estómago y le naufragaban el alma.

Él no está consciente de eso. No sabe todo lo que sufrió hace más de cien años, no sabe y no conoce el sentimiento del dolor ni de la angustia; de la violencia ni del abuso; quizá porque Dios le debe una disculpa, porque toda alma que ha sufrido en el pasado tiene derecho a ser feliz en algún momento y, está vez, el destino se había encargado de compensar todo el sufrimiento de un pequeño niño.
Gilbert nació en la cuna de una amorosa familia, una madre dulce y un padre gentil que siempre procuró el bienestar de su familia, eran una familia feliz que amaba a su pequeño rayo de luz. Sin embargo cuando sus padres supieron las inquietudes del pequeño Gilbert no dudaron en buscar ayuda y decidieron llevarlo al psicólogo.

El diagnóstico fue claro: Gilbert no tenía ningún tipo de problema. Era un niño animado y cariñoso que no tenía algún problema considerable más allá de los propios de la edad.

«Quizá es un juego de niños», dijo el médico.
«Mientras no cause nada negativo en él, déjenlo que siga explorando. Es demasiado pronto para saberlo con seguridad, los niños son curiosos por naturaleza y desbordan imaginación por igual, tengan paciencia », concluyó.

Y sus padres así lo hicieron, lo apoyaron en medida de lo posible, porque Gilbert era el niño que habían deseado por años. Quizá lo mimaban demasiado, pero para ellos era lo mínimo indispensable para que Gilbert fuera muy feliz.

Felicidad.

¡Ah, que satisfactoria es la felicidad! Que bueno es llorar por caerte de la bicicleta y no por un abuso sexual, que pleno es sentirte frustrado por una mala nota y no porque un hombre mayor te ha dejado a la deriva, ¡Ah, que dicha!

El destino gentil había besado a Gilbert en la mejilla y le había abrazado pidiendo disculpas, pero también le recordaba continuamente que debía encontrar a la persona que más ama.

Encontrar a alguien que no conoce era una tarea por demás difícil.
Gilbert tuvo muy en claro que había algo que debía decirle a esa persona, que le encontraría a como diera lugar y que cuando lo hiciera iba a reconocerlo incluso entre la multitud.

Su camino para encontrarlo apareció frente a él después de que un maestro en la escuela primaria le dijera que cantaba muy bien, que dedicará el tiempo libre a desarrollar su voz.

La persona que él buscaba en alguna ocasión también le había dicho algo parecido una vez, si es lo que él piensa, entonces esa persona también está tocando esa canción que siempre está sonando en su cabeza. Es una pieza de piano que no conoce en lo absoluto pero que, desde que tiene memoria, la recuerda y le acompaña y a veces le hace acompañamiento con su voz, aunque la pista solo suena en su cabeza cuando se siente muy feliz.

Cien Serenatas [Kaze to ki no uta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora