En la Oscuridad

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La noche caía sobre el Elite Way School, y el silencio se apoderaba de los pasillos. Las luces estaban apagadas, excepto por unas pocas lámparas en el corredor principal, proyectando sombras largas y misteriosas. Marizza estaba sentada en la escalera principal, con un cuaderno en su regazo y el ceño fruncido. La tarea de literatura había sido la excusa perfecta para escaparse de su habitación y encontrar un poco de paz.

Pero el destino, o quizás alguien más, tenía otros planes.

Unos pasos se escucharon a lo lejos, rompiendo la tranquilidad del lugar. Marizza no necesitó voltear para saber quién era. Había aprendido a reconocer su forma de caminar, esa mezcla de confianza y arrogancia que siempre la irritaba.

—¿Otra vez aquí Marizza? —la voz de Pablo resonó, con ese tono burlón que tanto lo caracterizaba.

Marizza suspiró y cerró el cuaderno con un golpe seco, pero sin levantar la vista.

—¿Y a ti qué te importa Bustamante? —replicó ella, pretendiendo estar más molesta de lo que realmente estaba.

Pablo sonrió para sí mismo y se acercó, bajando los escalones hasta sentarse a su lado. Podía sentir la tensión en el aire, pero había algo en la oscuridad de esa noche que lo incitaba a quedarse.

—Es que te veo tan sola... —dijo él con fingida compasión—. Y me preocupa que estés planeando sola tu próxima rebelión contra Dunoff.

Marizza no pudo evitar una pequeña sonrisa, pero rápidamente volvió a poner una expresión seria.

—¿Y a ti qué te hace pensar que quiero compañía? —respondió, finalmente girando la cabeza para mirarlo. Sus ojos se encontraron, y por un momento, ambos olvidaron la pequeña guerra que siempre parecían estar librando.

—No sé —contestó Pablo encogiéndose de hombros—. Tal vez no quiera estar solo yo tampoco.

Marizza arqueó una ceja. No esperaba esa respuesta, mucho menos de él.

—¡Ay por favor! —exclamó, rodando los ojos—. ¿El gran Pablo Bustamante, el galán del colegio, siente soledad? ¡Eso sí que es una novedad!

Pablo soltó una carcajada, pero su risa tenía un matiz de nerviosismo. No era común que fuera tan honesto, pero había algo en la tranquilidad de esa noche, o quizás en los ojos de Marizza, que lo invitaba a bajar la guardia.

—A veces no sé si quiero odiarte o besarte —confesó de repente, sin mirarla directamente.

El corazón de Marizza dio un pequeño brinco. Esa no era la clase de cosas que Pablo solía decir.

Lo miró con los ojos entrecerrados, buscando algún rastro de burla. Pero en lugar de eso, encontró una sinceridad que pocas veces había visto en él.

—Tal vez puedas hacer ambas cosas —dijo Marizza suavemente, con un tono desafiante. Se acercó a él, sus rodillas rozándose. Sus respiraciones se mezclaron, y la tensión entre ellos se hizo casi palpable.

Pablo la observó por un momento, como si tratara de decidirse. Su mirada bajó hasta los labios de Marizza, que parecían esbozar una sonrisa provocadora. Y entonces, sin pensarlo más, cerró la distancia que los separaba. Sus labios se encontraron en un beso inesperado, uno que comenzó lento, pero que pronto se llenó de una emoción que ambos habían estado conteniendo durante mucho tiempo.

El mundo a su alrededor desapareció. Solo existían ellos dos, en esa oscuridad compartida. El beso fue como un campo de batalla, intenso y lleno de sentimientos encontrados: el rencor, la pasión, la necesidad.

Cuando se separaron, Marizza respiraba agitadamente, pero sus ojos estaban llenos de esa chispa de siempre.

—Ves, no era tan difícil —susurró con una sonrisa traviesa, apoyando la frente contra la de él.

Pablo sonrió, divertido. Por un segundo, pensó en todo lo que había sucedido entre ellos desde que se conocieron: las peleas, las bromas, los malentendidos. Nada había sido fácil, pero en ese momento, él se dio cuenta de que no quería que lo fuera.

—Difícil, no... —murmuró, todavía rozando sus labios contra los de ella—. Complicado tal vez.

Marizza rió y se apartó un poco, empujándolo suavemente.

—Ay Bustamante... —dijo, negando con la cabeza—. Eres un caso perdido.

—Y tú siempre serás mi caso favorito —replicó él con una sonrisa genuina.

Marizza se levantó tomando su cuaderno, pero antes de alejarse, se giró y le dedicó una última mirada desafiante.

—No te acostumbres a esto. No te daré tregua solo porque me has robado un beso.

—Eso espero —contestó Pablo—. Sería aburrido de otra manera.

Y mientras Marizza se alejaba por el oscuro pasillo, Pablo se quedó en las escaleras, sabiendo que con ella nada sería nunca fácil, pero valdría la pena cada segundo.

One Shots - Pablizza Rebelde WayWhere stories live. Discover now