Serenata Inesperada

105 6 0
                                    

La noche estaba en su apogeo en el bar. Un grupo de amigos se había reunido para celebrar por adelantado el cumpleaños de Guido.

El ambiente era bullicioso: risas, música fuerte, y el inconfundible olor a cerveza derramada. La atmósfera se tornaba cada vez más animada, y Pablo, con unos tragos de más en el cuerpo, ya había pasado del punto de diversión moderada a la zona peligrosa del borracho sentimental.

—¡Otra ronda de tequila! —gritó Guido, levantando los brazos al aire, mientras el grupo lo vitoreaba.

Manuel, que estaba justo al lado de Pablo, se dio cuenta de que su amigo tenía la mirada fija en su teléfono, con el ceño fruncido y la expresión de alguien que estaba tramando algo.

—Eh, ¿qué haces, Pablo? —le preguntó Manuel, inclinándose para ver la pantalla.

—¡Debería llamarla! —exclamó Pablo mientras golpeaba la mesa con la palma de la mano.

—Nah, amigo, creo que ya es muy tarde para estar llamando a cualquiera. Mejor guardamos el celular por hoy —respondió Guido, divertido.

Pablo lo ignoró por completo; no prestaba atención. Su dedo ya estaba buscando un número en particular en su lista de contactos. El nombre que apareció en la pantalla hizo que Manuel levantara una ceja.

—¿Eh, qué haces, Pablo? —le repitió, inclinándose para ver mejor la pantalla.

—Nada, nada... solo... voy a llamar a Marizza —murmuró Pablo, su tono arrastrado por el alcohol.

Manuel se echó a reír, pensando que era una broma.

—¿Llamarla? No puedes estar hablando en serio, ¿verdad? ¿Desde cuándo tienes su número? —preguntó, todavía riéndose—. Ella no te soporta, Pablo, y menos si estás así de borracho.

Tomás, quien estaba al otro lado de la mesa, giró la cabeza al escuchar el nombre y se unió a la conversación.

—¿Marizza? ¿La misma Marizza que conozco yo? —soltó una carcajada—. No, no, seguro te refieres a Clarisa, la de los tatuajes. Esa piba estaba buena.

Guido, que había estado escuchando con atención, negó con la cabeza, riéndose.

—¿Clarisa? ¿De qué hablas, Tomás? Clarisa está con el de los piercings, ese tipo raro del gimnasio. Y no creo que Pablo esté hablando de ella, ¿o sí? —dijo, mirando a Pablo.

Pablo, sin prestarles mucha atención a la discusión, volvió a mirar su teléfono, donde se había confundido de número y ahora volvía a marcar, con el ceño fruncido y los ojos nublados.

—¡Spirito! —exclamó con determinación—. Necesito decirle que... que es una idiota.

—¿Por qué demonios querrías hacer eso? —preguntó Manuel, incrédulo—. Y más importante, ¿por qué tienes su número? Ustedes dos no pueden estar en la misma habitación sin lanzarse insultos.

Pablo se encogió de hombros.

—Eh... lo encontré por ahí... Y sí, tenemos nuestras diferencias, pero esta vez tengo que decirle que... que...

—Que es una idiota, sí, ya lo dijiste, campeón —interrumpió Guido, rodando los ojos—. ¿Qué esperás lograr llamándola así de borracho?

Pablo no los escuchó. Estaba demasiado concentrado en encontrar el valor para presionar el botón de llamada. Manuel intercambió una mirada con Tomás, y ambos sabían que esto no terminaría bien.

—Vamos, hermano. Dame ese teléfono —insistió Manuel, extendiendo la mano—. No es una buena idea.

Pablo apartó el teléfono de un manotazo, casi derramando su cerveza.

One Shots - Pablizza Rebelde WayWhere stories live. Discover now